viernes, 30 de marzo de 2007

TINTERO VIRTUAL CCLXXVII.- Bemoles y sostenidos

TINTERO VIRTUAL CCLXXVII.- Bemoles y sostenidos

Música, música. Muchísimas gracias. Sois fenómenos.
Los bemoles y los sostenidos no son sonidos normales, están medio tono más altos o más bajos que las notas habituales. Esa anomalía y media tinta, las cosas pequeñas que nos hacen diferentes, me interesan.
Además, bemoles y sostenidos son palabras polisémicas a las que los tinterianos con vis cómica les pueden sacar el jugo :)
Por eso el tema será, tal cual: BEMOLES Y SOSTENIDOS.

BLANKA-L05/01/0701:04




  • El Violín.
El violín.
Chirriaba aquello como diez mil demonios. Al niño le dio por pedirle al padre un violín, y el padre, ilusionado, fue a la tienda y compró el violín. Tuvo que comprarlo. La esperanza del padre, un mindundi de oficina que había que tenido que chupar un millón de pollas antes de poder encontrar un trabajo en el que sólo tuviese que mamarla de vez en cuando, la esperanza del padre, como ya digo, era obvia, que su hijo fuera pianista y no un chupadetodo como él. Cuando llegó a la casa la esposa, un arpegio de malhumor y soberbia que quería meter en su coño al marido y tener bajo las piernas de esclavo su perrito faldero, le recibió con un grito atronador y un : pero no ves coño que estás pisando el suelo limpio, ponte las jodidas zapatillas. Luego llegó el niño. La sagrada familia del pajarito, él, un calzonazos molido a palos en todos lados, ella, una pantera rabiosa, una histérica de la limpieza y el orden, y una esclava al mismo tiempo. Y el Jesusito divino, un pimpollo de coral verde. Mira, Carlitos, aquí está el violín. Y el niño nada más cogerlo le dio un beso al padre, un beso que le supo a aquel mindundi a una exhalación de lo sagrado, a una bendición de ángeles terribles. Para el padre el niño era lo más bonito que había, su muchachito era el más guapo del barrio, la verdad es que el pibe era un aborto de la madre naturaleza, y la madre se daba cuenta de la fealdad brutal de su engendro, y se tomaba todas las noches una copa de anís para olvidarse de su primer novio, que era rico y tenía más millones que pelos en la cabeza, que la rechazara al pié del altar para irse de veraneo con una marroquí, y que había tenido tres niños morenos de ojos azules que al lado de su aborto eran arcángeles. Y el niño tomó su violín y pulsó la primera cuerda y el chirrido erizó los pelos de un gato callejero, que pasaba por la avenida y se puso furioso y punzante como un guepardo electrocutado. Pero lo peor vino después, los furiosos sostenidos y bemoles, que durante más de tres horas tuvo que aguantar el padre y que provocaron en la Gorgona de la madre un rapto de locura infernal, repercutido finalmente en la mansedumbre del patriarca, al que se le encogieron los cojones ante la ferocidad de su compañera. El arroz estuvo ese día repugnante. Pero Carlitos no dejó de crear corcheas siniestras hasta que una cuerda del violín se rompió del esfuerzo. Terminó el instrumento en el cubo de la basura. Su ilusión se esfumó como esos castillos de arena que deshace la marea. Carlitos al día siguiente fue al colegio y aprendió lo monstruoso que pueden resultar a veces los maestros y sus pelotas, y el padre en la oficina tuvo que cuadrar un informe de cuentas bajo la despiadada y atroz mirada de su jefe, deseoso de sangre y lleno de ardor e ira.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo06/01/0713:47




