viernes, 30 de marzo de 2007

TINTERO VIRTUAL CCLXXVIII – Historias secretas del convento

TINTERO VIRTUAL CCLXXVIII – Historias secretas del convento.

Buenos días queridos amigos tinterianos, muchas gracias por estos laureles que tan amablemente me otorgáis.
El tema que os propongo para esta semana es:
“HISTORIAS SECRETAS DEL CONVENTO”
Bien pudiera ser de monjas o de frailes, pero en cualquier caso la trama de vuestro relato debe desarrollarse en el interior de un convento .
Quedad con Dios.

Iconoclasta 12/01/0711:00




  • Los Dos Conventos.
Los Dos Conventos.
La Calle se llama Sefarad, España en Hebreo, creo, pero anteriormente se llamaba Calle de los plateros. Había platerías, se hacían damasquinados y cuchillos, de oro y de plata, perfectos, geométricamente perfectos. Tres o cuatro platerías en la calle y dos conventos. El convento de las Teresianas de la Santa Espina. Y el Convento de los Padres Crapulenses. Los edificios eran altos, grandes, inmensos, majestuosos, con enormes patios y jardines interiores, fuentes, y huertas. A los maitines la calle sonaba a gregoriano, como si sirenas cantasen en el fondo del mar. Y las campanas llamaban a la oración, como extraños pájaros azules en el alba. Fueron demolidos. Los Conventos son ahora un edificio de apartamentos, pero las platerías permanecen en su lugar, han cambiado los titulares de los negocios, la familia Heredia es ahora Hermanos Facundo y los Relojeros Saborites es ahora Joyería La Guirnalda. Sé que esta historia me traerá problemas, durante un tiempo los edificios conventuales fueron ruinas deshabitadas, los borrachos hacían hogueras en sus patios interiores y los yonkis disfrutaban en una intimidad propicia a su adicción. Los niños se aventuraban a pasear por la Iglesia demolida, jugando a los piratas o robando limones. Apestaba a mierda humana, botellón de cerveza, humedad deliciosa y azahar en ciernes. Aquí me contó la historia un familiar. En las ruinas se encontraron esqueletos de niños recién nacidos muertos al nacer por sus propias madres, las monjas en pecado. Y un pasadizo bajo la calle unía los dos conventos, se organizaban orgías de frailes y de monjas, orgías que duraban días y días, en la más absoluta depravación y en el más absoluto de los secretos. Cuando la monja quedaba preñada, abortaba, y tiraba los restos a un pozo. Si seguía con el embarazo cometía, al final, infanticidio. El obispo no sabía nada, Sor Teresa era una autentica hetaira, el Padre Prior Jerónimo, un burro de falo gigantesco. Los frailes estaban posesos de priapismo, las monjas, enfermas de ninfomanía. Hacían escarnio de la Ostia consagrada y al inmenso Jesús crucificado que había en la Iglesia de los frailes le ponían una caperucha roja sobre la cabeza para que no presenciara el acto sexual, múltiple y blasfemo que sobre los bancos del sagrario se realizaba. Hay que decirlo, copulaban antes y después de comulgar, y se embriagaban con el vino ya consagrado para la Santa Misa, hacían mofa del Misterio de la Encarnación. No era el convento de Jesús y de María, sino el de San Satanás rabicundo. Sobre los dos edificios cayó el terremoto de 1925. El Obispo los cerró, quizás sospechase algo, nunca lo sabremos. Las platerías, sin embargo, soportaron el embate de la tierra intactas, como monolitos de pureza frente al escarnio. Por esas dos ruinas paseé cuando niño, me gustaba ver las libélulas que había en un estanque. Sospecho que el alma de los niños asesinados se pasea por este lugar llorando eternamente, y que se refleja en los brillos de la platería de las tiendas. También un yonqui murió de sobredosis en lo que antes era un patio y ahora es una tienda de licores. Y del viejo árbol al que me subía sólo queda un letrero que dice: Opticas Racem. En fín, historias de conventos. Ah, me acuerdo ahora mismo que un día presencié la pelea de dos yonquis, por Dios qué de recuerdos, pero no se mataron, terminaron amigos mientras yo cogía limones para mi madre subido al árbol igual que un mono, qué de recuerdos. En fín, por favor, ¿puede indicarme el precio de ese reloj de oro?.
.......................................................................
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo 12/01/0714:14




