sábado, 31 de marzo de 2007

CCLXXX TINTERO VIRTUAL.- El enfermo imaginario

CCLXXX TINTERO VIRTUAL.- El enfermo imaginario Muchas gracias por vuestros votos, es un honor viniendo de plumas tan ilustres y admiradas por mí.
Propongo el tema "El enfermo imaginario" en una especie de autohomenaje a mi estado actual : evitar tener que cruzar algún puerto de montaña nevado y helado y resbaladizo y peligroso y de todo para llegar al trabajo me ha postrado en una cama imaginaria con un lumbago imaginario;¡ah! y porque, en fin, lo reconozco, estoy entre el 99 % de la población mundial que no tiene la más remota idea de como colocar unas cadenas.

Chesterton 26/01/0709:13




  • Enfermedad muy habitual.
Este mes pasado, he tenido que visitar a mi médica de cabecera más que nunca. Al principio acudí a su consulta para que me controlase la tensión. Soy de esos que, se pone el tensiometro en el brazo, cuando escucha a un amigo hablar sobre los males.
No se por qué, pero el artilugio presionando el brazo me da mala sensación, sobre todo, cuando veo a la médica presionar la goma. Me recuerda las lavativas que de pequeño me ponía mi madre para anular las lombrices. Decían lombrices, pero hoy día pienso que era mera excusa para no admitir la mala alimentación.
_ Sigue con la misma pastilla. Una al día y después del desayuno. Me indicó le médica.
_ ¿Y para la alergia, sigo con la misma?. Le pregunté al instante.
_ Si, sigue con la misma. Me contestó, mientras miraba el monitor de su ordenador.
_ Pero, tu sabes que pastillo tomo. Pregunté intrigado.
_ ¡Claro, hombre!. Suelo recetar a todos la misma.
_ ¡Bien, bien! . Asimilé, no sin cierto recelo.
_ ¡Por cierto!. Desde hace un tiempo tengo un fuerte dolor en el brazo, sobre todo, al levantarme.
_ ¿Qué brazo te duele?. Me preguntó, nuevamente sin mirarme.
_ El derecho. Este, le indiqué, mientras levantaba el brazo.
_ No hace falta levantes el brazo, se cual es tu derecho. Me dijo con cara mosqueo.
_¡Ayyyyy!. ¡Que dolor me ha dado!. Grité con desesperación.
_ ¿Qué te duele al levantarlo?. Me preguntó, esta vez mirándome con ojos raros.
_ Bueno, a veces cuando lo levanto. Otras, si señalo hacia la derecha.
_ ¿Desde cuando notas el dolor?.
_ Pues mira. Quiero recordar, desde que me hicieron una foto en Jaén, imitando a Blas Piñar.
De inmediato se pone a recetar la nueva pastilla para la contractura muscular.
Vuelvo a visitarla al cabo de una semana. Entro en la consulta y sin llegar a sentarme, comienza a interrogar.
_ Bueno, ¿Que tienes ahora?. Me pregunta, esta vez, con ironía.
_ Pues mira, que observo que entre la pastilla de la tensión, la de la alergia y la de la contractura, me entra somnolencia y desgana sexual, y no levanto cabeza.
_ Pues el remedio podría ser la “biagra”. Me dice la tía con algo de “cachondeillo”.
_¡ Ni “biagra” ni leches!. No tomo más pastillas. Le contesté mientras abandonaba la consulta.
Al llegar a casa, me pregunta la parienta que me ha dicho la médica. Y al segundo con una buena reacción, así le dije yo:
_ Mira, me ha dicho, que deje la pastilla de la tensión, y hagamos el amor con más asiduidad. Que deje la de la alergia y tú duermas con un pequeño camisón en lugar del pijama. Que la tela del pijama es la causante de mi alergia.
_ ¿Y la pastilla para brazo?. Me pregunta la parienta con descaro.
_ Esa, me ha dicho que la dejarë automaticamente cuando anule las dos primeras y si los ejercicios de brazos los hago en un gimnasio.

erkaytano 26/01/0719:54




  • "Amaxofobia I"
La amaxofobia es una enfermedad imaginaria. ¡Vamos, que imagínate tú que la padeces como yo!
Se manifiesta un día de repente sin avisar. Te encuentras comodamente apoltronado en el asiento de tu auto, con el cinturón abrochado, el móvil apagado en el salpicadero dando tumbos de aquí para allá, la música de Radio3 escupiendo una melodía étnica afroportuguesa de dudosa autoría y tú, ¡tan pancho!, susurrándole al oído de tu conciencia,¡tranquilo, ya llegarás!
Esa zanja no estaba ahí hace un cuarto de hora. Tampoco el atasco y el chubasco. El aguacero y el viento pintan un panorama desolador a través de los limpiaparabrisas. Ahora el móvil apagado, esas dos batutas exteriores que marcan el compás de la lluvia y la melodía etíopesenegalesadenosédonde parecen dirigir la orquesta de semáforos verdes, señales rojas, agentes amarillo fosforescente, paraguas multicolores, gentes multirraciales, coches argentados, camiones ambarinos, motocicletas frágiles como cristal, cascos transparentes, perros de aguas con orejas y hocicos calados de barro, perros atados y con bozal, perros callejeros, más perros sueltos y atados...Pienso, ¡Dios! ¿Por qué en vez de perros no paseamos caimanes bajo la lluvia por estas condenas calles reptiles? ¡Sólo los galápagos se atreverían a transitar en un día como hoy!
De repente, siento como si me estuviese convirtiendo en una tortuga o un lagarto. Me tiemblan las extremidades inferiores y no siento los brazos. Me miro la cara en el espejo y veo el reflejo de un reptil terrestre enjaulado. Anhelo tener un caparazón quelonio donde esconderme y refugiarme de los peligros exteriores. Anhelo alimentarme de hierba, insectos y caracoles y no tener que acudir nunca más a trabajar, no tener que montarme en este trasto todos los días, no tener que sortear zanjas, curvas, cambios de rasante, rampas, pendientes, surtidores de gasolina, ciervos, vacas, ovejas, pilotos suicidas, autobuses que son cañones, camiones que son obuses. Anhelo no tener que acudir nunca más a este frente, a esta guerra permanente y vacía. Anhelo convertirme en una pacífica tortuga, esconderme bajo mi caparazón y dormir un letargo, un sopor, una modorra de meses. Creo que ya me estoy convirtiendo en un ser que es mitad de lo que anhelo ser. Quisiera gritar, articular alguna palabra, pero no puedo. Bajo un poco la ventanilla.

gemmayla 26/01/0722:15




  • Enfermedad infantil
Al principio, se limitó a levantarle del suelo agarrándolo por el cinturón, pero como a estas edades uno está acostumbrado a sufrir indignidades por parte de los mayores, e incluso las espera porque suelen ser motivos de juego, lo celebró contento esperando que le llevara de una forma tan divertida por el aire con los demás, en lugar de eso le hizo entrar en el dormitorio conyugal, abrió un armario, sacó una pistola de su interior, le quitó las balas diestramente con una mano y se la mostró. Mientras, con la otra mano le sostenía en vilo. Todo esto, con la penumbra del cuarto y el dolor que empezaba a sentir en la entrepierna a causa de la presión del pantalón contra sus ingles, le intranquilizó un poco, pero no empezó a alarmarse hasta que, vuelta la pistola al armario, su tío le puso de nuevo en el suelo y deslizó la mano por el interior de su ropa.
No queriendo contrariar a su tío, porque en casa solían reaccionar mal y con violencia a las quejas, se limitó a retorcerse tratando de evitar esa mano, que pensó estaba ahí por error. Sin embargo, otra cosa más tenaz que un error, más fuerte que él, decían lo contrario. Trató de entender lo que sentía y en ese momento no supo que era miedo, quiso escapar de esa sensación poniendo todo su empeño, así que para evitar que la mano saliera, su tío le enroscó el cinturón por la espalda aprisionando la propia zarpa justo donde quería tenerla. Estuvieron de esta manera bastante rato, él tratando de zafarse y su tío agrandando su propia insistencia, ora reduciéndole por la fuerza, ora tranquilizándole con palabras.
De no haber temido más a la reacción paterna que a los magreos de su tío, habría llamado la atención chillando, pero por el momento prefirió callar y evitar que le castigaran por lo que estaba pasando. Por fin, la respiración de su tío se volvió agitada y acto seguido aflojó la presa. Antes de dejarle ir, le advirtió que este juego era privado y que debía mantenerlo en secreto si no quería enfadar a nadie, recordándole cómo era su padre.
Estas escaramuzas empezaron a ser tan frecuentes como veces iban de visita a la casa de sus tíos, así que aprendió a evitar ir al lavabo para no provocarlas, pero su tío encontró la manera de perseverar ofreciendo su hogar para alojarle, si acaso sus padres tenían otra cosa que hacer, y luego le llevaba en coche, despacio, con calma, de vuelta. Acabó aceptando pagar este tributo a su tío con naturalidad, a cambio podía disfrutar de vacaciones y fines de semana con sus primos, que eran sus compañeros de juego preferidos y recibir de su tía un cariño maternal que desconocía en casa. Pero, sobre todo, lo hacía por estar lejos de la disciplina de su hogar, que era para él su peor tormento. Entre otras cosas, su padre le obligaba a recibir en posición firme los castigos mientras le cruzaba la cara con unos mandobles recios, robustos y contundentes, hasta asegurarse de que los encajaba sin pestañear o de la nariz le brotaba sangre.
De su tío obtuvo poco placer. En alguna que otra ocasión llegó a tener erecciones, pero no era lo corriente y nunca suficiente para alcanzar el orgasmo. Entre los doce y los trece años le dejó en paz y lo sustituyó con su hermano cuatro años más pequeño. Con el tiempo, algo mayores, lo comentaron superficialmente alguna vez, pero su hermano se volvió muy reservado y la relación acabó inexistente. Él mismo descubrió que su enfermedad era imaginaria cuando le certificaron atisbos de locura. Dejó que lo creyeran, naturalmente, para librarse del servicio militar. Y un día, tiempo después, entrando en ambulancia por la puerta de urgencias del hospital, herido por un corte que se causó él mismo con un bisturí para callos y durezas del pie que le recorría el antebrazo desde el codo hasta la muñeca, un enfermero que le tomaba el registro abotargado por el tedio y el cansancio de la rutina, le preguntó si ya tenían otro caso al que no le quisieron sus papás. Él contestó que no, que qué va, que era por otra cosa.

SEMENTERIO 27/01/0706:17




Re:"Amaxofobia II"Respuesta a: "Amaxofobia I"...Bajo un poco la ventanilla y me llega la húmeda fragancia de los claveles de la gitana de la esquina. La gitana que no ha recogido el puesto de flores a pesar de todos los cataclismos. ¡Valiente mujer de la raza de la pasión y las navajas plateadas! Pienso si ella puede con esta batalla de cuchillos, flores y tempestades, tal vez esté a tiempo de recobrar mi aspecto humano de persona normal que acude normalmente a su lugar de trabajo y cumple con normalidad con la rutina exigida. Respiro una bocanada de aire polucionado que me sabe a gloria humana, demasiado humana y por tanto, bendita. Me miro en el espejo y ya no tengo aspecto de reptil ni de animal enjaulado. Soy la misma persona que antes vió que aquella zanja no estaba ahí hace un cuarto de hora. Me parece una sinfonía de agua y color, lo que momentos antes se me antojaba gris, plomizo y de alquitrán.

gemmayla 27/01/0709:40




  • Imaginering Corporation.
Imaginering Corporation.
El programa por ordenador era perfecto. Tu pedías la enfermedad y el programa engendraba sobre el modelo todos los síntomas de la misma a lo largo del tiempo. La prognosis, la evolución, las complicaciones, los medicamentos, todo, todo, todo. Uno de los logros de la informática aplicado directamente a la medicina. Y nos pusimos en marcha, había que convertir dicho programa en juguete. Primero, claro está, diseñamos un muñeco de goma, el clásico nenuco de cabello rubio limón y ojazos verdes como esmeraldas coaguladas, un angelito guapísimo, decía papá y mamá con una voz de crisoberilo y aguamarina que rayaba en el crimen. Luego le introducimos las sucias enfermedades. Un componente electrónico bajo su piel de goma y el muñeco vivía todas las etapas de un resfriado, echando moquitos por la nariz y poniéndose colorado y febril, de eso se encargaba el mecanismo interior, una proeza de la aeronáutica espacial aplicada al diseño industrial de juguetes. Pero luego quisimos más, no nos bastaba con un simple resfriado, queríamos algo más grandioso y espectacular, que lo mórbido resplandeciera con luz propia y que lo enfermizo brillara refulgente. Teníamos que perfeccionar el muñeco. Inventamos para él los síntomas de una rubéola, de un sarampión y de un herpes. Llegamos a realizar algo sencillamente espectacular y oprobioso, en el caso del herpes conseguimos que al muñeco se le desarrollara un herpes labial cojonudo. Los niños pequeños usaban su barrita de crema para tratar al muñequito y sus inyecciones de mentirijilla para hacerlo sanar, era algo muy bonito. En el caso de la rubéola toda la piel sintética del nenuco se cubría de ronchas rosadas, bajo la carcasa de plástico del nene artificial minúsculos circuitos distribuían ondas de pigmento que se activaban electrónicamente a voluntad del programa, era en verdad archiespectacular aquello. Pero los niños querían más, los padres querían más, la industria quería más y el World Trade Center quería, exigía más. Desarrollamos el muñeco con hepatitis y el muñeco con difteria. Pero no les bastó aquello, exigieron mucho más. Nuestros nenucones rozaron la cima de la perfección el día que introducimos en el programa la resistencia a los antibióticos. Todo fue de maravilla hasta que un día empezaron a llegar los casos a los hospitales, si el muñeco se moría algunos niños se suicidaban, fue un desastre comercial, la prensa amarilla, como escualos de ultratumba, se cebó con nosotros, la Imaginering Corporation. Pero sobrevivimos. Ahora nuestro último producto es la muñeca que se embaraza y pare. Hemos hecho un estudio de Marketing y creemos que será todo un exitazo.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo28/01/0713:23