  • TIENE BEMOLES... ¡Y SOSTENIDOS!
"Scan speed" tiene por nombre. En realidad es un terminal informático conectado a una unidad central y equipado con dos balanzas y un lector de códigos de barras. Scan speed. Lectura y rápido. El artefacto, con todos sus adminículos, no ocupa más de medio metro cuadrado de superficie.
Scan speed... O en otras palabras, hágaselo usted mismo.
¿Su utilidad?... Ahora lo explico.
El cliente del limpio y ecléctico supermercado llega a la balanza "input", coloca los artículos que desea adquirir y después, uno por uno, los pasa delante del lector láser del ScanSpeed, tras lo cual, deposita ese mismo artículo en la balanza "output". Como es natural el artículo outputizado ha de tener el mismo peso que el inputizado, a defecto de esto, la máquina emite un pitido... y no le indica al cliente que está cometiendo fraude, no, sino que avise a una gentil azafata, quien, con gesto suficiente y de amable manera, desbloqueará el sistema indicando, con una sonrisa, al cliente que continue con su tarea. Y así, cuando todos los productos sean convenientemente outputizados, el cliente tocará la pantalla interactiva para que el ingenio le ofrezca su cuenta total, tanto como diferentes maneras de hacerla efectiva.
Scan Speed...
...
Hace dos semanas ya, que una batería de seis Scanspeeds ocupan el espacio que antes ocupaban dos cajas convencionales junto con sus cintas transportadoras y receptáculos de recogida.
Alina ya no está... está en su casa. Probablemente ni busque trabajo. Antes era estandardista, un eufemismo para nombrar a las recepcionistas o telefonistas o como las quieran llamar, y también entonces fue reemplazada por dos o tres sofisticadas y eficientes máquinas.
Pregunto...
–Alina está desesperada, temo que se hunda en la depresión. –Me dice Sophie, desde su puesto de mando de una caja convencional que pronto, si la experiencia piloto Scanspeed ofrece el rendimiento esperado, también será substituida.
–Alina ya está condenada a subsitir toda su vida de las ayudas públicas, me temo –replico a Sophie–. ¿Y su hermano?.
–¿Halil?. Con el tabique nasal frito por la farla.
–Joder...
Sí...¡joder!... Alina tiene más de treinta años, tres hijos y un marido que del flagelo ha hecho arte. Halil, aparte de sus enormes ilusiones y proyectos, nunca tuvo ni hijos ni nada... que yo sepa, al menos.
Me dirijo a la salida y observo como el responsable del proyecto, supongo, y un hombrecillo fuertemente trajeado y violentamente encorbatado que le acompaña, probablemente el encargadillo de zona, comentan detalles sobre el innovador sistema ScanSpeed. Pego la oreja y algo más, como es natural: si el asunto de marras funciona, al parecer, las inversiones necesarias para su implante, serán amortizadas en base a los salarios economizados en unos seis u ocho meses.
Ni que decir tiene -y esto ya lo pienso yo sin ayuda externa-, que ambos serán bendecidos por el Gotha directivo; y algún estipendio, en forma de incentivo o de interesamiento en el trabajo, será vertido mensualmente en sus cuentas bancarias.
Transferencias financieras... digámoslo groseramente, transferencias de un banco a otro. En este caso del de Alina al del hombrecillo fuertemente trajeado.
Salgo del suntuoso supermercado. En las calles se habla de coches incendiados y de violencia ciega.
...
Halil fue compañero de estudios, de los mejores de la clase, luego... bueno, luego vino la desesperación. Pero antes del advenimiento de tan inicua señora, llegó la frustración por no saber o no poder encontrar otra cosa que trabajos de mierda. La frustración se presentó sin llamarla cuando Halil se vio en la puta calle explotado y sin blanca... La desesperación cuando Halil vio que en su ghetto los crápulas funcionaban mejor que los curretas...
Desesperación...
Halil es negro y musulmán. ¿No lo había dicho?... pues lo digo. Pero, sin embargo, tiene igual modelo de documento de identidad que yo mismo. Con los mismos sellos y bandas de seguridad.
...
Estoy haciendo creer que esto lo acabo de escribir hoy mismo, pero no, en verdad lo escribí ayer. Hoy... bueno... hoy tengo poco que escribir, tan sólo que al hombrecillo del traje le han incendiado el coche... un aparatoso Renault... con él dentro.
Y se ha muerto, claro está.