  • Teresa y el lagarto.
La hermana Teresa era una clarisa viejecita que había profesado en los años cincuenta en el convento de Valleberros, en la zona algodonera de Badajoz, de donde ella era natural, y luego enseguida había pasado al de Fuensandalia, de bello claustro, en Burgos, allende el alto Ebro, y ya no había salido de la clausura.
Por lo tanto llevaba más de cincuenta años aguantando el frío capitular de Castilla y su gente reseca como un sarmiento, y no había vuelto a pisar su tierra alegre y rica.
Se hacía muy mayor, sabía que ya le quedaba poco, y cada vez se acordaba más de sus años de mocita y de la casa de sus padres, de los niños, las canciones, las risas de su gente... No se podía aguantar, lo recordaba y lo echaba todo mucho de menos.
Tampoco se quejaba, trabajaba, rezaba, y canturreaba coplas de la Lola y el Caracol con acento sureño, y así pasaba el día.
Hasta el día, día llegó, en que la hermana Carmen se saltó el silencio riguroso y dio un chillido en medio d la huerta.
- ¡Un lagarto! -gritó con horror. Y remangándose el sayo hasta las corvas amarillas se subió a un mojón de un brinco.
Y sí que era. Un lagarto precioso, grande y gordo, con el pellejo refulgente de verde y morado y los ojos de rojo. Una hermosura de esas que sólo se criaban en la Extramadura de Sor Teresa, que enarboló la azada contentísima y corrió a ver si lo podía atrapar. ¡Era un manjar tan rico!
- ¡No lo toque! -se interpuso la priora- ¡Es especie protegida y no se puede cazar!
Y el lagarto se metió por un agujero del tapial y desapareció.
Mucho rato estuvo la hermana Teresa temblando de alegría por haber visto el lagarto de su tierra, mucho rato callando su decepción por no haber podido ni siquiera tocarlo. Miraba el agujero entre las peidras y le parecía que lo veía brillar allí al fondo. Casi un brillo de amigo. Su paisano, su hermano...
Y aquella noche de estrellas, única en su vida, Sor Teresa desobedeció y salió a la huerta a hora rara buscando su lagarto y, en el afán por seguirlo, rodeó el tapial, abrió el portón de atrás y salió a la calle ella sola por primera vez en cincuenta años.
Un bramido infernal la ensordeció y un bulto enorme, enorme, blanco, horrible, con luces brillantísimas, se le vino encima a toda velocidad sin que ella pudiera evitarlo. Se llevó las manos al pecho, cayó hacia atrás y perdió el sentido al lado de la tapia.
Fuensandalia era un pueblo importante, un cruce de carreteras, una localidad indistrializada con muchísimo tráfico. El convento estaba a las afueras y por aquella parte había restaurantes para camioneros, salas de fiesta, clubs de carretera...
Sor Teresa lo sabía, la clausura no era su prisión, había salido muchas veces, mucho más desde que la llevaban al cardiólogo de Burgos... pero nunca había salido sola, y nunca por la noche. Jamás había visto un autocar volando por la carretera con los faros cegadores encendidos... y no supo lo que era,
El autocar giró la curva a buena marcha y, por supuesto, no la rozó. Ni la vio. Iban a lo suyo, a cenar.
Sor Teresa amaneció maitines tirada junto a la tapia, con los ojos abiertos hacia el agujero donde vivía el compañero exótico de su última hora, que había salido al sol y la miraba con una risota de lagarto bobo en la gran boca.