  • Casta Diva.
El Palacio de la Ópera flotaba en órbita lenta alrededor de una estrella enana azul. Su movimiento era suave y brillaba espléndidamente. Por dentro era un laberinto de cristal de cuarzo, en unos sitios transparente, en otros pavonado, a veces en placas de color como las vidrieras de una catedral. La gente entraba y caminaba y caminaba como encantada por las bellas salas asombrosas hasta que llegaba la hora de la representación. Entonces pasaban a la gran esfera interior que era el verdadero auditorio.
Benson y Yhanna se adentraron por los pasillos hasta una zona apartada que tenía paredes sencillas de cristales translúcidos sin rectificar y sin teñir. Había una claridad azulada irreal, muy hermosa. Era una zona de servicio para la gente del teatro y los artistas, donde estaban los guardarropas y los camerinos. Pasaban grupitos de jóvenes vestidos de blanco para la función, llevando con ellos sus instrumentos que calentaban las voces, hacían gorgoritos y se reían. Yhanna estaba en su elemento porque ella también era un buen violín solista, y se le escaparon espontaneamente unos trinos alegres. Cogió a Benson de la mano y se unió a los jóvenes, y así atravesaron los corredores azules y entraron en todas las cámaras sin llamar la atención.
—Vamos allí —Yhanna señaló una sala aparte, formada por miles de estalactitas de cristal. Se veían fuegos dorados dentro, lamparillas donde se quemaban bálsamos—. Es un altar de Mut, la diosa de la música, mi diosa. Vamos a encender un voto para pedirle buena suerte.
Unas chicas entraron con recogimiento. Dentro había silencio, sólo crujía el fuego en el círculo de lámparas votivas que rodeaban el pedestal de una pequeña figura femenina de oro en actitud receptiva.
— ¡Ay Mut! ¡Ay madre y amparo mío! —se levantó un murmullo al fondo, una voz muy bonita que se quejaba— ¡Ayúdame y no permitas que el frío me consuma! ¡No dejes que mi garganta se quede inerte, haz que pueda cantar el placer como tú, madre, nos enseñas! ¡Que el fuego me haga arder esta noche y llene de pasión a los que han venido a tu nueva Ópera para honrarte!
— ¡Pero si es PezdePlata, la diva! —se asombró Yhanna oyendo aquellas quejas complicadas.
— ¡Ay, Mut, no me falles hoy! ¡Que vuele yo muy alto! —subió hasta un tono agudísimo y se puso de pie en toda su estatura. Era una mujer gruesa y hermosa con los atributos de su madurez bien dispuestos en un cuerpo que seguía bello. Levantó los brazos al techo de cristales— ¡Que los que quieren mi fracaso se vean ellos fríos y confundidos! —gritó con voz de trueno— ¡Que mi corazón no falle hoy tampoco, Mut, porque lo pongo a tus pies! —y se desplomó de bruces en el suelo dando sollozos melodiosos muy sentidos.
Las servidoras la rodearon con revuelo de sedas ofreciéndole sales, flores, mimos y aire con abanicos de palma.
—¡Genial, es la mejor! —susurró junto a Benson y Yhanna un hombre mayor con una franja dorada en su capa de gala— Antes de la función siempre tiene miedo de fallar y se pone enferma de angustia: suda, tiene palpitaciones, se sofoca, se ahoga, parece que se muere… pero cuando entra en el auditorio y ve a su público se recupera como por milagro y canta como un ángel, como la propia Mut. ¡Y hoy va a estar como nunca!

BLANKA-L 28/01/0717:28




  • Los tumbados.
Un escocés borrachuzo, blasfemo, arrebatado y cascarrabias, llegó a Fisterra un violento diciembre de 1935, escupido por el mar en una esperpéntica representación: miles de acordeones flotando y emitiendo un sonido chirriante mecidos por un viento atroz y un oleaje de paredes saladas y, en medio de ellos, como un oceánico Quijote, asomaba él, su figura alucinada, la mandíbula desencajada, los ojos como platos, entre la histeria y la euforia de la supervivencia.
Venía de un carguero griego; una tartera a vapor, medio oxidada y renqueante, que un temporal bestial de los que trillan “A costa da morte” escarpando su perfil, arrastró hacia las rocas punzantes, junto con un cargamento de miles de aquellos instrumentos destinados, según cuentan, al carnaval de Nueva Orleans, unos cuantos cadáveres de chipriotas y filipinos y mi propio abuelo, el escocés alcoholizado, vagabundo irreductible, enganchado con furia a uno de esos armatostes con fuelle y a la petaca de malta que era ya una prolongación más de su demacrado cuerpo.
Apenas lo conocí, ni yo ni nadie, porque ni aprendió el idioma, más allá de dos o tres blasfemias en un gallego gutural y estrambótico en esa flamígera lengua de Edimburgo, ni se dejó ver más que por su familia en los treinta años que vivió en nuestra tierra, pues nada más ser rescatado y atendido por el médico -que no vio más que una cogorza considerable y un ligero resfriado en la exploración de ese esqueleto andante- fue puesto a los cuidados de una enfermera -a la sazón mi santa abuela quien, habiendo tenido un novio y no casándose con él, y habiéndose resignado a ser una solterona para el resto de su vida, como manda la tradición en estos lares y aquellos tiempos, vio, por decirlo así, el cielo abierto ante tamaña oportunidad- cuyos cuidados duraron para el resto de su existencia, ya que, sin saber cómo ni por qué, decidió no levantarse jamás.
Nadie llegó a quererlo, ni siquiera mi abuela –presionada por los tiempos que corrían, únicamente quería ser madre y obtener la aprobación popular- y es que no tenía más ansia que surtir su inagotable hígado de los espiritosos brebajes que vidriaban sus ojos saltones, tanto que parecían a punto de salir disparados de su huesuda cara y estamparse contra el cuadro pajizo y enmohecido de la Virgen del Carmen que mi abuela había colgado frente a la cama para vigilarlo en su ausencia. Mi falta de interés -por la imposibilidad de entendimiento y la pestilencia que expelía- no me dejó más que tres o cuatro imágenes estáticas en el cerebro, de un viejo escuálido, un guiñapo detestable y gruñón, que veíamos en fechas señaladas, en el pueblo, un tumbado que apestaba a alcohol, que gesticulaba con una energía desmedida para estar enfermo y gritaba sin descanso a mi pobre abuela, salpicándola al tiempo de gotas de saliva diluida en algún licor que, resignada, limpiaba al atravesar la puerta, mientras me miraba como esperando mi comprensión, a mí, que desde el quicio de la puerta no ansiaba más que ese chiflado se callase de una vez, ya que sus alaridos eran sin duda la fuente de la que nacían todos mis terrores nocturnos.
Ahora, pasado el tiempo, desaparecidos él y ella, cada vez me despierta más inquietud y curiosidad su historia, y si no fuera porque mi padre está postrado en la cama, enmudecido, en pleno proceso de deserción de la vida y el mundo, buscaría respuestas para eludir la condena de los O’Connelly. Claro que pronto me importará bien poco y claudicaré a mi destino: la horizontalidad en vida.

Chesterton30/01/0716:56




  • La vaga memoria.
Cuando la policía vino a buscarme a mi casa me asusté. Me atrapó ese complejo de culpabilidad soterrado con el que convivo y no sé por qué temí, porque en realidad no tenía nada que temer. ¿Puede usted acompañarnos, por favor? Necesitamos su colaboración. Al llegar a la comisaría, Antonio no paraba de gritar con la cara desencajada, mi nombre con sus dos apellidos.
La primera vez que vi a Antonio fue hará ahora veinte años más o menos cuando empecé el odioso trabajo del que todavía no he conseguido liberarme. Él hacía las labores de mantenimiento de esa empresa que ha sido mi refugio y mi condena durante las últimas dos décadas. La gente de mi departamento no tenía relaciones con los compañeros que pertenecen a esta sección. Para ellos eran como gente invisible que arreglaba cosas y que aparecían cuando tenían que aparecer. Pero a mí, que siempre me ha fascinado vivir otras vidas, cuan más distintas mejor, me gustaba relacionarme con el personal de mantenimiento, con las limpiadoras, con los vigilantes jurados. Y fue así como hablé con Antonio la primera vez, cuando vino a revisar el teléfono de mi oficina. Era una persona humilde hasta la confusión. Le costaba mucho rebasar esa puerta de la confianza que yo le dejaba abierta cada vez que nos encontrábamos. Siempre me saludaba con absurdas inclinaciones y me trataba de señor, señor a pesar de que me sacaba más veinte años. Era una persona trabajadora, noble, servicial y respetuoso, pero alegre. Siempre tenía una educada sonrisa para recibirte y algún gracioso cumplido para despedirte. Cuando me encontraba con él siempre terminaba diciéndome a mí mismo que aquel era uno de los tipos de los que la humanidad necesitaría por millones, y otro gallo nos cantaría.
Hace un par de meses escuché a dos de los compañeros que más cerca y lejos a la vez tenía en el café burlarse de él con sorna una vez que se hubo marchado de la sala de fumadores tras hacer un pequeño arreglo en la máquina del agua. Comentaban entre risas que a Antonio le estaba ocurriendo que se desmemoriaba, no recordaba las cosas que había hecho en el último minuto y claro, eso provocaba situaciones, para ellos, dignas de risa. A mí me preocupó la situación porque le tenía un gran aprecio y en los siguientes días traté de tantearlo. Me comentó con la sonrisa que en él solía ser habitual que tenía el cerebro fatal y que estaba yendo a un médico a ver si se lo reparaba. Nos reímos y yo traté de decirle que seguro que no era nada y que pronto curaría, lo típico en estos casos. Pero la cosa no curó, sino que fue empeorando.
Ayer salí tarde de la oficina y me lo encontré deambulando por la planta de abajo, me acerqué a saludarlo como lo había venido haciendo en los últimos veinte años y él se dirigió a mí sin decir mi nombre, pero con la familiaridad que ya nos habíamos forjado. Me preguntó si podía mirarle el cuadrante en el ordenador para saber a qué hora entraba mañana. Yo le dije que por supuesto, pero al mirar vi que estaba de vacaciones todo ese mes. Cuando se lo dije, él me dijo, ostras es verdad, y casi sollozando, empezó a contarme su calvario.
Te puedes creer que nos conocemos de hace veinte años y no recuerdo tu nombre. Juan Luis, le dije. Juan Luis, Juan Luis, pues no lo recordaba. No recordaba que estaba de vacaciones, ni siquiera recuerdo por qué he venido aquí. Le pregunté por el médico.
El médico, ja, el médico. ¿Sabes lo que me dice Juan Luis? ¿Juan Luis?
- José Luis.
- Eso, José Luis, José Luis. Me dice que hay algo que no le cuadra. Me dice que no le cuadran mis síntomas con todos los tacs que me ha hecho. Que hay algo que no le cuadra.
No se atreve a decírmelo, pero piensa que estoy fingiendo. Dios santo, que estoy fingiendo. Tengo sesenta años, me quedan cinco para jubilarme. ¿Tú te crees que yo tengo edad para fingir nada? Tú te crees Juan Luis que se puede fingir un calvario como este. Llevo trabajando desde que tenía 12 años. He vendimiado en Francia, después me fui a Alemania, a la fábrica. Allí hasta que llegué aquí. He sacado a tres hijos para adelante, que no les reprocho nada, porque ellos qué van a hacer los pobrecitos, cada uno tiene su vida, y están lejos. Con sus carreras los tres. Pero mi mujer… ella le hace caso al médico. Y me trata como si fuera tonto. Y yo tonto no soy Juan Luis. No es que haya sido muy listo, pero he tenido estas manos y la cabeza, pues lo justito pero me ha dado para que no les falte de nada, ni a ella ni a los niños. Pero ahora me mira como un estorbo y yo me doy cuenta de las cosas Juan Luis, aunque se me olviden. Y ahora mira cómo me veo. ¿Fingir? Por Dios bendito, yo lo que quiero es estar bien, como he estado toda mi vida, y trabajar, que no sé hacer otra cosa en esta vida, hasta que me jubile y luego Dios dirá. Y no verme así. Que yo me doy cuenta. Ayer me pasé la salida de mi casa Juan Luis con el coche y madre mía, tardé dos horas en volver. Perdido, y estaba al lado. Menos mal que vi al Pepe, que salía del bar y le pregunté. Estaba al lado pero yo no me acordaba. Te lo juro que a veces me dan ganas de colgarme de cualquier sitio porque esto no es vida, pero la verdad es que luego uno piensa, y si es verdad que hay vida más allá. ¿Cómo se presenta uno allí de esa manera? Y entonces decides tirar palante, pero así no hay quien viva.
Lo habían detenido en mitad de una concurrida de la calle por donde circulaba en dirección contraria después de haberse llevado por delante a una familia entera en un paso de cebra, y al llegar los agentes, tan sólo gritaba mi nombre, enloquecido. Mi nombre y los dos apellidos. Y así siguió hasta que lo encontré en aquella sala de reconocimiento.