MARTINIDRY09/01/0701:56




  • La jubilación anticipada de Ramón.
Decía Horacio que "Cualquiera que se instala en una dorada o más preciosa que el oro mediocridad -"Auream quisquis mediocritatem diligit.."- en la que está seguro y no padece los inconvenientes de una casa sucia y vulgar, y es moderado en sus aficiones, carecerá también de un bello palacio que despierte envidias".
La más preciosa que el oro mediocridad puede convertir la sinfonía de la vida en un puro aburrimiento.
Ramón llevaba unos meses disfrutando de su prejubilación por incapacidad laboral permanente. Las celíacas, las coronarias, las emulgentes, las subclavias y hasta las raninas las tenía obstruídas a pesar de la dieta mediterránea que le preparaba Matilde, excelente cocinera, esposa y madre de sus cuatro hijos ya emancipados.
Ramón se aburría como una ostra enfurruñada y retraída en su concha de madreperla. Hacía crucigramas, autodefinidos, sudokus y sopas de letras. Veía en la tele mucho documental y daba largos paseos por las anchas y solitarias calles de la urbanización. Pero aún asi, los días se le hacían eternos y las noches interminables. Padecía insomnio y cierta crisis de angustia permanente.
Un buen día, harto de sudokus y sopas, decidió escribir en un cuaderno una larga lista de cosas que en la existencia de cualquier hombre, él sin ir más lejos, podían ser consideradas bemoles y sostenidos que pudieran contribuir a hacer de la vida una sinfonía perfecta, genuina, original y completa.
La lista quedó pergeñada más o menos como sigue:
Bemoles: un atardecer, un barco fundiéndose con el horizonte, la luna, la tierra, los insectos, las salamadras, los sapos y cualquier batracio en general, la música clásica, el estilo impresionista en la pintura, la literatura o la música, los documentales de la 2, los guisos y los dulces besos de Matilde, los paseos a paso de tortuga, las pendientes suaves, las carteleras de cine independiente, el golf, las macetas de geranios, azaleas y begonias, las agendas de piel cerradas sobre la mesa, el ordenador apagado, el llanto silencioso de una mujer, los aeroplanos, el patinaje sobre cuatro ruedas de su nieta, las infusiones de tila, manzanilla y espliego, la armonía de colores fríos,...
Sostenidos: un amanecer, un barco a punto de llegar a puerto, el sol, el cielo, los mamíferos, el ser humano, la música jazz, el estilo expresionista en cualquier manifestación artística, los telediarios de A3, las medicinas y los arrumacos de Matilde, la llegada a casa de los hijos, nueras, yernos y nietos, el cine de Hollywood, el esquí, los árboles - en especial los cipreses -, internet y el teléfono móvil, las risas y los lloros de una mujer o un niño, los coches, los trenes, los camiones, el monopatín de su nieto, el coñac, los puros habanos, la armonía de los colores cálidos,...
A Ramón le encantaba leer estas largas listas de bemoles y sostenidos apuntados en su cuaderno, además de los sudokus, los crucigramas, los jeroglíficos, leer la prensa y libros de Historia, mirar por la ventana a la vecina sacando al perro a pasear.