BLANKA-L 12/01/0719:10




  • Tu nombre es dulce como la miel.
Sor Patrocinio del Dulce Nombre meditaba en el convento de las clarisas. El armazón blanco del convento relucía al sol como un palomar. Las celosías ocultaban el intenso amor a la meditación y el silencio empapaba la cal de las paredes. En el jardín, el ciprés señalaba el camino del cielo y algún pájaro entonaba unas notas de agradecimiento al Creador. Todo en el convento de Santa Clara era paz.
Las clarisas laboraban en sus celdas, cosían y succionaban enseñanzas del libro sagrado. Sor Patrocinio del Dulce Nombre se identificaba tanto con las lecturas piadosas que las acompañaba con llantos y sufrimientos. Hasta sentía los ahogos del espíritu y los temblores del Mal. Cada día su oración era más intensa, más idéntica a los dolores de Señor.
Una tarde soleada, Sor Patrocinio del Dulce Nombre vio cómo un enjambre de abejas elegía un rincón de su celda y cómo comenzaban a construir un fanal con ese zumbido suave que crean las alas de las abejas obreras en plena labor. Horas enteras se pasaba la monjita observando aquel intenso enjambre que cada día aumentaba su tamaño. Y pensó que la Divina Providencia había elegido su reducida celda para obsequiarla con un ejemplo de austeridad, laboriosidad, eficacia y dulzura. Y Sor Patrocinio del Dulce Nombre daba las gracias al Señor por ser ella la elegida.
Pero un día una abeja desagradecida le picó en la mano provocándole un abultamiento rojizo acompañado de picor. Ella ofreció a su Divino Esposo el sacrificio de aquella picadura y desde entonces consideró que las abejas podían ser una fuente de sacrificios para el perdón de sus pecados.
Así es como Sor Patrocinio del Dulce Nombre cada día manipulaba un poco el enjambre para que algunas abejas le picaran en la mano y ella contenta por poder ofrecer aquel dolor al Señor, repetía un día tras otro el mismo gesto llena de resignación y contento espiritual.
Cuando creyó que el demonio la iba a tentar con algún pecado, como por ejemplo la soberbia, tomaba en su mano un puñado de abejas y se lo acercaba al cuerpo. ¡Cómo crecían sus sacrificios y cómo se sentía identificada con el dolor de Jesús azotado en la columna!
Un día creyó que el demonio la tentaba en persona pues le pareció verlo de pie junto a su reclinatorio. Sor Patrocinio del Dulce Nombre no dudó en desnudarse, acercarse a las abejas y con ambas manos restregárselas por todo el cuerpo.
El espíritu de Sor Patrocinio del Dulce Nombre superó la tentación pero su cuerpo quedó tendido en el suelo cubierto de abejas y con un fuerte olor a miel. Del coro de la iglesia se escuchaba el salmo de David: ¡”Cuán dulces son a mis oídos tus palabras, Señor!”
Su ausencia de la monjita del rezo de Maitines llevó a la Madre Superiora a entrar en la celda de Sor Patrocinio. La encontró enrojecida, cubierta de abejas y el aire tenía un fuerte olor a miel.

ANDRESNIPORESAS 13/01/0707:52




  • Dulces de monja.
¿Y qué?, ¿a quién le debo cuentas? ¿Por qué iba a ser peor un convento que cualquier otra salida? O que cualquier otro encierro.
Profesar en la clausura es como matarse, pero con la ventaja de que sigues viva. No para los demás, de acuerdo, pero los demás no importan. Cuando estaba fuera tenía que pensar para ellos, sonreír a su gusto y contar con decenas de voluntades antes de formar mis planes. Ahora no tengo planes. Y los pocos que me quedan, aferrada a mis libros y a los cuadernos que lleno con poemas que nunca pude escribir son míos y sólo míos.
A veces comparto esos pobres versos con alguna hermana, pobre hermana también, y las mujeres que me rodean no son peores en su neurosis de encierro de lo que era mi familia en su neurastenia de fingida libertad.
Nada es peor que mi familia. Nada puede serlo.
Aquí me exigen tres votos y el estricto complimiento de unas rutinas que no me estorban. Pobreza. la pobreza no es estorbo para el que nada desea. Castidad, la que yo misma elegí por cuando dije que no a Carlos. Obediencia, menos y menos grave que la que mi padre exigía.
Y aún dicen que estas cosas son residuos de otros tiempos. ¿Qué tiempos?
¿No sucede aún hoy en día que una familia que fue rica deja de pagar un par de letras y se le viene encima la hipoteca?, ¿no sucede que las cuentas que otros hacen acaban por ponerte en la columna de los libros de balance?
Carlos era rico, sí. Y me quería. No lo niego. Pero yo lo detestaba, y odiaba más aún la viscosa suavidad con que mi padre permitía que manoseara delante de él, y los pretextos que buscaba para dejarnos a solas en aquella casa necesitada de mi docilidad para no pasar al banco.
Cabrón es el varón que consiente en el adulterio de su esposa. Eso dice el diccionario. ¿Pero cómo se llama al padre que consiente en la corrupción de su hija de quince años? Ni el diccionario tiene palabras para infamia semejante.
Le dí a Carlos lo que quiso y parece que me amó. le di a mi padre la espalda y al cumplir los diecicocho, en mi fiesta de cumpleaños, pensé cortarme las venas y dejar de padecer tanto asco, tanta náusea reprimida contra el peso que ponían en mi espalda y en mi vientre.
—Y en un par de años, la boda —dijo mi padre ante el pstel.
Pero el pastel era yo.
Y el pastel se quiso amargo.
Carlos se pegó un tiro y mi padre murió de la vergüenza cuando al fin se lo quitaron todo.
Dos muertos y una ruina.
Una quiebra en leche frita.
Crepes de sangre.
Dulces de monja.