cap_Alatriste 31/01/0700:02




  • Corazón partío
El doctor Monteverde, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Virgen de la Esperanza, está reunido en su despacho con los miembros de su equipo. Asiste también a la reunión el Catedrático de Anatomía Patológica, el prestigioso doctor Gómez-Coll. En este momento, escuchan con atención las palabras del Dr. Monteverde mientras observan las radiografías colocadas sobre la pantalla luminosa.
— Como pueden ver, se observa perfectamente la fisura que separa al corazón en dos mitades, es un corte limpio...
— ... perdone doctor, pero me gustaría ver el cadáver —interrumpe el doctor Gómez-Coll.
— Querido colega, por eso precisamente he requerido su presencia, es que no se trata de un cadáver, el paciente está ahí afuera esperando que le hagamos pasar... —responde el doctor Monteverde, consciente del efecto que sus palabras pueden causar.
— Jajajaja, le tenía a usted por alguien más serio, ha estado bien la broma...
— ... Es que no se trata de ninguna broma y... lo peor es que no le late el corazón... —insiste el Dr. Monteverde con seriedad.
— Pero... eso es imposible, nadie podría vivir con el corazón partido en dos mitades. Haga pasar a su paciente, estoy deseando explorarle —expone incrédulo el doctor Gómez-Coll que aún no ha descartado que pueda tratarse de una broma pesada.
Jacinto está esperando en la antesala de la consulta. Los nervios le impiden permanecer sentado y se distrae leyendo la infinidad de títulos y diplomas que tapizan las paredes. De repente, una enfermera asoma por la puerta de la consulta y se dirige a él con una sonrisa amable.
— Don Jacinto, puede usted pasar, el doctor le está esperando.
Tras recoger el gabán del asiento, Jacinto accede al interior de la consulta.
— Buenos días —acierta a decir temeroso ante la presencia del grupo de doctores.
Tras una hora de intensos interrogatorios, exploraciones y pruebas, el grupo de doctores sale por la puerta de la consulta.
— Sin duda estamos ante un caso único en los anales de la medicina, voy a telefonear sin demora al American College of Cardiology, este va a ser el caso del año —comenta el doctor Gómez-Coll a sus colegas mientras abandonan la consulta.
Jacinto se ha quedado solo, está sentado sobre la camilla y desnudo de cintura para arriba, tiene la cabeza entre las manos, está desolado ante su situación. Una voz le saca de sus pensamientos, es una doctora del equipo del doctor Monteverde que ha vuelto a la consulta.
— Jacinto, yo sé que te pasa —le dice mientras cierra la puerta de la consulta. Ahora están los dos solos.
Mientras Jacinto le mira con sorpresa, la doctora se despoja de la camisola verde y le muestra unos pechos generosos, desafiantes.
— Pon tu mano sobre mi corazón. Sin miedo —le dice la doctora en voz baja.
Jacinto algo nervioso, coloca su mano sobre el pecho de la doctora, intentando no rozarle el pezón.
— Jacinto, el corazón está en el lado izquierdo...
— Perdone, estoy algo nervioso y... —responde Jacinto, que sin retirar su mano del pecho derecho coloca su otra mano sobre el otro pecho.
— ¿Lo sientes latir? —pregunta la doctora.
— No...
— Yo también tengo el corazón partido y tampoco me late. Por eso sé lo que te pasa —dice con seguridad la doctora mientras se coloca la camisola verde.
Un rato después, sentados en la cafetería del hospital, la doctora le mira fijamente a los ojos.
— Jacinto, cuéntame, ¿tanto le querías? ...

Iconoclasta 31/01/0719:50




  • El Enfermo Imaginario.
El doctor Fillado agarró su maletín y salió de la consulta, se notaba enormemente cansado y sin mirar a los pacientes que llenaban la enorme sala del hospital, arrastró los pies hacia la salida del edificio. Toda la mañana se le había ido en revisar placas y miembros lesionados –interiormente, se preguntaba qué demonios hacía la gente para destrozarse de esa manera los huesos-, y por último aquella maldita mujer con sus dolores y su verborrea inútil diciéndole que él solo servía para calentar la silla y cobrar a fin de mes. Esa mujer –pensó- aún cree en los reyes magos, qué querrá que haga yo si en las pruebas no se refleja la radiculopatía…el dolor es muy relativo, y cómo voy yo a saber si lo tiene de verdad…a veces…, demasiadas veces, últimamente…
Condujo el automóvil hasta su casa, sin saber muy bien el porqué. Elisa, que no lo esperaba para comer, sacó unos congelados y le apañó una especie de plato combinado sin ensalada; él no pudo terminarse aquella cosa con sabor a plástico… a papel… a…, decididamente la vida había cambiado mucho. En casa de su madre, mientras acababa la carrera y realizaba las primeras prácticas y suplencias, nunca le había faltado el plato de comida caliente a cualquier hora intempestiva que llegase. Ahora, ni Elisa ni él tenían tiempo apenas para hacer una buena comida, y su madre…-sonrió- su madre había colgado el delantal y se pasaba los días viajando con sus amigas.
A las cuatro y diez, abrió la puerta del piso donde tenía su consulta privada, Charo ya había llegado y revisaba la pantalla del ordenador mientras tachaba en la agenda de visitas programadas.
- Buenas tardes doctor, la señora Molina ha anulado la visita, dice que tiene la gripe y que ya nos llamará. No tiene usted más citas esta tarde…
- No importa, estaré en mi despacho. Si llama alguien, dígale que puede venir hoy.
Aquella escena se estaba repitiendo demasiado últimamente, de seguir así, pronto tendría que cerrar la consulta. Tamborileaba pensativo con el bolígrafo en la mesa cuando se abrió la puerta y entró el único paciente del día anterior y de toda la semana: el señor Pávez y sus dolencias imaginarias. El doctor Fillado no pudo por menos que emitir un bufido y señalarle la silla con un gesto brusco, temía a estos pacientes más que a la peste. El señor Pávez se sentó con delicadeza y dejó el bastón apoyado en la mesa.
- Mire doctor, esto no puede continuar, tiene usted que buscar alguna manera de quitarme estas molestias. ¡No! No me diga que no hay inflamación, ni rigidez y que puedo moverme bien. ¡Ya lo sé! ¿Pero sabe usted? Esto me está matando. Doctor Fillado ¿ha tenido lumbago alguna vez? No me diga nada, ya se ve que no. Esas pastillas que me recetó no sirven para nada, ni la pomada, ni las inyecciones… y los dolores del brazo y de la mano cada vez son más intensos, ahora también me duele el pie derecho al caminar. Ayer ni me miró cuando le dije que la cadera me molestaba…
- Veamos señor…Pávez, viene usted cada día a mi consulta esperando un milagro que no puedo ofrecerle, ya le he explicado que estas cosas son lentas y ha de tener un poco de paciencia hasta que el medicamento comience a hacer efecto, no puedo creer que esté tan mal si el dolor no le impide desplazarse a mi consulta diariamente. ¡Ya está bien! Esto no es serio, señor Pávez…, no es serio le digo… ¿me escucha?... ¡Señor Pávez! ¡Señor Pávez!..
Charo oía los gritos desde su mesa, su mirada inquieta iba y venía desde la puerta de entrada al teléfono y otra vez hacia la puerta de entrada, no sabía qué hacer. Los gritos continuaban y la mujer, nerviosa ya, marcó el número de la casa del doctor y esperó a oír la voz de Elisa para hablar atropelladamente.
- ¡Hola! soy Charo, si, otra vez. Debería usted venir a buscarlo, esta vez le llama señor Pávez, pero le aseguro que en su despacho no ha entrado nadie mas que él. No, no ha venido nadie en toda la tarde, ni vendrán…

SONETODECUERDA 31/01/0721:07




  • Pelos.
El sudor es real. Y este calor. Y los pelos de la almohada, ¡todo, todo eso es real! Demonios... ¡maldito sea! ¡Deje de mirarme con esa cara de prepotencia! ¡Y no se me ponga cáustico! ¡Le digo que es una enfermedad insufrible! ¡Moriré asfixiado y todo el peso de la ley caerá sobre usted! ¡Negligencia! ¡Homicidio imprudente! ¡Magnicidio!
Un puñetazo en la mesa actuó como un resorte para un parpadeo rápido, fugaz e incesante del médico que, perplejo y nervioso, posó el bolígrafo ahora ya inútil y se resignó a escuchar de nuevo, por enésima vez, los absurdos síntomas del paciente, apoltronándose en su butaca de cuero, lo dejó hablar y hablar encogiendo los hombros, cauteloso: ¡en algún momento ha de callar, por dios!, pensaba.
Veinte años, sí. Veinte años de matrimonio y poco queda ya, más que un ligero cariño al rozar las plantas de los pies. Usted ya sabe. Y ahora esto ¡cielo santo! ¿Cómo va usted a dejar que muera de forma tan ridícula? ¡No se mofe, doctor! ¡Es usted científico! ¡No se mofe!
Todo empezó una noche de agosto bochornosa, el calor era tan pesado que abrimos las ventanas de par en par. De madrugada, ya dormidos, un viento violento que a saber de donde demonios vino, batía los maineles, la cadena tintineante de la lámpara de mesa, sus cabellos. Y empezó el mal, dios mío, el mal: el desastre ¡un horror! Caían por mechones, ¡pero que digo caían! ¡Se precipitaban hacia mi boca, doctor, como si tuvieran vida! como víboras ponzoñosas se colaban por mi boca y mis fosas nasales para acomodarse en mi garganta.
Túmbese. Abra la boca. De nuevo le digo que no hay rastro, ni irritación, ni el más leve síntoma de ahogamiento. Debe dejar de preocuparse.
Usted no lo entiende. ¿No le he dicho que son como víboras? ¡Se esconden! ¡Huyen de usted! Estarán en el esófago o el bazo, quizá más lejos, en el quinto infierno, en el tuétano de los metacarpianos...
En el otoño ya no eran mechones, eran matas, me cubrían toda la cara y en el espejo, ¡santo cielo!, mi reflejo era aterrador, un monstruo, un hombre lobo, y ellos... los pelos, los malditos pelos, me parecía oír su sádica risa colándose entre el oído medio y el laberinto, entre axones y neuronas se asentaban ahora, no se conformaban ya con mis fluidos ¡querían mis ideas! Y a fe que lo consiguieron, era una marioneta, un pelele ambulante colgado del brazo de mi cada vez más velluda mujer...
¿Cómo? ¿Pero no me ha dicho que...?
Sí, sé lo que va a decir... pero es que... ¡por el amor de dios! ¡En mi cuerpo se reproducen! Sus vástagos me abandonan y vuelven a asentarse en el cuero cabelludo de mi ignara esposa...
La puerta se abrió de golpe. Cuatro batas blancas, robustas, cuatro cuerpos imberbes lo sujetaron firmemente. Los gritos habían sido demasiado altos, para fortuna del sufridor doctor, que ya temía por su integridad.
No me pases más pacientes. Se tumbó en la camilla, sus ojos se clavaron en el techo, su pensamiento en el vacío. Un grupo de pelos se desplazaban con sigilo, ascendiendo sinuosos por las patas metálicas. Al doctor le pareció oír una risa sádica, casi un susurro, pero un susurro demasiado cercano -se alteró extrañado.

Voland_ 31/01/0722:46

CCLXXIX TINTERO VITUAL, homenaje a John Barth.- La ópera flotante

CCLXXIX TINTERO VITUAL, homenaje a John Barth
Muchas gracias a todos por el tintero que me otorgáis, y aunque sea compartido con el amigo Iconoclasta, me permito abrir yo el siguiente y poner tema, por aquello de que fui el primero en ganar.
Quedáis todos invitdos en el Poney Pisador a las correspondientes morcillas leonesas, picantonas y radioactivas, esas que se comen una vez y se degustan al menos cincuenta.
Espero que Iconoclasta me permita la broma, pero en todo caso, si quiere calificar, reducir o ampliar el tema que ppropongo, suya es la potestad y el derecho, y aquí queda esa invitación a proponer tema doble.
Y sin más preámbulos ni parabienes, procedo a proponercomo tema el título d euna obra de este curioso autor norteamericano.
TEMA: LA ÓPERA FLOTANTE.
saludos y encantado de estar con vosotros.

INCUUS 19/01/0701:35


Re:homenaje a John Barth.
Buenos días y enhorabuena por este tintero Incuus. Hubo un pequeño error en el recuento, tus votos harían co-ganadora a Blanka.
Saludos.

Iconoclasta 19/01/0710:27




  • La Opera Volante.
La Opera Volante.
Otra majadería del Paco. Un escritorcillo amigo conocido de él le metió la idea en la cabeza, hacer una ópera volante. Lee el escrito del redactor de estupideces, que le come el coco, (su tarro a estos efectos solo tenía megalomanía y melomanía, por cierto),y empieza a saborearlo, le da una vuelta al cabriolé de su fantasía y empieza a madurar el engendro. Que si esto se podría sostener en una simple pared vertical, que si desde aquí podría caer una lámina de agua iluminada por luces rosas, que si aquí podría sostenerse el artificio con unos simples cables, que si esto sería superbonito, que si esto y lo otro y lo de más allá tendría cuerpo y enjundia, que si que sí puede hacerse, que sí que esto lo hago yo con mis dos cojones. Y ya sabes como se las gastaba. Así que mandó al más famoso arquitecto de Europa, Japón, y los sietes mares de Simbad, y le dijo: quiero una Ópera volante. Y Santiago de Calatroca, que así se llamaba el arquitecto le dijo: te voy a diseñar algo que hace historia, te vas a chupar los dedos, Paco. Y vaya que si lo hizo. Lo colosal de su estupidez e imbecilidad es desproporcionado como algunos insectos palos que no parecen ser insectos y son bichos más bichos que ninguno. La explanada al aire libre se abre por encima del suelo a una altura de cincuenta metros. Sostenida por una torre de cien metros, la superficie parece que cuelga sobre la altura, novecientos metros cuadrados de superficie sobre las aguas, y cien metros cuadrados de palcos y butacas. Y por encima un techo de cristal. Es tan solo un auditorio mediocre, pero con la curiosa particularidad de su altura, una aberración. Una aberración estrafalaria y complicada, se tarda un cuarto de hora en subir, para nada. Ni se da ópera en ella ni nada, si acaso un concierto de vez en cuando y como todo además se sostiene por cables de acero, pues que todo parece que tiembla, y la gente no escucha la música del miedo que coge. Eso sí, bonita sí que es. Como han puesto unas bancadas de flores colgantes a los laterales pues parecen los jardines de Babilonia. Y esos focos que lo iluminan todo de noche, ¡¡¡qué gasto de luz más estruendoso¡¡¡. Y esa cortina de agua que cae desde la torre, y todo acristalado, lo que debe de costar el limpiarlo. En fín , hizo historia, nada más hecha, el Paco que ve la primera Ópera, sube a la torre, y se arroja. Cien metros de caída libre y en picado sin profilácticos. Justo cuando lo del gallito de la Jallas, la soprano, justo en el dó de pecho, el Paco volandero que baja los cien metros desde su soberbia y se dá contra el suelo, y joder, ¡¡¡¡ el hijo de puta que no se mata¡¡¡¡¡, cuarenta huesos rotos e invalido de cuello para abajo, pero vivo. Y toda la gente aplaudiendo y chillando, y dos bandos, unos diciendo: otra otra otra otra; y otros, llorando como Magdalenas penitentes. En fín. La Opera Volante. Primer premio en el Festival de Arquitectura de Chicago.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero

Escritorcillo 19/01/0713:32




  • La croqueta de cristal.
Philomaena Benson se extañaba una y mil veces de que una chica exquisita como Yohana pudiera estar haciendo su música en aquella taberna grosera del puerto espacial del planeta Cannas.
Admiraba su figurita fría que pasaba entre las mesas saludando a los clientes, rechazando las manos que querían tocarla, sonriendo. Le gustaba su cráneo bien afeitado, sus enormes ojos negros y su sari color azafrán.
- ¡Yohana, te voy a llevar a la Ópera! -le dijo a la tarde siguiente.
- Me gustaría -sonrió la chica-, pero en esta parte del espacio no hay. Somos la última frontera, somos brutos y nos gusta la música maleducada.
- Han puesto en órbita una Ópera a unos pocos parsecs de aquí, y te aseguro aque es lo más nuevo y lo más moderno que flota en el espacio. No puedes estar siempre aquí, Yohana, encerrada en el puerto con los navegantes borrachos, desperdiciando tu música.
Y aunque Yohana, humildemente, no creía que se estuviera desperdiciando nada, se marchó corriendo a arreglarse, se puso su mejor sari dorado, se perfumó el suave cráneo y se reunión con Benson en diez minutos.
- ¡Estás preciosa!
El edificio de la Ópera Flotante se veía desde muy lejos por su brillo. Parecía una esfera de diamente.
- ¿Cómo lo han hecho? -dijo Yohana, con asombro.
- Han partido de un grandioso grumo de plástico inflamable cubierto de polvo de sílice, tal como se reboza una croqueta. Lo han llevado al espacio y han provocado una reacción química en el corazón de plástico, que ha generado mucho calor y se ha expandido. El exterior de sílice se ha fundido, pero enseguida el frío del espacio lo ha compactado, cristalizado, y ha formado esa costra transparente, esa enorme pompa brillante. ¡Es una idea genial! Todo el interior es transparente, está hecho también por procedimientos de neocristalización: los suelos, los asientos, las paredes...
- ¡Ay! -se agitó Yhana con inquietud- ¿Quieres decir que los techos son de cristal y que los del piso de abajo me pueden ver las plantas de los pies?
Y se marchó corriendo a cubrírselas con henna porque, según la religión de los artistas de música corporal, las sebnsibles plantas de los pies eran sagradas y nunca se debían mostrar desnudas del todo.

BLANKA-L 20/01/0701:07




  • La extraña vida de Flavio Soci. Opereta Flotante.
Flavio Soci era barítono del Teatro de la Ópera de Roma. Sólo creía que existía una única vida posible y motivadora, la que le proporcionaban los escenarios, su chorro de voz, su talento, los aplausos del público y la opípara dieta que engullía en los entreactos. Los ensayos le aburrían mortalmente porque aseguraba que no los precisaba. Si de él dependiese transitaría del camerino al escenario como quien sólo pisa bien las tablas sobre ellas, y fuera de ellas se siente inseguro, un simple mortal, un cero a la izquierda. En definitiva, Flavio Soci nunca salía a la calle y residía desde hacía veinte años en su camerino. Se hacía servir las mejores y más selectas viandas de los restaurantes más caros y prestigiosos de Roma. Cuando se quedaba solo en el teatro se aventuraba a pasear entre bastidores sin encender las luces y practicamente a ciegas. Aspiraba el olor característico de aquel teatro. Su fino olfato le traía aromas de lugares remotos por simple asociación de sinestesia. Aquel teatro de la ópera olía al mar de Chipre, a los canales de Venecia que viera Otelo, a las estériles tierras de la Castilla del siglo XIV de La Favorita, los ambientes vieneses y alemanes del joven Werther, el barrio latino parisino de Rodolfo y Mimi, la Nagasaki de Madama Butterfly, la Italia napoleónica de Tosca, la corte egipcia en el palacio imperial de Menfis de Aida, la Vizcaya y Aragón del siglo XV de Il Trovatore.....Si, Flavio no precisaba salir del teatro para sentir que su vida cobraba todo el sentido del mundo y sentía la presencia global y total del orbe entera entre aquellas cuatro paredes de altísimos techos y preciosísimas lámparas. Sus compañeros, tenores, sopranos, barítonos,...le tenían por loco. Pero como a muchos locos, también lo consideraban un genio entre los genios no sólo por su portentosa voz, sino por su manera de calibrar las cosas de la vida, su prisma peculiar y único.
Flavio Soci sólo aceptaba la visita de su madre una vez al año, el 30 de marzo, día de su cumpleaños. Cuando Flavio cumplió cincuenta años le comunicaron que su madre no lo visitaría más. Había fallecido atropellada por un tranvía cuando ella se dirigía al Teatro de la Ópera para cumplir con el rito anual. Flavio se negó a salir para acudir al sepelio. Hizo mandar cincuenta coronas de flores de orquídeas blancas, que conmemorasen los cincuenta años de preciosa relación filial.
Flavio Soci murió mucho tiempo después tal y como él quería, sobre los escenarios, interpretando al libertino duque de Mantua en Rigoletto, cuando mostraba un desdén absoluto por Gilda en particular y las mujeres en general en la segunda aria. Se le atragantó un sostenido y murió infartado. Nadie acudió a su sepelio. Ni siquiera sus compañeros de reparto.

gemmayla 20/01/0717:48




  • El Vuelo De La Ópera Espiral.
Había gran regocijo por la perspectiva del acontecimiento y las cosas se realizaron con gran esmero. Se trajo iluminación profesional de allende los mares que se instaló en el entoldado levantado para dar cabida a una pasarela de modelos construida con maderas tendidas sobre toneles de latón cubiertos de hule imitación terciopelo verde, y también se contrató a dos virtuosos de la guitarra para amenizar y dar glamour al conjunto. Los organizadores se congratulaban por la capacidad de convocatoria que suscitaba el evento frotándose las manos, dándose palmadas en la espalda el uno al otro y, cada cual las propias, rascándose satisfechos las gónadas por encima de los pantalones. Durante unos días pasearon así, ufanos, por las calles de la capital comarcal mientras eran agasajados y se les obsequiaba con todo tipo de suministros bebibles, comestibles y fumables, al tiempo que eran seguidos por una turbamulta entusiasta y enfervorizada.
El día señalado para el festejo las gentes abarrotaban el entoldado sobrepasando el número de sillas plegables y hubo que distribuir personas por el suelo, de forma que se hizo necesario acomodarlas en colchones. El ambiente era de gala, todos se habían limpiado las manos antes de salir de casa por si las modelos llevaban intención de dejarse tocar y algunos se lamían las palmas para que resbalaran mejor, pero cuando los guitarristas llegaron tambaleándose bajo el efecto de la bebida, haciendo eses, con la cara muy pálida e impregnados de sudor frío, surgió un turbio presagio que quedó confirmado al ver a los dos, con sus guitarras poco estables sobre sus rodillas, entonar "Cecilia" de Simon y Garfunkel desafinando en diferentes tonos.
Tras unos murmullos funestos los guitarristas beodos empezaron a repetir y a repetir la ejecución de "Cecilia" de Simon and Garfunkel al no haber ovación alguna del público que les hiciera saber que la canción había llegado a su fin. Con los acordes de la sexta arremetida llegó una nota de la directora de la Escuela de Modelos diciendo que les había surgido otra cosa en otro sitio. Se recurrió de inmediato a hijas, madres y hermanas de cuanto funcionario municipal se hallaba presente para sustituir la insustituible profesionalidad esperada en un acto de esta clase. El público con los ojos abiertos como platos, en blanco, ante la duodécima interpretación de "Cecilia" de Simon and Garfunkel, apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor, de manera que las ninfas de importación fueron suplantadas por las popularmente conocidas como “parientas”.
No hubo en principio grandes protestas entre unos espectadores aturdidos por la música. Como las tablas no estaban asentadas con firmeza y las improvisadas modelos no dominaban aún los secretos de la pasarela, el cimbreo alteró su ya poco armonioso paso, haciendo que temblaran piernas, carnes y orejas. Mientras, "Cecilia" de Simon and Garfunkel se tornaba gangosa. Cuando algunos ya lloraban, ora por la quincuagésima repetición de "Cecilia" de Simon and Garfunkel, ora por ver a las mujeres de su familia humilladas sobre las tablas, alguien de entre el respetable emitió un prolongado gemido suplicante y doloroso que rompió como por ensalmo el hipnotismo escénico.
La iluminación profesional fue devuelta vía patada a su país de origen y se prendió fuego al hule que cubría los toneles, con lo que algunas de las “parientas” quedaron atrapadas entre dos hogueras sobre las maderas que no dejaban de bambolearse. De esta manera, se inició una danza a la luz de las llamas dando a la masacre que se iba a desarrollar un toque “go go”, pero con aires infernales. Bajo el influjo de esa catarsis, las “go gos” infernales fueron rescatadas con cariño y cordialidad familiar por todos los asistentes, deseosos de expresar el inmenso afecto que repentinamente sentían por ellas, y los guitarristas fueron quemados ritualmente mientras el edil y el teniente de alcalde cantaban "So Long" de Simon and Garfunkel.

SEMENTERIO 20/01/0722:54




  • La impertinencia.
En el antepalco la mano enguantada de Irina, en un acto inconsciente e irresponsable, deja caer los impertinentes. La luz de las monstruosas arañas colgantes, tenues, apaciguadas durante la actuación, se refleja levemente en las lentes -en vertiginoso descenso- y lanza destellos arbitrarios entre el concentrado público. Los elegidos no se perturban, centrados en la escala de notas esculpidas por la diva, descomunal, brillante, altiva. Es después -en el intervalo inmediato- cuando, con movimiento unánime, el auditorio gira la cabeza hacia el lugar de donde procede el estrépito, el casi mudo estruendo, un ruido seco, de metal rebotado, amortiguado por la encarnada moqueta. Como un resorte, los centenares de ojos, tras el rápido castigo de miradas reprobadoras, vuelve a la fuente de la que manan decididas las lacónicas y deliciosas notas.
En el segundo acto, después de varios bostezos, Irina -en impúdica postura- sube un pie al antepalco repujado en pan de oro, alza los brazos en cruz y, sin reparo, flota por encima de las severas cabezas deleitadas y abstraídas en las cadencias hipnóticas y agudas. Irina se eleva hasta el techo engalanado con un gran fresco que representa los gomosos y exagerados cuerpos de Acis y Galatea, para caer en picado hasta los tan necesarios impertinentes, delatores de bostezos y fingimientos, de miradas pecaminosas y lascivias encubiertas. Con el trofeo en el puente de su nariz, regresa a su lugar, orgullosa en el porte, ajena a la tempestad que acaba de desatar.
El público, enojado ante tamaña falta de respeto y decoro, detiene la función; la diva, sumisa ahora, enflaquecida en su altivez, calla, dejando las notas rebotar contra el suelo y volver a su boca, inflando el cuerpo de dorremis fasoles a la espera de reemprender la marcha incesante y armoniosa hasta las cavidades de los oídos forasteros que la escuchaban absortos.
Pero es necesaria la lección moralizante, los pequeños desmanes, si tolerados, se convertirían en revoluciones desastrosas y de consecuencias imprevisibles. El auditorio, al compás, se incorpora en sus butacas, dejando tras sus suelas una hendidura marcada por un vergonzoso rastro de mugre sobre el impoluto terciopelo que con altruismo los cobijaba en su regazo y -con leve impulso- se elevan y arremolinan pamelas y chisteras, sin estridencias, en vaporoso movimiento. Suspendida, la masa se agolpa frente al antepalco culpable y a escasos centímetros del rostro de la mujer responsable de la atroz descortesía, como un gran monstruo de quinientas cabezas, frunce el ceño y regaña con el índice censor, centenares de manos alzando el implacable juez de las falanges erectas, oscilante, riguroso, brutal. Irina, aterrorizada, no tiene más campo de visión que entrecejos convexos, ojos encendidos de furia y pendulares dedos. Se ahoga en su lividez y la masa reacciona. La masa comprende. La masa es compasiva y perdona. Se posan de nuevo con suavidad, como copos de nieve, en los mancillados sillones.
Un do prolongado, de precisión impecable, vacía el hinchadísimo cuerpo de la soprano quien, como diez elefantes, había cubierto cada gota de aire del gigantesco y ampuloso escenario con la redondez excesiva de su cuerpo inflado de notas. Ese do es preludio y anuncio del regreso a la melodía suspendida, retoma su viaje en cadencias hipnóticas, destellos sonoros, embaucadora de ilusos, letargo de esperanzas pero, al fin y al cabo, deparadora de alegrías sedativas a nuestro pueblo y su gobierno. Irina, el público, los impertinentes -olvidado el delito- se regocijan en la tempestad acústica y mientras unos se dejan llevar por sus sueños, otros escudriñan los sueños ajenos buscando la falta, la grieta, la herida. Las notas, libres ahora, no descansan en su frenesí viajero, liberadas de su medio, la cuerda vocal, vagan despertando los tedios.