gemmayla09/01/0710:47




  • La Guitarrita de Juguete.
La Guitarrita de Juguete.
Una chispita azul, con un toquecito de agridulce, el caramelo se deshace dejando un millón de vencejitos furiosos en el paladar y las corcheas que salen del Polifemito diminuto son como estrellitas revoltosas de un cielo violeta y triste. Las cuerdas del instrumento no son capaces de elaborar un combate sangriento de sostenidos y bemoles pero se bastan por sí solas para elaborar un débil paraíso lila, con estridencias de limón, pomelo y granadina. En el minúsculo acorde flotan, chirriantes y bellísimos, pequeños caballitos marinos de cristal, naranjas, verdes, azulados, en una cabalgata minimísima bajo la mirada de gatitos de peluche vivos. Así es la guitarra de juguete que a todos nos regalan cuando niños. Dicen que dentro del instrumento, que no sobrevive a nuestras manos ni un día siquiera, habita un pueblo de duendes dorados, de pitufos, de gnomos, y que en dicho pueblo se esconde un tesoro de diamantes rabiosos, muy pequeñitos, tan pequeñitos que el soplo de un aire los deshace. En sus cuerdas, que son cuerdas de metal muy brillantes y finas, una majestad de colores y notas sacude sus cabellos, porque las notas musicales son ninfas de una fuente de otro mundo, donde habitan sátiros jovencísimos y unicornios azules, centauros y cupiditos, en una selva llena de mariposas de color granate y morado. Las ninfas se bañan en el agua de un arroyo, de una fuente dorada, en la que las truchas naranjas abren sus besucones labios al morder el borde de gigantescos nenúfares. Las ninfas están todo el día, el sol es un ángel de cabello rubio con una espada de fuego, las ninfas están todo el día al borde del agua, salpicándose las unas a las otras, o peinándose las cabelleras. Y cuando la cuerda de la guitarra de juguete suena tañen unas diminutas campanas en las que tienen encerrados el canto de los grillos. Porque son unas ninfas cazadoras, y de noche, cuando todo el mundo pudiera creer que duermen, salen al jardín, a la selva de los centauros y los unicornios, y se dedican a capturar el canto de algún grillo. Porque si un grillo, azul y negro, se pone valiente y hace que el serruchito de su violín suene, asciende hacia la atmósfera una mariposa de perfume añil, que revolotea de flor en flor, de corola en corola, y que se va dorando y plateando del nácar de la luna. Las ninfas cazan como amazonas, llevan una armadura de pétalos de rosas y una corona de flores de lirios. Con una red hecha de hilo de oro cazan la voz maripósica del grillo insomne, y la guardan en un tarro de cristal verdecillo. Luego se sumergen en el agua de la laguna donde moran en un palacio de jade y esmeralda, y allí, en la habitación de los siete colores, con la mariposa apresada, dan forma a unas campanitas, las que luego sonarán cuando el niño haga temblar a la guitarra. Cuando una guitarrita de juguete se rompe hay en el cielo un ángel llorando.
El padre había escondido la guitarrita de juguete debajo de la caja de polvorones de coco, unos polvorones que sabían a pura delicia y se deshacían en la boca en un concierto de sabores tropicales y caribeños, de un dulzor afrodisíaco, haitiano, pero el niño mayor, que era un goloso sin límites, en su afán por devorar los mantecados, descubrió la estratagema del padre, se puso a tocar la guitarra que iba destinada al pequeño de la familia, y asesinó la sorpresa del día de Reyes Magos. Un torrente de grillos azules y violetas salió del corazón asesinado por espadas, ascendiendo a los cielos.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo09/01/0714:10




  • Con Iberia habría llegado.
Ese eslogan empieza a hacerse eterno para las tres amigas que ensayan en silencio una oda a la alegría. Sus maridos tienen previsto un viaje a Bolivia, sólo ellos, y ellas esperan con ansia contenida el día de partida, cruzando los dedos para que nada se tuerza antes de la fecha y puedan despedirles.
Todo surgió cuando uno de ellos, consciente de que el mejor tiempo de su vida se acababa, porque que nunca iba a estar más joven, animó a su mejor amigo para que le acompañara a la tierra donde reposaban los restos de un hermano que marchó a América para hacer fortuna. Trabajaba éste en el negocio de la madera, pero, un mal día de tala no se apartó con la debida rapidez ni en la dirección correcta, por lo que recibió, de sopetón en vida y en su crisma, el adelanto de la caja que habría de contener sus restos para los idem. Desde entonces, Matías, el hermano, ve todo en sí, bemol; triste, pesimista, siempre medio punto bajo lo normal.
Su cuñado, un sesentón bien sostenido incapaz de reconocer el efecto del paso de los años por su anatomía, que viste como un adolescente y se les ha sumado en la expedición, optimista como es, con un verbo interminable y agotador, trae de cabeza a Matías antes de empezar siquiera el viaje porque trata de imponer su criterio sobre lo que deben llevar, o lo que no, en las maletas. -Hazme caso, que de viajes tengo experiencia.-
-Me tiene loco, Enrique, menos mal que vienes tú también, porque yo sólo no creo que pueda aguantarle- le cuenta en un aparte al amigo.
Enrique está preocupado, pero guarda silencio. Le han llegado una fotos de lo que llaman carreteras en aquel país. Le han recomendado llevar papel higiénico y un botiquín bien surtido para todo tipo de males, y casi comienza arrepentirse de perder la comodidad de sus costumbres durante un mes entero. Más, viendo cómo Laurita tararea despreocupada desde que se enteró de esta aventura que les excluye a ella y sus amigas.
Ahora mismo está en la cocina y se le oye cantar a voz en cuello con un tono potente y sostenido: “Escucha hermano la canción de la alegriiiiiaaaa.”
No sabe qué es, pero sospecha que está tramando algo. Lo que faltaba.