INCUUS 16/01/0704:08




  • Marigel.
En la calle Uría, centro de actividad comercial y lúdica de Oviedo, existe un pequeño comercio de planta baja, una charcutería selecta pero humilde donde, rodeada de jamones ibéricos, butifarras catalanas y salchichones sicilianos, una ajada toquilla monta guardia en la esquina superior derecha del escaparate, tan fuera de tiempo y lugar que más parece caída allí por accidente que colocada por su propietario.
No es un reclamo publicitario desde luego, sino más bien el recuerdo siniestro de la historia de Marigel, hija única de Andrés Medio, comerciante catalán de clase media sin más perspectiva que continuar vendiendo chorizos para poder seguir comiendo las escudellas que tanto añora y que cada vez que le llega su aroma de la cocina le permite regresar a la Masía, a los payeses, al olor del Mediterráneo, de ese Mediterráneo cálido y pastel, diáfano y alegre que jamás volverá a ver, convertido ahora en una urbanización lineal desde Reus a Gibraltar.
Hace ya cuarenta años, tal día como hoy, en la misma calle pero poblada de pamelas y tranvías, de miradas aún más severas y juiciosas, falsas, hipócritas y clasistas, cuando Marigel Medio, muda de nacimiento, algo torpe de cuerpo y mucho más de mente, grande como una montaña a sus trece años, desfiló en trote desbocado con lágrimas en los ojos y su grito gutural exagerado como reclamo, semidesnuda, un pecho descubierto y la entrepierna empapada en sangre, corriendo a grandes zancadas desde la Plaza Mayor hasta su casa, para escarnio, admiración, ira, lujuria, censura, indiferencia y estupefacción de sus convecinos, según el carácter, clase social y mojigatería de cada cual. Se convirtió, en fin, en un espectáculo, un acontecimiento social de la altura del Desfile de América, la Cabalgata de Reyes o las Hogueras de San Juan. Cada año se recordaba el suceso en las esquinas repletas de murmullos: “ Iba completamente desnuda.. ¡Me lo vas a decir tú a mí!” o: “Los borrachos corrían tras ella insatisfechos e iracundos, no comprendían tamaña injusticia de beneficiar el hambre de unos cuantos habiendo tantos necesitados” o, incluso: “Pobre Andrés, con lo honrado y esforzado que es, que su hija le haya salido además de muda y tonta una ramera descarada”.
Andrés Medio, cuyo encorvamiento se iba haciendo más notorio aniversario tras aniversario, comentario a comentario, pareciendo querer encerrarse sobre sí mismo como una concha de caracol, harto de habladurías, llevó a su Marigel al convento de las Salesas, quienes, al corriente de la nudista carrera de la cría, se negaron en rotundo, negación que se fue suavizando por el peso de los billetes en las limpias y delicadas manos de Sor Asunción, la madre superiora y que, cuando llegaron al peso exacto de cinco mil duros, establecieron el acuerdo: “Se puede quedar, pero no como novicia, en todo caso como criada” Eufemismo de fregona, Marigel pasó el resto de su vida sacando brillo a retablos y celdas seculares, a hábitos, trapos y demás mugres infecciosas, sin entender ni una palabra del asunto, sin saber porqué su padre la había llevado con aquellas señoras tan sibilantes y siniestras.
En las comidas, aquellos afamados pechos, entrevistos al agacharse a servir las ricas viandas, despertaban la lujuria de las monjas del convento, casi más por su notoriedad que por su tamaño, y la escondían ante la madre superiora en un reproche de pecado por admitir a una hija del diablo en tan santo lugar.
“Como comprenderán”, decía la humlde Sor Asunción, “el Señor Andrés ha tenido a bien donar dos mil duros para las necesidades del convento, seamos benevolentes, Dios perdona y el convento tiene necesidades. Sean caritativas y piadosas, hermanas”.
Marigel frota los bancos maldiciendo el día en que se le ocurrió montar en bicicleta, maldita la hora en que fue a caer por las escaleras de la Universidad, con tremendo estruendo y considerable trompazo, amortiguada por los setos para volver a arrancar de bote en bote por el terraplén, rodando hasta el Campillín y siendo frenada en el centro exacto de su himen por una recia barandilla que, si en ese momento consideraba oportuna y salvadora ahora recordaba como la causa de vivir con un paño en la mano y el soniquete insoportable de los maitines, rezos, campanas y jadeos de Sor María en su cabeza día y noche para el resto de su existencia.