Chesterton 22/01/0718:03




  • La música de las esferas.
Lo que ocurrió aquella noche en el Teatro Real permaneció en secreto durante muchos años. Son pocos los que están al tanto de la historia, y de éstos apenas algún perdedor, desengañado de la vida, se atreve a relatar algún detalle, no sin antes engullir media botella de whisky. Fue uno de estos despojos humanos el que me narró lo sucedido a la casta diva Montserrat Ferrater en la noche del estreno de Don Guareschi. Fue en el último acto, cuando la soprano canta el aria Non mi buttare per la finestra, y en un prodigioso alarde de virtuosismo emprende un delicado vuelo por la escala, regalando al espectador con la belleza misma hecha música. Lo que observaron los presentes a continuación bien pudo ser resultado de los cuatro entreactos que habían visto al venerable acudir al ambigú para deleitarse con la consabida copita de Moêt Chandon. Sea como fuere, al atacar el desenlace del aria la prima donna dejó a todos sin habla con el más límpido do de pecho que jamás vieran las tablas del Real. Y cuentan que fue entonces cuando sus pies se alzaron del escenario, los velos de su vestido ondearon con la brisa de la ventilación artificial y su rostro adquirió los rasgos de una virgen de Botero. Sus rasgos comenzaron a redondearse, los carrillos hinchados, la frente ancha, y los velos se separaron de su cuerpo como impulsados por una fuerza interior. Se ensanchaba y se ensanchaba y ascendía como una pompa de jabón, liviana y sutil.
Ni un rumor se oyó entre el público. Todos contemplaban boquiabiertos aquel alarde escenográfico. Fue el grosor creciente de la casta diva lo que despertó los primeros murmullos. Cuando en su ascenso perdió la vertical y comenzó a oscilar mostrando al patio unas rollizas piernas y un retador e inoportuno tanga beige, los murmullos se convirtieron en quejas indignadas. Hasta que una figura apareció en el escenario. Un hombrecillo gris, vestido de frac, el director de escena. Su rostro desencajado alarmó a los asistentes, que en el acto supieron que no había hilos que elevaran a la ya esférica cantante. Comprender ésto y desatarse el pánico fue todo uno.
A partir de aquí los relatos divergen. Casi todos coinciden en que el terror cundió en el patio de butacas, y que desde los palcos sugían gritos, dedos incrédulos y miradas aterradas, que apuntaban a la bola de gasas que flotaba caóticamente, lenta y elegante, mientras profería aquel do de pecho que no tenía trazas de acabar. Según algunos hubo tramoyistas que trataron de cazar a la soprano encaramados a las bambalinas y armados de bicheros, redes e improbables cazamariposas. Según otros el personal se limitó a gritar incoherentes instrucciones de navegación a la desorientada esfera cantante. Hay quien subraya el pánico que poseyó al reparto, que vagaba por el escenario espantado y profiriendo gritos impecablemente armónicos en la menor y en si bemol mayor. Cierto conserje asegura que el tenor, presa de un ataque de histeria, salió al escenario armado con una escopeta dispuesto a poner fin al aria de manera wagneriana. Pero todos coinciden en la serenidad que mostraba la familia real en pleno, aposentada en su palco, entre la burguesa barahúnda y el terror paralizante de los guardaespaldas.
Y dicen que fue entonces cuando el monarca perdió sus rasgos espartanos para hincharse cada vez más y más, hasta alzarse lentamente y abandonar el palco arrastrado por la brisa, acompañando a la soprano en aquella música de las esferas. Y aquí y allá comenzaron a elevarse orondas pelotas burguesas, el rostro arrebatado por la belleza del do. El vocerío remitió y conforme reinaba el silencio se alzaban las esferas llevadas por el éxtasis. ¡Qué do! ¡Qué belleza! ¡Oh, la ópera! Al cabo de unos minutos sólo un viejo acomodador sordo quedaba en el patio desierto, contemplando la danza de aquellos melómanos que flotaban por el recinto como globos de helio, ebrios de música, de vanidad y de Moêt Chandon.

Kastorp 23/01/0702:55




  • ¿La conoce?
Cuando alguien llama un domingo al portero automático y coges el telefonillo, lo primero que piensas es que algún desaprensivo ha aprovechado el festivo para repartir publicidad y hacerse unos cuartos extra a costa de la tranquilidad ajena, pero cuando contestan abajo que es la policía echas de menos al repartidor.
Abrí dócilmente la puerta y esperé a que subiesen. Eran dos agentes, uno pelo blanco y el otro casi un chaval al que el uniforme le sentaba como un disfraz. El más viejo me saludó, me preguntó si era Gonzalo Pozuelo y cuando respondí afirmativamente me alargó la fotografía de una mujer muerta con el rostro tumefacto y bastante desfigurado.
—¿La conoce? —me preguntó después de unos segundos.
—No. Creo que no —respondí.
—Llevaba su nombre y su dirección en la cartera —explicó el más joven.
Yo me encogí de hombros.
—Comprendan que así, en una fotografía como esa... —traté de justificarme.
El del pelo blanco parecía esperar esa respuesta, porque se agarró a ella de inmediato.
—Tenemos que pedirle que nos acompañe al depósito de cadáveres, por si pudiera identificar a la difunta.
Comprobé con tres palmetazos por mi anatomía que llevaba las llaves, la cartera y las gafas, y baje en el ascensor con los dos agentes.
El trayecto no se dio mal: viajar en un coche patrulla no agiliza el tráfico ni te libra de los semáforos, pero por lo menos no te pita ni Dios.
De la sala donde tenían a la mujer sólo recuerdo los azulejos blancos y el olor a alcohol y desinfectantes. La muerta estaba tapada con una sábana blanca y cuando estuve lo bastante cerca, un operario con bata verde descubrió su rostro.
—¿La conoce? —insistió el policía del pelo blanco?
—Me suena su cara. No la ubico, pero me suena —repuse reprimiendo una náusea. El policía más joven debía se de mi misma opinión porque se mantuvo prudentemente al margen.
El operario de la bata verde descubrió entonces completamente el cadáver desnudo de la muerta.
—No es muy agradable, peor es necesario —trató de justificarse.
—Tenía razón, al menos en la primera parte de su afirmación. El cuerpo de la mujer estaba lleno de golpes, y presentaba una herida larga y brillante en el abdomen por el que asomaba el tracto intestinal. También tenía una cicatriz en forma de ese en el tobillo.
Y entonces recordé.
Aquella cicatriz se la había hecho mi perro allá por el año setenta. Era ella. Hacía veinte años que no la veía. No sabía en qué circunstancias había muerto ni qué vida había llevado desde entonces.
Durante un tiempo nos vimos sólo los veranos, en Toledo, y luego, cuando los dos nos mudamos a Madrid empezamos a vernos varias veces a la semana. Hubo algo. Hubo mucho entre nosotros.
—¿La conocía? —preguntó una vez más el policía canoso.
¿La conocía? Me pregunté yo. Se llamaba Pilar. Pilar Monzón. En ella, Monzón no era tanto un apellido como un perfecto adjetivo que la describía completamente.
¿La conocía? No podía responder a eso. Con ella tenía la impresión de ser como aquel granjero que vivía al borde del Mississippi y que todas las tardes veía pasar por delante de su casa a la Ópera Flotante, un gran barco de vapor en el que se embarcaba la flor y nata de Nueva Orleans para cenar ostras y escuchar una ópera durante la travesía. En el barco se representa siempre la misma ópera, y el granjero oye cada día un fragmento cuando el barco sube río arriba y otro cuando el barco baja de regreso. ¿Puede decir el granjero que conoce esa ópera?
No lo sé. A lo mejor conocer a alguien es eso: contemplar fragmentos. Tratar de unirlos. Inventar lo que falta.
—¿La conocía usted? —repitió el policía.
—Se llamaba Pilar Monzón y le pedí matrimonio hace treinta y dos años. Me dijo que no —respondí tratando de ser objetivo.
Luego volví a casa preguntándome por que guardaba aún mi dirección. Seguramente me esperaba para los plausos.

INCUUS 23/01/0722:35




  • El humo que truena.
Odiaba la música. Ensayos interminables habían creado en él una aversión sin límite a cualquier sonido melodioso. Su primer maestro de piano, ya en la infancia, jamás sospechó que estaba creando un monstruo al ordenarle repetir las escalas una y otra vez. Creó en él un hábito que le atrapó como una camisa de fuerza.
Tocaba como un poseso del ritmo. En lo más hondo de su conocimiento, a veces lúcido, se daba cuenta de que lo suyo era una obsesión y deseaba que alguien o algo, lo que fuera, detuviera el desenfreno. Era estresante. Era un no vivir.
Su fama se extendió con rapidez. Le llamaron para que formara parte de la orquesta en una gira extraordinaria. Se iba a representar una ópera bufa; un estreno mundial que los patrocinadores habían exigido se llevara a cabo en un marco incomparable, exótico de verdad. Se habían talado algunos árboles en las riberas del Zambeze, en un perímetro suficiente como para colocar tribunas de espectadores que quedarían deslumbrados por la mezcla del sonido natural salvaje y la música más extravagante del siglo XXI. Algo nunca visto. El impacto ambiental se compensaría adecuadamente más tarde.
Una barcaza, propulsada a remo y vela para aportar sosiego a la escena, se deslizaría arriba y abajo por el río mientras en cubierta los actores interpretaban la obra; “Avverso, ma ché cosa fa “del maestro Funghi, un compositor transgresor que sonaba fuerte en los círculos musicales. Estaba de moda.
La expectación era enorme. El público, multinacional y millonario en su mayoría, abarrotaba los escaños de las gradas con sus galas más llamativas, los pícaros se colaban por debajo, y se oía cómo el coro, sobre la cubierta engalanada, atacaba el preludio con un ascendente y repetitivo; ¡Avverso! ¡Avverso! ¡Avverso!
La barcaza se deslizaba majestuosa río abajo, mientras el gentío miraba hipnotizado al pianista que agitaba su flequillo aporreando las teclas en un fortísimo vibrante. El temblor se propagó al navío que, cual toro enfurecido, empezó a agitar las aguas dejando al descubierto las enormes raíces de las orillas del río que habían estado hasta entonces sumergidas; raíces de todo tipo, largas, redondas y cuadradas. Los remos terminaron enredándose en ellas y se perdieron luego en los embates y marcharon flotando corriente abajo. La gente miraba con ojos de asombro. Se apagaron las voces y empezó a oírse un murmullo diferente.
Todos a una, el coro, el tenor, la soprano, el barítono y los músicos estaban soplando contra la vela en un esfuerzo supremo, pero, la barcaza, en vez de rolar y volver contra corriente como era el plan previsto si no hubieran desertado los remos, siguió río abajo hasta precipitarse por la enorme catarata que era el orgullo patrio, con sus cien metros de caída libre y su ruido atronador. Hubo un agudo final, a coro, ciertamente memorable, con percusión natural, seguidos de un minuendo y un silencio estupefacto.
Así se contó en la crónica de un diario.
PD: Avverso = Reacio

ASOMBRILLADA 24/01/0709:56




  • Lo que nadie contó nunca.
En la sala magna del Ayuntamiento de Sevilla, bajo las arañas de cristal y vigilados por los retratos de antiguos mandatarios, se reunían aquel día las autoridades civiles, militares y religiosas. Se trataba de la presentación de una colosal obra de ingeniería que proporcionaría fama y lustre a la ciudad. Desde el interior de la sala, se escuchaba el aliento de la multitud, agolpada en la Plaza Nueva, anexa al ayuntamiento.
— Como todos sabemos el Gobierno de la nación se ha volcado con Sevilla en este quinto centenario de la Hispanidad. Con este motivo se han aprobado los créditos necesarios para las obras de infraestructura que acompañarán a la Exposición Universal que... —empezó a decir el alcalde que fue interrumpido por el aplauso espontáneo de los presentes— ... Quiero dar la palabra al Gran Comisario General para que nos explique el innovador proyecto, orgullo de futuras generaciones de sevillanos —acabó de decir entre grandes ovaciones.
— Gracias señor alcalde. Tengo el honor esta tarde de presentar, ante este augusto auditorio, el proyecto que para nuestra querida ciudad ha preparado el conocido ingeniero británico Richard Tartesso. Se titula así: “Proyecto de una Ópera Flotante, sobre el río Guadalquivir a su paso por la ciudad de Sevilla” —pronunció de manera solemne el Gran Comisario mientras en la sala se escuchaban exclamaciones de asombro y vítores.
El rumor pronto corrió entre el pueblo congregado a las puertas del ayuntamiento, se dieron escenas de éxtasis, hubo desmayos, una alegría desenfrenada invadió a las masas y pronto se extendió por toda la ciudad.
¡Una opera flotante!, ¡Viva Sevilla y viva la Virgen Macarena!, ¡Seremos la envidia del mundo! Desde aquel día la ciudad quedó sumida en una catarsis colectiva, todos los males quedaron olvidados, sólo se vivía pensando en el momento de la inauguración de la Ópera Flotante. En la ciudad no se hablaba de otra cosa, en los colegios, en los cuarteles, en los supermercados.
Las obras faraónicas comenzaron, en primer lugar se construyó una plataforma flotante sobre pontones. Luego se estabilizó la misma, con un sofisticado sistema de contrapesos que compensaban el efecto de bamboleo producido por las mareas. Una vez dispuesta una plataforma estable se construyó el auditorio sobre ella, no se escatimó en materiales ni en detalles. La Ópera Flotante era algo más que un auditorio, era un símbolo, era la ilusión de un pueblo.
No recuerdo haber visto nunca tanta gente como en el día de la inauguración de la Ópera Flotante. Estaba toda Sevilla, las márgenes del rió eran un hervidero de gente. La Opera Flotante lucía ufana frente a la Torre del Oro, estaba atestada de autoridades. Las calles, adornadas con farolillos y banderines para la ocasión, bullían de alegría. Vendedores de azúcar dulce, puestos callejeros de tatuajes, mimos estáticos y echadoras de cartas completaban el paisaje festivo. La ilusión se palpaba en cada rincón.
De repente, dos minutos antes de la hora anunciada para la inauguración, una gigantesca ballena blanca asomó desde el fondo del río. Abrió su enorme boca y se tragó a la opera flotante con todo su contenido, humano y material, volviendo al fondo del río. Todo sucedió en un segundo, de manera muy silenciosa, nadie escuchó a la ballena salir ni volver a sumergirse, sólo unas ondas en la superficie del agua delataban lo sucedido.
La muchedumbre, testigo de lo ocurrido, enmudeció, nadie dijo nada. Se quedaron algunos minutos mirando las calmadas aguas del río y poco a poco, se fueron dando la vuelta y regresaron a sus casas. Por el camino, los hijos no preguntaron a los padres. La gente caminaba por las atestadas calles en silencio, sin mirarse.
Nunca más se volvió a hablar sobre lo sucedido aquel día.