ASOMBRILLADA09/01/0716:49




  • El Concierto.


Era la primera vez que acudía a un concierto y estaba encantado. Nada más entrar por el inmenso pasillo lleno de topacios y terciopelos iracundos, rojos, bajo candelelarias de araña gigantescas que relucían como diamantes frenéticos y espejos de marco barroco y dorado que multiplicaban la luz y el espacio hasta complicarlo ad nauseam, yo, preso de un éxtasis reverencial, me dije a mi mismo: hete aquí, triunfante. Y me senté en el palco. Un terciopelo verde abracadabrante, orgásmico y brutal, acogió mis posaderas y mi cuerpo con la amabilidad del algodón transido. A mi lado, la mujer más gorda del mundo, a la izquierda, Don Juan Tenorio, y yo, en el centro, tal si fuéramos el retrato de la familia de Carlos IV pergueñado por Goya. Pronto empezó a llenarse el antro demoníacocelestial con toda clase de fauna carnívora, herbívora, y hasta insectívora. Variaciones de Goldberg en el menú, con un clave en amarillo canario chillón, y ballet, coreografiado por el artista ya retirado Manuel Da Tombiteria. Se me hacían los oídos agua ante la absoluta maravilla que iba a poder escuchar, bajo un techo dibujado por Disciepoli, la entrada triunfal de Alejandro Magno en Babilonia, acompañado de sus ejércitos griegos y toros mesopotámicos alados, negros y azules, y esclavos negros de un Egipto Ptolomaico. Pero la Señora gorda, cuyo sombrero de plumas rosas parecía un avestruz fuera de órbita, exhaló hacia el entorno el grito satánico de sus posaderas e intestinos, y perfumó de manera grotesca la Apoteosis del águila de la guerra, dejando mi pituitaria en un rencoroso estado de repulsión, hasta que el perfume que la misma y pedestre señora llevaba sepultó el muerto podrido que había salido de sus tripas bajo un montón de rosas y azaleas. Comenzó el concierto. Doscientos mil canarios, verdes, rojos, cuasiazules, de ámbar, dorados, y amarillos, salieron del instrumento por obra y gracia del virtuoso que lo destrozaba, que lo electrificaba, que lo descoyuntaba y lo llevaba hacia arriba, hacia donde los ángeles y las estrellas, con una ferocidad propia de esquizofrénicos. Doscientos mil paseriformes dementes exhalaron las cuerdas de aquel monstruo de madera, bajo las garras posesas y maquiavélicas del sublime artista, como mariposas desvergonzadas, libélulas indómitas, y chispas de fuego azul. Al mismo tiempo, el ballet diseñado por Manuel Da Tombiteira describió un paraíso japonés, chino, asírico, oriental, tecnológico, y futurótico, de una manera tan soberbia y tan exuberante que, bajo la excelencia del Triunfo de Alejandro, el paladar del buen gusto se arqueó entre sandías rabiosas, ternera caramelizada, huevas de caviar, y pasteles de chocolate, arrope, sirope, y merengue. Sin proponérmelo caí preso, entonces, de un pentagrama escarlata vivo, cuyas fugas, semifugas, corcheas, sostenidos, y bemoles, en clave de solfamiredó, me persiguieron por una selva de esmeraldas, carbunclos y rubíes, donde panteras rosas de ojos verdes se dignaban a devorarme partes del alma, y pájaros de granate picoteaban mis sentidos. En un estado de clímax absoluto terminó el concierto, palmas y más palmas acompañaron a los artistas. Y yo, al terminar la función, cogí el paraguas del guardarropa y salí a la calle, cuyo silencio aromaba una nocturna exhalación de estrellas.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo10/01/0713:51


  • Siete letras.