Chesterton 16/01/0716:24




  • El manuscrito de Sor Margarita Águeda de Quirós.
Sor Margarita Águeda de Quirós contaba unas trolas de órdago a su confesor. Le aseguraba que en sus ratos de ocio componía romances, décimas, sonetos con estrambote,coplas, liras, canciones,...dedicadas a Nuestro Señor, a la Santa Eucaristía, al Niñito Jesús y a su santa madre, cuando en realidad lo que pergueñaba con sumo celo y a hurtadillas era una novela de caballerías con un protagonista al que llamó Gulbertofredo de Guisado al que sucedían tantas pugnas y luchas en el campo de batalla como líos amorosos en las secretas alcobas de damas, damiselas, monjas y burdeles.
Los casi quinientos pliegos que componían el manuscrito de caballerías, lo escondía Sor Marga bajo los constreñidos refajos y el púdico hábito de monja clarisa. Pensaban sus compañeras que le habían credido los pechos, pero en realidad lo que aumentaba era su febril imaginación, su insaciable ansia por escribir noche y día a escondidas o disimilando una vocación poética mística.
En el confesionario le leía al anciano fraile confesor franciscano, aprovechando la sordera casi total que padecía, los sonetos y romances de Sor Violante del Cielo como de autoría propia. Conseguía que el confesor se quedara dormido y cuando lo escuchaba roncar, Sor Marga disfrutaba despertándolo con un grito, "¿Me son absueltos mis grandes y ruines pecados, mi Señor?" En ese momento al instante, el confesor se despertaba y le decía "Te son perdonados, hija mía.¡ Escribiendo como los ángeles, cómo no te han de ser perdonados! Pero, ya sabes que no debes abusar como sueles del santo sacramento de la Eucarístía, que la abadesa me dice que tienes demasiada afición a él"
Sor Margarita Águeda de Quirós comulgaba tres veces al día. Esta especie de adicción al sacramento eucarístico lo achacaba al mucho hambre y al gélido frío que se pasaba en el convento.Tenía el firme convencimiento de que al comulgar tanto se mitigaban los tormentos del estómago, a penas precisaba comer y le infundía fuerzas e inspiración para seguir escribiendo como solía no con la esperanza de ver algún día publicada su obra -"¡Dios me libre!", sino de dar rienda suelta y desatar por un cauce artístico sus contenidas pasiones, que eran muchas y muy reprobables a los ojos de Dios.
Nunca aceptaría de buen grado la vida conventual. Ingresó en el convento a los quince años y ahora a punto de cumplir veinticinco, sabía de cierto que no había nacido para monja, sino para escribir libros blasfemos de los denominados de caballerías. Pero ese secreto íntimo, personal que sólo conocían ella y Nuestro Señor moriría con ella.
Sor Margarita falleció el uno de enero de 1693. Cuando fueron a embalsamarla encontraron bajos sus hábitos un manuscrito de casi tres mil pliegos. La abadesa decidió guardarlo bajo siete llaves y leerlo a hurtadillas sin decírselo a nadie. Ni siquiera a su confesor. La historia y destino del manuscrito sería aqui muy largo de relatar. Algún día explicaré cómo llegó a mis manos.

gemmayla 17/01/0713:54

Re:Fe de erratas..
Quise escribir "crecido" y "disimulando".
Me ha costado mucho colgar el relato en el tintero. ¡Qué mal funciona Terra últimamente!
He desistido de publicar el relato corregido. Ahi va el primero que hice a vuelapluma con más prisas que el correcaminos, mic, mic, que el coyote me va a comer.