Iconoclasta 24/01/0720:35




  • Desdémona.
A Desdémona le marcó el destino un padrino amante de la ópera y de las letras de Shakespeare. A sus padres que no tuvieron apenas posibilidad de aprender a leer y a escribir, el nombre les pareció un tanto extraño para una criatura tan pequeña, pero en aquellos tiempos de pobreza y necesidad estos detalles carecían de importancia. Aquel apadrinamiento por parte del amo de la hacienda vendría acompañado de una moneda de plata y un cesto con ropa desechada por su propia hija que tenía más edad.
Desdémona llegó a los siete años con el cuerpo pequeño y flaco pero no exento de armonía, en su cara morena aparecían como engarzados unos ojos verdes y brillantes que ella solía fijar en los demás con la avidez de un felino. La muerte de su madre dejándola tan pequeña, conmovió el corazón de la señora de la hacienda y después de consolar al viudo decidieron llevársela a la casa grande. El ama la puso bajo las órdenes de la cocinera, que era una buena mujer, y a partir de aquel día la niña dedicó todas las mañanas a los quehaceres en la casa con los que iniciaría su largo aprendizaje. Las tardes las pasaría con los hijos de su padrino, Román de diez años y Julia de ocho, con ellos empezó a compartir horas de estudio y tiempo de juego.
La niña acostumbrada a la vida del campo, se mostró ágil y emprendedora y Román no tardó en aceptarla como a un igual. Julia, más serena, aunque se dejaba arrastrar por ellos en sus aventuras por el bosque y los baños en el río, solía quedarse en la orilla o bajo los árboles observándolos. A Román le fascinaba su pequeña amiga, decía que Desdémona flotaba ingrávida sobre sus pies, tal era la agilidad que demostraba. Julia apretaba fuertemente los labios cada vez que le oía hablar así, y si la pequeña la había observado en ese momento con aquella mirada suya tan penetrante, Julia sin contemplaciones la había rehuido velando sus pensamientos a aquellos ojos que consideraba descarados y salvajes. Estuvieron juntos hasta que Román cumplió los catorce años, momento en que los dos hermanos partieron hacia distintos internados para seguir sus estudios.
No volvieron a verse hasta cuatro años después. Desdémona, gracias a los buenos cuidados que le había prodigado la excelente cocinera había crecido fuerte y sana. Román y Julia también habían cambiado mucho y con sus ropas elegantes y a la moda deslumbraron a todos los componentes del servicio de la gran casa, los dos venían cargados de proyectos para pasar un verano entre fiestas, excursiones y amigos que no tardarían en llegar. Román había heredado de su padre el gusto por la música y las letras y sufría de unos dieciocho años tormentosamente románticos y novelescos. Julia más fría y reflexiva, era muy consciente de la realidad y creía firmemente que ésta podía doblegarse con decisión y firmeza para satisfacer sus caprichos.
En esos cuatro años Desdémona había aprendido y comprendido que su lugar no estaba al lado de sus compañeros de juegos y un poco por timidez y otro por respeto, se mantuvo alejada de ellos durante unos días. Todas tardes solía bajar hasta la casa de su padre y después volvía corriendo a través de los campos, por los atajos conocidos; no había perdido nada de su agilidad y se sentía libre y feliz en aquellos momentos de expansión. Al cuarto día de su regreso, Román vio desde la ventana la llegada de su antigua compañera de juegos corriendo con la melena al viento, y no dudó ni un momento de quien era ella. No pudo reprimir emitir unas palabras en voz alta -‘Corre Desdémona, corre, flota, vuela, tu cuerpo es como una melodía’-. Si él se hubiese girado en ese momento, se habría sorprendido con la expresión de odio reflejada en la cara habitualmente serena de su hermana. Julia había sentido en ese momento renacer los celos infantiles que le habían embargado durante tantos días en su infancia, y tal vez por la inconsciencia de sus dieciséis años o porque sus celos habían madurado demasiado en su espíritu, decidió esa tarde acabar con Desdémona.
Román, Julia y Desdémona se hallaban tumbados sobre la hierba, oyendo el rumor del agua cantarina, secándose al calor de los rayos del sol. Se habían bañado juntos, se habían recordado anécdotas de los días pasados en aquel río y ahora descansaban medio adormecidos por el calor. Julia se incorporó y sacó botellines de refresco de la cesta que habían llevado con la comida, le tendió uno abierto a su hermano, mientras ella bebía de otro. Román señaló hacia Desdémona y su hermana se encogió de hombros en un gesto despectivo y continuó bebiendo, a él no le gustó esa altivez de su hermana, sentimiento cada vez más habitual en ella. Llamó a Desdémona y le ofreció su botella, la muchacha le dio las gracias con sus ojos brillantes. Y comenzó a beber con la sed impetuosa que trae el calor del verano, bebió más de la mitad del líquido de la botella y la dejó caer mientras la tarde se nublaba para sus ojos, unos ojos de penetrante mirada que se clavaron en los de Julia, leyendo por fin en ellos el odio desafiante y corrompido por los celos. Román no veía a su hermana, el cuerpo de Desdémona dejó de flotar ante él y cayó sobre la hierba, pesado, inerte y sin vida.

SONETODECUERDA 24/01/0723:47

viernes, 30 de marzo de 2007

TINTERO VIRTUAL CCLXXVIII – Historias secretas del convento

TINTERO VIRTUAL CCLXXVIII – Historias secretas del convento.

Buenos días queridos amigos tinterianos, muchas gracias por estos laureles que tan amablemente me otorgáis.
El tema que os propongo para esta semana es:
“HISTORIAS SECRETAS DEL CONVENTO”
Bien pudiera ser de monjas o de frailes, pero en cualquier caso la trama de vuestro relato debe desarrollarse en el interior de un convento .
Quedad con Dios.

Iconoclasta 12/01/0711:00




  • Los Dos Conventos.
Los Dos Conventos.
La Calle se llama Sefarad, España en Hebreo, creo, pero anteriormente se llamaba Calle de los plateros. Había platerías, se hacían damasquinados y cuchillos, de oro y de plata, perfectos, geométricamente perfectos. Tres o cuatro platerías en la calle y dos conventos. El convento de las Teresianas de la Santa Espina. Y el Convento de los Padres Crapulenses. Los edificios eran altos, grandes, inmensos, majestuosos, con enormes patios y jardines interiores, fuentes, y huertas. A los maitines la calle sonaba a gregoriano, como si sirenas cantasen en el fondo del mar. Y las campanas llamaban a la oración, como extraños pájaros azules en el alba. Fueron demolidos. Los Conventos son ahora un edificio de apartamentos, pero las platerías permanecen en su lugar, han cambiado los titulares de los negocios, la familia Heredia es ahora Hermanos Facundo y los Relojeros Saborites es ahora Joyería La Guirnalda. Sé que esta historia me traerá problemas, durante un tiempo los edificios conventuales fueron ruinas deshabitadas, los borrachos hacían hogueras en sus patios interiores y los yonkis disfrutaban en una intimidad propicia a su adicción. Los niños se aventuraban a pasear por la Iglesia demolida, jugando a los piratas o robando limones. Apestaba a mierda humana, botellón de cerveza, humedad deliciosa y azahar en ciernes. Aquí me contó la historia un familiar. En las ruinas se encontraron esqueletos de niños recién nacidos muertos al nacer por sus propias madres, las monjas en pecado. Y un pasadizo bajo la calle unía los dos conventos, se organizaban orgías de frailes y de monjas, orgías que duraban días y días, en la más absoluta depravación y en el más absoluto de los secretos. Cuando la monja quedaba preñada, abortaba, y tiraba los restos a un pozo. Si seguía con el embarazo cometía, al final, infanticidio. El obispo no sabía nada, Sor Teresa era una autentica hetaira, el Padre Prior Jerónimo, un burro de falo gigantesco. Los frailes estaban posesos de priapismo, las monjas, enfermas de ninfomanía. Hacían escarnio de la Ostia consagrada y al inmenso Jesús crucificado que había en la Iglesia de los frailes le ponían una caperucha roja sobre la cabeza para que no presenciara el acto sexual, múltiple y blasfemo que sobre los bancos del sagrario se realizaba. Hay que decirlo, copulaban antes y después de comulgar, y se embriagaban con el vino ya consagrado para la Santa Misa, hacían mofa del Misterio de la Encarnación. No era el convento de Jesús y de María, sino el de San Satanás rabicundo. Sobre los dos edificios cayó el terremoto de 1925. El Obispo los cerró, quizás sospechase algo, nunca lo sabremos. Las platerías, sin embargo, soportaron el embate de la tierra intactas, como monolitos de pureza frente al escarnio. Por esas dos ruinas paseé cuando niño, me gustaba ver las libélulas que había en un estanque. Sospecho que el alma de los niños asesinados se pasea por este lugar llorando eternamente, y que se refleja en los brillos de la platería de las tiendas. También un yonqui murió de sobredosis en lo que antes era un patio y ahora es una tienda de licores. Y del viejo árbol al que me subía sólo queda un letrero que dice: Opticas Racem. En fín, historias de conventos. Ah, me acuerdo ahora mismo que un día presencié la pelea de dos yonquis, por Dios qué de recuerdos, pero no se mataron, terminaron amigos mientras yo cogía limones para mi madre subido al árbol igual que un mono, qué de recuerdos. En fín, por favor, ¿puede indicarme el precio de ese reloj de oro?.
.......................................................................
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo 12/01/0714:14




  • Teresa y el lagarto.
La hermana Teresa era una clarisa viejecita que había profesado en los años cincuenta en el convento de Valleberros, en la zona algodonera de Badajoz, de donde ella era natural, y luego enseguida había pasado al de Fuensandalia, de bello claustro, en Burgos, allende el alto Ebro, y ya no había salido de la clausura.
Por lo tanto llevaba más de cincuenta años aguantando el frío capitular de Castilla y su gente reseca como un sarmiento, y no había vuelto a pisar su tierra alegre y rica.
Se hacía muy mayor, sabía que ya le quedaba poco, y cada vez se acordaba más de sus años de mocita y de la casa de sus padres, de los niños, las canciones, las risas de su gente... No se podía aguantar, lo recordaba y lo echaba todo mucho de menos.
Tampoco se quejaba, trabajaba, rezaba, y canturreaba coplas de la Lola y el Caracol con acento sureño, y así pasaba el día.
Hasta el día, día llegó, en que la hermana Carmen se saltó el silencio riguroso y dio un chillido en medio d la huerta.
- ¡Un lagarto! -gritó con horror. Y remangándose el sayo hasta las corvas amarillas se subió a un mojón de un brinco.
Y sí que era. Un lagarto precioso, grande y gordo, con el pellejo refulgente de verde y morado y los ojos de rojo. Una hermosura de esas que sólo se criaban en la Extramadura de Sor Teresa, que enarboló la azada contentísima y corrió a ver si lo podía atrapar. ¡Era un manjar tan rico!
- ¡No lo toque! -se interpuso la priora- ¡Es especie protegida y no se puede cazar!
Y el lagarto se metió por un agujero del tapial y desapareció.
Mucho rato estuvo la hermana Teresa temblando de alegría por haber visto el lagarto de su tierra, mucho rato callando su decepción por no haber podido ni siquiera tocarlo. Miraba el agujero entre las peidras y le parecía que lo veía brillar allí al fondo. Casi un brillo de amigo. Su paisano, su hermano...
Y aquella noche de estrellas, única en su vida, Sor Teresa desobedeció y salió a la huerta a hora rara buscando su lagarto y, en el afán por seguirlo, rodeó el tapial, abrió el portón de atrás y salió a la calle ella sola por primera vez en cincuenta años.
Un bramido infernal la ensordeció y un bulto enorme, enorme, blanco, horrible, con luces brillantísimas, se le vino encima a toda velocidad sin que ella pudiera evitarlo. Se llevó las manos al pecho, cayó hacia atrás y perdió el sentido al lado de la tapia.
Fuensandalia era un pueblo importante, un cruce de carreteras, una localidad indistrializada con muchísimo tráfico. El convento estaba a las afueras y por aquella parte había restaurantes para camioneros, salas de fiesta, clubs de carretera...
Sor Teresa lo sabía, la clausura no era su prisión, había salido muchas veces, mucho más desde que la llevaban al cardiólogo de Burgos... pero nunca había salido sola, y nunca por la noche. Jamás había visto un autocar volando por la carretera con los faros cegadores encendidos... y no supo lo que era,
El autocar giró la curva a buena marcha y, por supuesto, no la rozó. Ni la vio. Iban a lo suyo, a cenar.
Sor Teresa amaneció maitines tirada junto a la tapia, con los ojos abiertos hacia el agujero donde vivía el compañero exótico de su última hora, que había salido al sol y la miraba con una risota de lagarto bobo en la gran boca.