El día no había sido nada tranquilo para Renato. Muy al contrario, los asuntos se le acumulaban sobre la mesa y el teléfono, --esa chicharra--, no dejó de sonar. No contó las veces que miró el reloj para comprobar cuántas horas le quedaban de oficina, amarrado a la silla y la vista fija en la pantalla lechosa del ordenador.
Sólo los cuarenta y cinco minutos del almuerzo le dieron una tregua, digamos que limitada. Al entrar al Bar-restaurante y sentarse, siempre desplegaba el periódico que acababa de comprar en el quiosco y les daba un repaso a las noticias de deportes, a los chismes de sociedad y a resolver por encima el crucigrama, sin preocupación alguna, sólo para entretenerse, para distraer la monotonía de comer solo. Y de nuevo a la oficina, a la rutina del teléfono, a la clasificación de los papeles, a seguir mirando la pantalla.
La tarde se le hacía más larga que la mañana, quizá porque su estómago estaba haciendo la penosa digestión. Más de una vez debía tomarse una pastilla antiácido para ayudar.
Pero el momento de dejar la oficina llegaba inexorable. Renato bajaba siempre por la escalera despreciando el ascensor para evitar hablar con nadie. Salía a la calle, doblaba la esquina y entraba en un bar, pedía una jarra de rubia cerveza y cerraba los ojos disfrutando el primer trago, sintiéndolo bajar como un puñal de cristal esternón abajo. Luego buscaba su coche, tiraba la chaqueta en el asiento de detrás y conectaba la radio.
Inexorablemente la emisora seleccionada emitía siempre música clásica. “Me relaja”, se decía.
Al llegar a su domicilio, colgaba la chaqueta en el perchero, tiraba la cartera en el sofá, cogía el periódico y se metía en el excusado. Abría la página de pasatiempos y continuaba resolviendo el crucigrama. Doce vertical, siete letras, plural: “Nota cuya entonación es un semitono más baja que la de su sonido natural”… No le venía a la mente.
Se sentó ante el televisor y le dio al mando. La Orquesta de Munich desgranaba un Oratorio.
--¡Ya lo tengo: B-E-M-O-L-E-S, siete letras, plural!

ANDRESNIPORESAS10/01/0720:55


  • La trompeta y las palomas.