gemmayla 17/01/0714:00




  • El convento.
Desde que mi hermana se fue al convento, la casa se había apagado un poco, por así decirlo. Sucedió una mañana muy temprano y nunca alcancé a entender los motivos, porque la verdad es que mi hermana nunca dijo de ir a un convento ni nada que se le pareciera e incluso tenía un novio y todo, pero claro eso sólo lo sabía yo que la pillé un día hablando por teléfono. Así, un día debió pasar algo porque de repente todos en mi casa se pusieron muy serios. Mi hermana no salía de su habitación y papá y mamá hablaban siempre entre dientes, sobre todo mamá a la que no se le entendía nada de lo que decía. Todo el día murmurando y persignándose a la espera de que llegara mi padre y cuando éste volvía del campo, resignado y con el gesto serio, la escuchaba entre suspiros. Y aquello era rarísimo porque yo jamás había visto a mi padre suspirar. A mi madre sí, lo hacía todo el tiempo pero a mi padre jamás. El caso es que no me dejaban oír nada porque mi madre siempre me miraba con aquella cara furiosa que tanto miedo me daba y me mandaba a mi cuarto con el mismo genio que cuando le decía que no me gustaban las lentejas. O peor. Mi hermana, que seguía metida en su cuarto y que era la única que parecía hacerme caso en aquellos días me decía, Manolito no te preocupes. Tú haz tus tareas y no les hagas caso.
Pero el caso es que un día por la mañana mucho antes de que el despertador sonase con la hora de ir al colegio, mi padre sacó el coche de la cochera, algo que sólo hacía algún fin de semana que otro y se escuchó tropel por la casa. A mi hermana la oí llorar y mi madre, con el mismo genio de siempre mascullaba palabras que no entendía. Algo le recriminaba. El caso es que se fueron y yo ni siquiera me despedí de mi hermana. Después de aquello, mi madre empezó a ponerse contenta de nuevo y me decía que Pilar se había ido a un convento a servir a Dios. Pero ni siquiera me había dicho adiós.
Fue pasando el tiempo y aunque a mi madre se la veía más feliz y trataba de complacer a mi padre en todo, a su vuelta del trabajo, él estaba cada vez menos hablador. Mi madre no paraba de sacar conversaciones durante la cena. Te has enterado de que? Qué se dice en el tajo sobre lo de? Y mi padre no despegaba los labios más que para llevarse la cuchara a la boca, la mirada perdida en la televisión. Algunas noches, en los postres, él soplaba en un gesto de derrota, como pidiendo clemencia y muy serio, le decía a mi madre. Mira Manuela que la gente anda diciendo que en el convento…y en ese momento mi madre saltaba como un resorte hacia mí y me decía. Manolito, a tu cuarto. Yo, a veces me hacía el remolón detrás de la puerta para intentar oír de qué hablaban porque yo sabía que mi hermana estaba en el convento y algo tendría que ver pero de nuevo volvieron las conversaciones entre dientes y por más que pegaba el oído a la puerta me era imposible descifrar nada más allá del abatimiento de mi padre y el esfuerzo por guardar las apariencias de mi madre.
Una noche de esas noches, mi padre salió enfurecido de la cocina y me dijo, Manolito, vente conmigo. Mi madre nos siguió hasta la puerta gritando. No, déjala allí que es donde tiene que estar y no hagas caso de la gente. Pero mi padre me subió en el coche y nos fuimos al convento. Una vez allí, pasó a un zaguán en el que me dijo siéntate ahí y no te muevas. Golpeó el picaporte con fuerza y la puerta se entreabrió. Una tímida voz dijo que no se podía pasar. Mi padre empujó y entró así, por las bravas. Al quedarme solo sentí miedo, porque estaba todo muy oscuro y solo se veían crucifijos por todos sitios grabados en las maderas de la pared. Tenía frío a pesar de estar en verano. A veces, el silencio sepulcral se rompía con unas voces ahogadas a lo lejos.
No se cuanto tiempo estuve allí, no debió ser mucho aunque a mí me pareció eterno. Pero entonces, cuando ya estaba repitiéndome la lista de reyes desde Isabel y Fernando para tratar de no pensar en nada, mi padre apareció de nuevo, con la misma furia con la que había entrado, pero trayendo a mi hermana en brazos, que venía envuelta en un camisón blanco y casi parecía un fantasma. Pero era el fantasma más contento que había imaginado en mi vida.

cap_Alatriste17/01/0716:31




  • EL TORNO DE LAS MONJAS.
En aquella plaza, siempre existía la misma algarabía, compuesta de una sinfonía de gritos de la chiquillería de siete y ocho años. Los niños correteando unos tras de otros. Las niñas, más formalitas, sentadas con su muñequitas. Al fondo de la plaza, el convento de las monjas clausura. En primer plano, la Iglesia de Santa Maria.
A media mañana, como entremezclado con el olor de los naranjos, provenía el aroma a través de las amplias ventanas de la cocina del convento. Era un aviso de que todo estaba terminado, que las monjas ya lo tenía todo listo; sus comidas, los dulces y las ostias para las misas de Santa Maria.
Aquel olor parecía que dejaba como anestesiado a los chiquillos, como si sus cerebros quedasen hipnotizados. Al instante, todos corrían en grupo hacia el portal del convento. Una vez llegaban a la casapuerta amplia, clara y limpia, se arremolinaban delante de la ventana del torno. El instrumento de madera rancia y a la vez noble, giraba durante casi todo el día, debido a que las mujeres solicitaban los dulces y magdalenas que las monjas confeccionaban con esmero.
A los niños, los dulces no era asunto que solicitasen, sabían que al llegar a casa sus madres los tendrían preparados para la merienda. A ellos, lo que les interesaban era los recortes de las ostias que las monjas a diario preparaban para el cura.
Primero, un “Ave Maria Purísima”, luego, la espera de contestación con un “Sin pecado concebida”.
_ Madre, quiero dos reales de recortes. Decía uno de los niños, quizás el “líder”, mientras con su mano colocaba las monedas sobre el torno y lo hacia girar.
A los pocos segundos aparecía ante el grupo de niños un cartucho con los recortes. Salían hacia la plaza y allí daban cuenta del mangar.
Así pasaban las mañanas en aquel pueblo en un verano caluroso, donde las paredes blancas de las casas relucían como los ojos de la chiquillería.
Una mañana, los niños comprobaron que entre ellos ninguno tenía ni un real para los recortes. No se desanimaron y acudieron al convento. Como siempre, hicieron la introducción y esperaron la respuesta, solicitaron a la monja los dos reales de recorte. Esta, confiadamente les envió a través del torno el cartucho, como siempre. Luego esperó el dinero que antes había solicitado a los niños. Uno acudió de inmediato y colocó sobre el torno la mierda de un perro sobre un papel.
Al llegar el paquete ante la monja, ésta vociferó con desagrado: “Sinvergüenzas….La madre que os ha paridooooo”. Los que hicimos tal “gracia” nos quedamos muy sorprendido, al comprobar que dentro de un convento también se decían tacos.