BLANKA-L 12/01/0719:10




  • Tu nombre es dulce como la miel.
Sor Patrocinio del Dulce Nombre meditaba en el convento de las clarisas. El armazón blanco del convento relucía al sol como un palomar. Las celosías ocultaban el intenso amor a la meditación y el silencio empapaba la cal de las paredes. En el jardín, el ciprés señalaba el camino del cielo y algún pájaro entonaba unas notas de agradecimiento al Creador. Todo en el convento de Santa Clara era paz.
Las clarisas laboraban en sus celdas, cosían y succionaban enseñanzas del libro sagrado. Sor Patrocinio del Dulce Nombre se identificaba tanto con las lecturas piadosas que las acompañaba con llantos y sufrimientos. Hasta sentía los ahogos del espíritu y los temblores del Mal. Cada día su oración era más intensa, más idéntica a los dolores de Señor.
Una tarde soleada, Sor Patrocinio del Dulce Nombre vio cómo un enjambre de abejas elegía un rincón de su celda y cómo comenzaban a construir un fanal con ese zumbido suave que crean las alas de las abejas obreras en plena labor. Horas enteras se pasaba la monjita observando aquel intenso enjambre que cada día aumentaba su tamaño. Y pensó que la Divina Providencia había elegido su reducida celda para obsequiarla con un ejemplo de austeridad, laboriosidad, eficacia y dulzura. Y Sor Patrocinio del Dulce Nombre daba las gracias al Señor por ser ella la elegida.
Pero un día una abeja desagradecida le picó en la mano provocándole un abultamiento rojizo acompañado de picor. Ella ofreció a su Divino Esposo el sacrificio de aquella picadura y desde entonces consideró que las abejas podían ser una fuente de sacrificios para el perdón de sus pecados.
Así es como Sor Patrocinio del Dulce Nombre cada día manipulaba un poco el enjambre para que algunas abejas le picaran en la mano y ella contenta por poder ofrecer aquel dolor al Señor, repetía un día tras otro el mismo gesto llena de resignación y contento espiritual.
Cuando creyó que el demonio la iba a tentar con algún pecado, como por ejemplo la soberbia, tomaba en su mano un puñado de abejas y se lo acercaba al cuerpo. ¡Cómo crecían sus sacrificios y cómo se sentía identificada con el dolor de Jesús azotado en la columna!
Un día creyó que el demonio la tentaba en persona pues le pareció verlo de pie junto a su reclinatorio. Sor Patrocinio del Dulce Nombre no dudó en desnudarse, acercarse a las abejas y con ambas manos restregárselas por todo el cuerpo.
El espíritu de Sor Patrocinio del Dulce Nombre superó la tentación pero su cuerpo quedó tendido en el suelo cubierto de abejas y con un fuerte olor a miel. Del coro de la iglesia se escuchaba el salmo de David: ¡”Cuán dulces son a mis oídos tus palabras, Señor!”
Su ausencia de la monjita del rezo de Maitines llevó a la Madre Superiora a entrar en la celda de Sor Patrocinio. La encontró enrojecida, cubierta de abejas y el aire tenía un fuerte olor a miel.

ANDRESNIPORESAS 13/01/0707:52




  • Dulces de monja.
¿Y qué?, ¿a quién le debo cuentas? ¿Por qué iba a ser peor un convento que cualquier otra salida? O que cualquier otro encierro.
Profesar en la clausura es como matarse, pero con la ventaja de que sigues viva. No para los demás, de acuerdo, pero los demás no importan. Cuando estaba fuera tenía que pensar para ellos, sonreír a su gusto y contar con decenas de voluntades antes de formar mis planes. Ahora no tengo planes. Y los pocos que me quedan, aferrada a mis libros y a los cuadernos que lleno con poemas que nunca pude escribir son míos y sólo míos.
A veces comparto esos pobres versos con alguna hermana, pobre hermana también, y las mujeres que me rodean no son peores en su neurosis de encierro de lo que era mi familia en su neurastenia de fingida libertad.
Nada es peor que mi familia. Nada puede serlo.
Aquí me exigen tres votos y el estricto complimiento de unas rutinas que no me estorban. Pobreza. la pobreza no es estorbo para el que nada desea. Castidad, la que yo misma elegí por cuando dije que no a Carlos. Obediencia, menos y menos grave que la que mi padre exigía.
Y aún dicen que estas cosas son residuos de otros tiempos. ¿Qué tiempos?
¿No sucede aún hoy en día que una familia que fue rica deja de pagar un par de letras y se le viene encima la hipoteca?, ¿no sucede que las cuentas que otros hacen acaban por ponerte en la columna de los libros de balance?
Carlos era rico, sí. Y me quería. No lo niego. Pero yo lo detestaba, y odiaba más aún la viscosa suavidad con que mi padre permitía que manoseara delante de él, y los pretextos que buscaba para dejarnos a solas en aquella casa necesitada de mi docilidad para no pasar al banco.
Cabrón es el varón que consiente en el adulterio de su esposa. Eso dice el diccionario. ¿Pero cómo se llama al padre que consiente en la corrupción de su hija de quince años? Ni el diccionario tiene palabras para infamia semejante.
Le dí a Carlos lo que quiso y parece que me amó. le di a mi padre la espalda y al cumplir los diecicocho, en mi fiesta de cumpleaños, pensé cortarme las venas y dejar de padecer tanto asco, tanta náusea reprimida contra el peso que ponían en mi espalda y en mi vientre.
—Y en un par de años, la boda —dijo mi padre ante el pstel.
Pero el pastel era yo.
Y el pastel se quiso amargo.
Carlos se pegó un tiro y mi padre murió de la vergüenza cuando al fin se lo quitaron todo.
Dos muertos y una ruina.
Una quiebra en leche frita.
Crepes de sangre.
Dulces de monja.

INCUUS 16/01/0704:08




  • Marigel.
En la calle Uría, centro de actividad comercial y lúdica de Oviedo, existe un pequeño comercio de planta baja, una charcutería selecta pero humilde donde, rodeada de jamones ibéricos, butifarras catalanas y salchichones sicilianos, una ajada toquilla monta guardia en la esquina superior derecha del escaparate, tan fuera de tiempo y lugar que más parece caída allí por accidente que colocada por su propietario.
No es un reclamo publicitario desde luego, sino más bien el recuerdo siniestro de la historia de Marigel, hija única de Andrés Medio, comerciante catalán de clase media sin más perspectiva que continuar vendiendo chorizos para poder seguir comiendo las escudellas que tanto añora y que cada vez que le llega su aroma de la cocina le permite regresar a la Masía, a los payeses, al olor del Mediterráneo, de ese Mediterráneo cálido y pastel, diáfano y alegre que jamás volverá a ver, convertido ahora en una urbanización lineal desde Reus a Gibraltar.
Hace ya cuarenta años, tal día como hoy, en la misma calle pero poblada de pamelas y tranvías, de miradas aún más severas y juiciosas, falsas, hipócritas y clasistas, cuando Marigel Medio, muda de nacimiento, algo torpe de cuerpo y mucho más de mente, grande como una montaña a sus trece años, desfiló en trote desbocado con lágrimas en los ojos y su grito gutural exagerado como reclamo, semidesnuda, un pecho descubierto y la entrepierna empapada en sangre, corriendo a grandes zancadas desde la Plaza Mayor hasta su casa, para escarnio, admiración, ira, lujuria, censura, indiferencia y estupefacción de sus convecinos, según el carácter, clase social y mojigatería de cada cual. Se convirtió, en fin, en un espectáculo, un acontecimiento social de la altura del Desfile de América, la Cabalgata de Reyes o las Hogueras de San Juan. Cada año se recordaba el suceso en las esquinas repletas de murmullos: “ Iba completamente desnuda.. ¡Me lo vas a decir tú a mí!” o: “Los borrachos corrían tras ella insatisfechos e iracundos, no comprendían tamaña injusticia de beneficiar el hambre de unos cuantos habiendo tantos necesitados” o, incluso: “Pobre Andrés, con lo honrado y esforzado que es, que su hija le haya salido además de muda y tonta una ramera descarada”.
Andrés Medio, cuyo encorvamiento se iba haciendo más notorio aniversario tras aniversario, comentario a comentario, pareciendo querer encerrarse sobre sí mismo como una concha de caracol, harto de habladurías, llevó a su Marigel al convento de las Salesas, quienes, al corriente de la nudista carrera de la cría, se negaron en rotundo, negación que se fue suavizando por el peso de los billetes en las limpias y delicadas manos de Sor Asunción, la madre superiora y que, cuando llegaron al peso exacto de cinco mil duros, establecieron el acuerdo: “Se puede quedar, pero no como novicia, en todo caso como criada” Eufemismo de fregona, Marigel pasó el resto de su vida sacando brillo a retablos y celdas seculares, a hábitos, trapos y demás mugres infecciosas, sin entender ni una palabra del asunto, sin saber porqué su padre la había llevado con aquellas señoras tan sibilantes y siniestras.
En las comidas, aquellos afamados pechos, entrevistos al agacharse a servir las ricas viandas, despertaban la lujuria de las monjas del convento, casi más por su notoriedad que por su tamaño, y la escondían ante la madre superiora en un reproche de pecado por admitir a una hija del diablo en tan santo lugar.
“Como comprenderán”, decía la humlde Sor Asunción, “el Señor Andrés ha tenido a bien donar dos mil duros para las necesidades del convento, seamos benevolentes, Dios perdona y el convento tiene necesidades. Sean caritativas y piadosas, hermanas”.
Marigel frota los bancos maldiciendo el día en que se le ocurrió montar en bicicleta, maldita la hora en que fue a caer por las escaleras de la Universidad, con tremendo estruendo y considerable trompazo, amortiguada por los setos para volver a arrancar de bote en bote por el terraplén, rodando hasta el Campillín y siendo frenada en el centro exacto de su himen por una recia barandilla que, si en ese momento consideraba oportuna y salvadora ahora recordaba como la causa de vivir con un paño en la mano y el soniquete insoportable de los maitines, rezos, campanas y jadeos de Sor María en su cabeza día y noche para el resto de su existencia.

Chesterton 16/01/0716:24




  • El manuscrito de Sor Margarita Águeda de Quirós.
Sor Margarita Águeda de Quirós contaba unas trolas de órdago a su confesor. Le aseguraba que en sus ratos de ocio componía romances, décimas, sonetos con estrambote,coplas, liras, canciones,...dedicadas a Nuestro Señor, a la Santa Eucaristía, al Niñito Jesús y a su santa madre, cuando en realidad lo que pergueñaba con sumo celo y a hurtadillas era una novela de caballerías con un protagonista al que llamó Gulbertofredo de Guisado al que sucedían tantas pugnas y luchas en el campo de batalla como líos amorosos en las secretas alcobas de damas, damiselas, monjas y burdeles.
Los casi quinientos pliegos que componían el manuscrito de caballerías, lo escondía Sor Marga bajo los constreñidos refajos y el púdico hábito de monja clarisa. Pensaban sus compañeras que le habían credido los pechos, pero en realidad lo que aumentaba era su febril imaginación, su insaciable ansia por escribir noche y día a escondidas o disimilando una vocación poética mística.
En el confesionario le leía al anciano fraile confesor franciscano, aprovechando la sordera casi total que padecía, los sonetos y romances de Sor Violante del Cielo como de autoría propia. Conseguía que el confesor se quedara dormido y cuando lo escuchaba roncar, Sor Marga disfrutaba despertándolo con un grito, "¿Me son absueltos mis grandes y ruines pecados, mi Señor?" En ese momento al instante, el confesor se despertaba y le decía "Te son perdonados, hija mía.¡ Escribiendo como los ángeles, cómo no te han de ser perdonados! Pero, ya sabes que no debes abusar como sueles del santo sacramento de la Eucarístía, que la abadesa me dice que tienes demasiada afición a él"
Sor Margarita Águeda de Quirós comulgaba tres veces al día. Esta especie de adicción al sacramento eucarístico lo achacaba al mucho hambre y al gélido frío que se pasaba en el convento.Tenía el firme convencimiento de que al comulgar tanto se mitigaban los tormentos del estómago, a penas precisaba comer y le infundía fuerzas e inspiración para seguir escribiendo como solía no con la esperanza de ver algún día publicada su obra -"¡Dios me libre!", sino de dar rienda suelta y desatar por un cauce artístico sus contenidas pasiones, que eran muchas y muy reprobables a los ojos de Dios.
Nunca aceptaría de buen grado la vida conventual. Ingresó en el convento a los quince años y ahora a punto de cumplir veinticinco, sabía de cierto que no había nacido para monja, sino para escribir libros blasfemos de los denominados de caballerías. Pero ese secreto íntimo, personal que sólo conocían ella y Nuestro Señor moriría con ella.
Sor Margarita falleció el uno de enero de 1693. Cuando fueron a embalsamarla encontraron bajos sus hábitos un manuscrito de casi tres mil pliegos. La abadesa decidió guardarlo bajo siete llaves y leerlo a hurtadillas sin decírselo a nadie. Ni siquiera a su confesor. La historia y destino del manuscrito sería aqui muy largo de relatar. Algún día explicaré cómo llegó a mis manos.

gemmayla 17/01/0713:54

Re:Fe de erratas..
Quise escribir "crecido" y "disimulando".
Me ha costado mucho colgar el relato en el tintero. ¡Qué mal funciona Terra últimamente!
He desistido de publicar el relato corregido. Ahi va el primero que hice a vuelapluma con más prisas que el correcaminos, mic, mic, que el coyote me va a comer.