erkaytano 17/01/0717:16




  • Única salida.
La lluvia cae con fuerza sobre el parabrisas del coche. Julián baja ligeramente la ventanilla intentando eliminar el vaho que se forma en los cristales.
— Haz el favor de subir la ventanilla, ¿quieres que me hiele? —reprocha Isabel a su marido.
— Cariño, es para evitar que se forme vaho en...
— ... Ni cariño, ni leches, lo que pasa es que no piensas en mí y apaga de una vez esa maldita radio que me estoy volviendo loca de tanto fútbol.
— Sí, cariño —contesta Julián mientras sube la ventanilla.
De repente, detiene el coche en el arcén.
— ¿Qué demonios pasa ahora? —grita Isabel mientras gesticula con las manos.
— Cariño debe ser la batería, el coche se ha parado y...
— ¿A qué esperas? Baja y mira a ver que puedes hacer —continúa gritando Isabel.
Tras bajar e inspeccionar el vehículo, el rostro de Julián se asoma chorreando a la ventanilla de Isabel.
— ¡Que susto hijo! Pareces un delincuente con esa pinta, ¿qué le pasa al coche?
— Cariño, es la batería, está agotada, me voy a acercar a ese edificio para ver si me dejan llamar por teléfono a la grúa.
* * * *
El detective golpea la mesa rítmicamente con un lapicero mientras escucha a Isabel.
— Si he recurrido a un detective privado, es precisamente porque la compañía me dice que si no aparece el cadáver, ellos no abonan la póliza del seguro de vida de mi marido. Por eso me urge encontrar el cadáver —insiste Claudia al detective.
— Vamos por partes, señora. ¿Qué dice la policía de todo esto?
— La policía piensa que mi marido se ha fugado, que no hay motivos para pensar en una muerte. Como si mi Julián fuese capaz de huir... Sépalo usted, ¡mi marido estaba loco por mí! Estoy segura que aquella noche de lluvia cayó en una zanja, que su cadáver está siendo devorado por alimañas ahora mismo. Urge encontrarlo, además si no aparece el cadáver la compañía no...
* * * *
El detective está inspeccionando la zona donde se paró el coche, el único edificio existente es un convento. La zona es llana, sin obstáculos ni vegetación. “¿Dónde fue este hombre?”, piensa el detective mientras se dirige a la puerta del convento.
— Pues ya le digo que no sabemos nada de esto que nos cuenta, no obstante si se le ocurre alguna pregunta más puede llamarnos al teléfono que figura aquí— responde el fraile mientras le entrega una tarjeta con los teléfonos del convento.
— Es un caso muy extraño, su mujer dice que le vio dirigirse hacia aquí. En fin... quizás esté confundida. Oiga, cambiando de conversación, esto es precioso —comenta el detective mientras observa embelesado las plantas que adornan el atrio del convento— que tranquilidad, que paz, da gusto escuchar el murmullo del agua cayendo desde las fuentes.
— Intentamos vivir en un ambiente agradable que permita la meditación —comenta el fraile mientras acompaña al detective a la puerta.
* * * *
Es tarde y el detective está en su despacho. La luz de la lámpara ilumina la libreta donde ha ido apuntando todas sus averiguaciones. En ese momento suena el teléfono.
— ¿Dónde estás metido?, ¿seguro que estás con alguna de esas fulanas que conoces? —le grita al teléfono su mujer mientras él separa el auricular de su oído.
— Que no, mujer, que estoy trabajando en un caso muy complicado... —empieza a decir hasta que se da cuenta que su mujer ha colgado.
El detective vuelve a su libreta y va leyendo los datos que ha obtenido: al coche no le falló la batería, hay pisadas en el barro desde donde se paró el coche hasta la puerta del convento.
De repente, cae en la cuenta, el puzzle ha encajado en su mente. Rebusca en el bolsillo de su americana y saca la tarjeta que le entregó el Fraile. Tras echar un último vistazo a la foto de su mujer, toma el teléfono.
— Buenas noches Fray Carmelo, soy el detective de esta mañana, tienen que ayudarme como sea, yo también quiero ingresar en el convento.

Iconoclasta 17/01/0722:24




  • La novicia.


Maria, la novicia, llevaba dos semanas en el convento, suficiente para haberse acostumbrado a las rutinas diarias, a sus obligaciones, a las costumbres y a las normas.
En su cuarto, subida a un taburete, se asomaba por la estrecha ventana y admiraba el paisaje salvaje del jardín trasero, y más allá, fuera de las vallas, de los límites, era inevitable no fijarse en las escasas ruinas que quedaban del viejo convento, ya que en el atardecer el sol resplandecía en ellas con tonos de fuego. Apenas un montón de grandes piedras rodeadas de un muro derrumbado y oculto entre hiedras y rosales salvajes era lo que quedaba de un pasado ya olvidado. María comenzó a hacerse preguntas sobre aquél lugar fuera de los límites y, por tanto, inalcanzable.
Una tarde, se decidió por unanimidad la necesidad de asear el jardín trasero y María se ofreció voluntaria junto a Juana empuñando la azada y desbrozando la tierra. En la mañana, hacia las once, Juana se fue a por agua y María se sentó en la hierba apoyándose en el muro y quedándose dormida, hasta que un grito lejano, espantoso y terrorífico la sacó del sueño, pero en el mismo instante en que abría los ojos se cruzaba con el agua y la mirada plácida y condescendiente de su compañera que nada había escuchado y que, por tanto, debía haber soñado. Volvió a sentarse sobre la hierba, volvió a apoyarse sobre el muro y volvió a escuchar el grito lejano y desgarrador de una mujer, al ver a su compañera remover la tierra plácidamente prefirió callar por temor a la locura. Cada vez que Juana se ausentaba, María acercaba su oído y escuchaba el horror de los muros...
En su habitación, tumbada en la cama fingiendo dormir, esperó al silencio sagrado de la noche y salió a hurtadillas, llegó al muro y no hacía falta siquiera acercar el oído para escuchar el horror, la niña lloraba amargamente por sentir aquella locura y aquél terror se iba apoderando de ella, se dio la vuelta y echó a correr a su cuarto cuando topó con la hermana más anciana del lugar que la frenó aferrándose a su brazo y le pidió que la acompañara a su habitación y le ayudara a acostarse.
María estaba muy alterada, pero en el camino a su habitación, la hermana Josefa le habló tranquilamente de aquél horror que, en realidad, todas conocían.
“Hay una leyenda espantosa sobre nuestra congregación, hace más de seiscientos años entró una novicia en el convento que resultó ser una bruja. Desde su celda invocaba a Satanás y Satanás respondió muy halagado a su llamada. La situación se le escapó de las manos y el demonio tomó las riendas. Cada noche acudía a su celda a poseerla salvajemente, los gritos, los alaridos, los orgasmos lujuriosos eran una prueba durísima para las hermanas. Cuando se cansó de ella comenzó con el resto, una a una, de dos en dos, ... las tenía a su disposición. Eran tiempos duros y habrían sido condenadas a la hoguera, así que establecieron un plan, se introdujeron todas en las bodegas destinadas a guardar la nieve para conservar los alimentos, y cuando apareció todas se ofrecieron para él. Satanás, halagado, escogió a la más joven, una novicia recién llegada que estaba aterrorizada pero que había aceptado el plan para derrocar al diablo. Entonces, mientras olía la piel joven y fresca de la niña las hermanas fueron saliendo despacio, una a una, y cuando por fin hubieron salido comenzaron a cortar las cuerdas con las catapultas y las trampas que habían preparado con losas, rocas y piedras y sepultaron para siempre a los dos amantes condenados a una eterna lujuria.
Llevamos más de seiscientos años escuchando lo que tú llamas horror... Ve a la cama, pequeña. Descansa, buenas noches.”

ecumedesjours 17/01/0723:00