gemmayla 17/01/0714:00




  • El convento.
Desde que mi hermana se fue al convento, la casa se había apagado un poco, por así decirlo. Sucedió una mañana muy temprano y nunca alcancé a entender los motivos, porque la verdad es que mi hermana nunca dijo de ir a un convento ni nada que se le pareciera e incluso tenía un novio y todo, pero claro eso sólo lo sabía yo que la pillé un día hablando por teléfono. Así, un día debió pasar algo porque de repente todos en mi casa se pusieron muy serios. Mi hermana no salía de su habitación y papá y mamá hablaban siempre entre dientes, sobre todo mamá a la que no se le entendía nada de lo que decía. Todo el día murmurando y persignándose a la espera de que llegara mi padre y cuando éste volvía del campo, resignado y con el gesto serio, la escuchaba entre suspiros. Y aquello era rarísimo porque yo jamás había visto a mi padre suspirar. A mi madre sí, lo hacía todo el tiempo pero a mi padre jamás. El caso es que no me dejaban oír nada porque mi madre siempre me miraba con aquella cara furiosa que tanto miedo me daba y me mandaba a mi cuarto con el mismo genio que cuando le decía que no me gustaban las lentejas. O peor. Mi hermana, que seguía metida en su cuarto y que era la única que parecía hacerme caso en aquellos días me decía, Manolito no te preocupes. Tú haz tus tareas y no les hagas caso.
Pero el caso es que un día por la mañana mucho antes de que el despertador sonase con la hora de ir al colegio, mi padre sacó el coche de la cochera, algo que sólo hacía algún fin de semana que otro y se escuchó tropel por la casa. A mi hermana la oí llorar y mi madre, con el mismo genio de siempre mascullaba palabras que no entendía. Algo le recriminaba. El caso es que se fueron y yo ni siquiera me despedí de mi hermana. Después de aquello, mi madre empezó a ponerse contenta de nuevo y me decía que Pilar se había ido a un convento a servir a Dios. Pero ni siquiera me había dicho adiós.
Fue pasando el tiempo y aunque a mi madre se la veía más feliz y trataba de complacer a mi padre en todo, a su vuelta del trabajo, él estaba cada vez menos hablador. Mi madre no paraba de sacar conversaciones durante la cena. Te has enterado de que? Qué se dice en el tajo sobre lo de? Y mi padre no despegaba los labios más que para llevarse la cuchara a la boca, la mirada perdida en la televisión. Algunas noches, en los postres, él soplaba en un gesto de derrota, como pidiendo clemencia y muy serio, le decía a mi madre. Mira Manuela que la gente anda diciendo que en el convento…y en ese momento mi madre saltaba como un resorte hacia mí y me decía. Manolito, a tu cuarto. Yo, a veces me hacía el remolón detrás de la puerta para intentar oír de qué hablaban porque yo sabía que mi hermana estaba en el convento y algo tendría que ver pero de nuevo volvieron las conversaciones entre dientes y por más que pegaba el oído a la puerta me era imposible descifrar nada más allá del abatimiento de mi padre y el esfuerzo por guardar las apariencias de mi madre.
Una noche de esas noches, mi padre salió enfurecido de la cocina y me dijo, Manolito, vente conmigo. Mi madre nos siguió hasta la puerta gritando. No, déjala allí que es donde tiene que estar y no hagas caso de la gente. Pero mi padre me subió en el coche y nos fuimos al convento. Una vez allí, pasó a un zaguán en el que me dijo siéntate ahí y no te muevas. Golpeó el picaporte con fuerza y la puerta se entreabrió. Una tímida voz dijo que no se podía pasar. Mi padre empujó y entró así, por las bravas. Al quedarme solo sentí miedo, porque estaba todo muy oscuro y solo se veían crucifijos por todos sitios grabados en las maderas de la pared. Tenía frío a pesar de estar en verano. A veces, el silencio sepulcral se rompía con unas voces ahogadas a lo lejos.
No se cuanto tiempo estuve allí, no debió ser mucho aunque a mí me pareció eterno. Pero entonces, cuando ya estaba repitiéndome la lista de reyes desde Isabel y Fernando para tratar de no pensar en nada, mi padre apareció de nuevo, con la misma furia con la que había entrado, pero trayendo a mi hermana en brazos, que venía envuelta en un camisón blanco y casi parecía un fantasma. Pero era el fantasma más contento que había imaginado en mi vida.

cap_Alatriste17/01/0716:31




  • EL TORNO DE LAS MONJAS.
En aquella plaza, siempre existía la misma algarabía, compuesta de una sinfonía de gritos de la chiquillería de siete y ocho años. Los niños correteando unos tras de otros. Las niñas, más formalitas, sentadas con su muñequitas. Al fondo de la plaza, el convento de las monjas clausura. En primer plano, la Iglesia de Santa Maria.
A media mañana, como entremezclado con el olor de los naranjos, provenía el aroma a través de las amplias ventanas de la cocina del convento. Era un aviso de que todo estaba terminado, que las monjas ya lo tenía todo listo; sus comidas, los dulces y las ostias para las misas de Santa Maria.
Aquel olor parecía que dejaba como anestesiado a los chiquillos, como si sus cerebros quedasen hipnotizados. Al instante, todos corrían en grupo hacia el portal del convento. Una vez llegaban a la casapuerta amplia, clara y limpia, se arremolinaban delante de la ventana del torno. El instrumento de madera rancia y a la vez noble, giraba durante casi todo el día, debido a que las mujeres solicitaban los dulces y magdalenas que las monjas confeccionaban con esmero.
A los niños, los dulces no era asunto que solicitasen, sabían que al llegar a casa sus madres los tendrían preparados para la merienda. A ellos, lo que les interesaban era los recortes de las ostias que las monjas a diario preparaban para el cura.
Primero, un “Ave Maria Purísima”, luego, la espera de contestación con un “Sin pecado concebida”.
_ Madre, quiero dos reales de recortes. Decía uno de los niños, quizás el “líder”, mientras con su mano colocaba las monedas sobre el torno y lo hacia girar.
A los pocos segundos aparecía ante el grupo de niños un cartucho con los recortes. Salían hacia la plaza y allí daban cuenta del mangar.
Así pasaban las mañanas en aquel pueblo en un verano caluroso, donde las paredes blancas de las casas relucían como los ojos de la chiquillería.
Una mañana, los niños comprobaron que entre ellos ninguno tenía ni un real para los recortes. No se desanimaron y acudieron al convento. Como siempre, hicieron la introducción y esperaron la respuesta, solicitaron a la monja los dos reales de recorte. Esta, confiadamente les envió a través del torno el cartucho, como siempre. Luego esperó el dinero que antes había solicitado a los niños. Uno acudió de inmediato y colocó sobre el torno la mierda de un perro sobre un papel.
Al llegar el paquete ante la monja, ésta vociferó con desagrado: “Sinvergüenzas….La madre que os ha paridooooo”. Los que hicimos tal “gracia” nos quedamos muy sorprendido, al comprobar que dentro de un convento también se decían tacos.

erkaytano 17/01/0717:16




  • Única salida.
La lluvia cae con fuerza sobre el parabrisas del coche. Julián baja ligeramente la ventanilla intentando eliminar el vaho que se forma en los cristales.
— Haz el favor de subir la ventanilla, ¿quieres que me hiele? —reprocha Isabel a su marido.
— Cariño, es para evitar que se forme vaho en...
— ... Ni cariño, ni leches, lo que pasa es que no piensas en mí y apaga de una vez esa maldita radio que me estoy volviendo loca de tanto fútbol.
— Sí, cariño —contesta Julián mientras sube la ventanilla.
De repente, detiene el coche en el arcén.
— ¿Qué demonios pasa ahora? —grita Isabel mientras gesticula con las manos.
— Cariño debe ser la batería, el coche se ha parado y...
— ¿A qué esperas? Baja y mira a ver que puedes hacer —continúa gritando Isabel.
Tras bajar e inspeccionar el vehículo, el rostro de Julián se asoma chorreando a la ventanilla de Isabel.
— ¡Que susto hijo! Pareces un delincuente con esa pinta, ¿qué le pasa al coche?
— Cariño, es la batería, está agotada, me voy a acercar a ese edificio para ver si me dejan llamar por teléfono a la grúa.
* * * *
El detective golpea la mesa rítmicamente con un lapicero mientras escucha a Isabel.
— Si he recurrido a un detective privado, es precisamente porque la compañía me dice que si no aparece el cadáver, ellos no abonan la póliza del seguro de vida de mi marido. Por eso me urge encontrar el cadáver —insiste Claudia al detective.
— Vamos por partes, señora. ¿Qué dice la policía de todo esto?
— La policía piensa que mi marido se ha fugado, que no hay motivos para pensar en una muerte. Como si mi Julián fuese capaz de huir... Sépalo usted, ¡mi marido estaba loco por mí! Estoy segura que aquella noche de lluvia cayó en una zanja, que su cadáver está siendo devorado por alimañas ahora mismo. Urge encontrarlo, además si no aparece el cadáver la compañía no...
* * * *
El detective está inspeccionando la zona donde se paró el coche, el único edificio existente es un convento. La zona es llana, sin obstáculos ni vegetación. “¿Dónde fue este hombre?”, piensa el detective mientras se dirige a la puerta del convento.
— Pues ya le digo que no sabemos nada de esto que nos cuenta, no obstante si se le ocurre alguna pregunta más puede llamarnos al teléfono que figura aquí— responde el fraile mientras le entrega una tarjeta con los teléfonos del convento.
— Es un caso muy extraño, su mujer dice que le vio dirigirse hacia aquí. En fin... quizás esté confundida. Oiga, cambiando de conversación, esto es precioso —comenta el detective mientras observa embelesado las plantas que adornan el atrio del convento— que tranquilidad, que paz, da gusto escuchar el murmullo del agua cayendo desde las fuentes.
— Intentamos vivir en un ambiente agradable que permita la meditación —comenta el fraile mientras acompaña al detective a la puerta.
* * * *
Es tarde y el detective está en su despacho. La luz de la lámpara ilumina la libreta donde ha ido apuntando todas sus averiguaciones. En ese momento suena el teléfono.
— ¿Dónde estás metido?, ¿seguro que estás con alguna de esas fulanas que conoces? —le grita al teléfono su mujer mientras él separa el auricular de su oído.
— Que no, mujer, que estoy trabajando en un caso muy complicado... —empieza a decir hasta que se da cuenta que su mujer ha colgado.
El detective vuelve a su libreta y va leyendo los datos que ha obtenido: al coche no le falló la batería, hay pisadas en el barro desde donde se paró el coche hasta la puerta del convento.
De repente, cae en la cuenta, el puzzle ha encajado en su mente. Rebusca en el bolsillo de su americana y saca la tarjeta que le entregó el Fraile. Tras echar un último vistazo a la foto de su mujer, toma el teléfono.
— Buenas noches Fray Carmelo, soy el detective de esta mañana, tienen que ayudarme como sea, yo también quiero ingresar en el convento.

Iconoclasta 17/01/0722:24




  • La novicia.


Maria, la novicia, llevaba dos semanas en el convento, suficiente para haberse acostumbrado a las rutinas diarias, a sus obligaciones, a las costumbres y a las normas.
En su cuarto, subida a un taburete, se asomaba por la estrecha ventana y admiraba el paisaje salvaje del jardín trasero, y más allá, fuera de las vallas, de los límites, era inevitable no fijarse en las escasas ruinas que quedaban del viejo convento, ya que en el atardecer el sol resplandecía en ellas con tonos de fuego. Apenas un montón de grandes piedras rodeadas de un muro derrumbado y oculto entre hiedras y rosales salvajes era lo que quedaba de un pasado ya olvidado. María comenzó a hacerse preguntas sobre aquél lugar fuera de los límites y, por tanto, inalcanzable.
Una tarde, se decidió por unanimidad la necesidad de asear el jardín trasero y María se ofreció voluntaria junto a Juana empuñando la azada y desbrozando la tierra. En la mañana, hacia las once, Juana se fue a por agua y María se sentó en la hierba apoyándose en el muro y quedándose dormida, hasta que un grito lejano, espantoso y terrorífico la sacó del sueño, pero en el mismo instante en que abría los ojos se cruzaba con el agua y la mirada plácida y condescendiente de su compañera que nada había escuchado y que, por tanto, debía haber soñado. Volvió a sentarse sobre la hierba, volvió a apoyarse sobre el muro y volvió a escuchar el grito lejano y desgarrador de una mujer, al ver a su compañera remover la tierra plácidamente prefirió callar por temor a la locura. Cada vez que Juana se ausentaba, María acercaba su oído y escuchaba el horror de los muros...
En su habitación, tumbada en la cama fingiendo dormir, esperó al silencio sagrado de la noche y salió a hurtadillas, llegó al muro y no hacía falta siquiera acercar el oído para escuchar el horror, la niña lloraba amargamente por sentir aquella locura y aquél terror se iba apoderando de ella, se dio la vuelta y echó a correr a su cuarto cuando topó con la hermana más anciana del lugar que la frenó aferrándose a su brazo y le pidió que la acompañara a su habitación y le ayudara a acostarse.
María estaba muy alterada, pero en el camino a su habitación, la hermana Josefa le habló tranquilamente de aquél horror que, en realidad, todas conocían.
“Hay una leyenda espantosa sobre nuestra congregación, hace más de seiscientos años entró una novicia en el convento que resultó ser una bruja. Desde su celda invocaba a Satanás y Satanás respondió muy halagado a su llamada. La situación se le escapó de las manos y el demonio tomó las riendas. Cada noche acudía a su celda a poseerla salvajemente, los gritos, los alaridos, los orgasmos lujuriosos eran una prueba durísima para las hermanas. Cuando se cansó de ella comenzó con el resto, una a una, de dos en dos, ... las tenía a su disposición. Eran tiempos duros y habrían sido condenadas a la hoguera, así que establecieron un plan, se introdujeron todas en las bodegas destinadas a guardar la nieve para conservar los alimentos, y cuando apareció todas se ofrecieron para él. Satanás, halagado, escogió a la más joven, una novicia recién llegada que estaba aterrorizada pero que había aceptado el plan para derrocar al diablo. Entonces, mientras olía la piel joven y fresca de la niña las hermanas fueron saliendo despacio, una a una, y cuando por fin hubieron salido comenzaron a cortar las cuerdas con las catapultas y las trampas que habían preparado con losas, rocas y piedras y sepultaron para siempre a los dos amantes condenados a una eterna lujuria.
Llevamos más de seiscientos años escuchando lo que tú llamas horror... Ve a la cama, pequeña. Descansa, buenas noches.”

ecumedesjours 17/01/0723:00