Una noche, cuando mi hermano volvió del trabajo, irrumpió en el salón nervioso, exaltado.
— Mirad lo que me he encontrado en la calle, estaba junto al contenedor de la basura —nos dijo mientras mostraba orgulloso, en su mano levantada, una gran trompeta plateada— y está nueva, no entiendo como la han tirado.
— A saber de quien era esa trompeta, que asco —dijo mi madre acompañando sus palabras con un gesto que no dejaba dudas sobre lo que pensaba.
— Se lava la boquilla y listo —dijo mi hermano mientras se encaminaba al lavabo con la trompeta en la mano.
Escuchamos el ruido del agua correr y el frotar de la toalla sobre la boquilla. Después, mi hermano se fue a su cuarto y no fue, hasta media hora más tarde, que no escuchamos el sonido de la trompeta por primera vez.
— Tarariiiiiiiii, tararaaaaaa.
Al principio nos hizo gracia como desafinaba, como el metal maléfico de aquella trompeta destrozaba los sonidos, pero cuando llevábamos un rato escuchando aquel concierto, empezamos a intuir el problema que se nos venía encima.
Recuerdo que acompañé a mi padre a la habitación de mi hermano. Tenía los mofletes hinchados, rojos, a punto de estallar, soplaba con toda la fuerza que podía aquella trompeta. A través de gestos y signos logramos hacernos entender y mi hermano, por un instante, separó su boca de aquel instrumento demoníaco.
— Hijo mío, es tarde y los vecinos van a protestar. ¿Por qué no lo dejas para mañana? —le indicó mi padre con su habitual tranquilidad.
— Papá, lo he decido, voy a ser trompetista, el trabajo en la ferretería no me gusta. Lo mío es la trompeta —contestó mi hermano que de inmediato volvió a soplar con fuerza.
Volvimos al salón con una cierta desazón y preocupados por la noche que se nos avecinaba.
— María tráeme el algodón del botiquín —solicitó ni padre a mi madre— Mañana ya veremos lo que hacemos, pero por lo menos vamos a asegurar esta noche —dijo mi padre mientras con sus dedos iba formando bolitas de algodón.
El efecto amortiguador del algodón, junto con las puertas prudentemente cerradas hizo posible que sobrellevásemos la noche, a pesar de que mi hermano no paró, ni por un instante, de practicar con su trompeta.
A la mañana siguiente, mi padre se levantó muy temprano y al rato volvió con unas placas de corcho.
— Vamos a forrar su habitación con estas placas —nos comentó con la alegría del que ha dado con la solución a un problema.
Tuvimos que hacerlo con los tapones de algodón en los oídos, porque mi hermano no accedió a nuestra propuesta para que parase, al menos, mientras instalábamos las placas en su habitación.
Fue un fracaso, quizás aquellas placas fuesen capaces de parar el sonido de una flauta, pero demostraron su ineficacia a la hora de hacer frente a la trompeta de mi hermano.
Vivimos así durante meses, envueltos en las notas metálicas de aquella trompeta, día y noche, consultamos sin éxito a los mejores catedráticos de aislamiento acústico, nada se podía hacer. Hasta que un día, un compañero de mi padre, jubilado también, dio con la tecla.
— ¿Por qué no lo pasáis a las palomas?
— ¿A las palomas? —dijo mi padre.
— Sí, tú ve dejándole maíz en el cuarto, cada día un poquito más y ya verás como se va pasando.
El primer día, mi padre le dejó a mi hermano un pequeño cartucho de maíz que compró en el parque. Efectivamente, a eso de media tarde, mi hermano dejo por un momento de tocar la trompeta y esparció el maíz sobre el alfeizar de la ventana. Al rato tenía a las palomas dando buena cuenta del mismo. Lógicamente, acabado el maíz, se fueron las palomas y mi hermano volvió a la trompeta.
Así seguimos varios días, aumentándole la dosis de maíz, cada día los espacios sin trompeta se iban dilatando de manera proporcional al maíz que ya se lo suministrábamos en cubos.
A las dos semanas mi hermano dejó abandonada la trompeta en la cama puesto que dedicaba todo el tiempo a alimentar las palomas. Aprovechando que iba a cambiar las sábanas, mi madre pudo sacar la trompeta envuelta en las mismas.
Hoy en día, mi hermano se dedica por completo a las palomas, mi padre le suele poner entre diez y doce cubos de maíz en la puerta de su cuarto, pero como él dice: “tampoco sale tan caro”.
-- Feliz año a todos --

Iconoclasta10/01/0722:43


  • Un poquito fuera de lugar

El coronel Sandalio era pequeño pero tenía los bemoles muy bien puestos. Se aburrió del trabajo de oficina y de la rutina, y se presentó voluntario para distribución de ayuda humanitaria en África oriental. Durante años estuvo organizando el tráfico de paquetes europeos, semillas y maquinaria, en Kenia, Angola, Mozambique...
A mediodía, en una aldea perdida, sudando como un cerdo a más de cincuenta grados, hubiera dado la mitad de su paga por una coca-cola fresca con hielo civilizado, no el de color barro que tenían allí en la nevera... Pero, genio y figura, pequeñito y todo, perseveró como un diablo y las cosas salieron más o menos como tenían que salir. El español, lo llamaban, y él aceptó el reto.
Cuando volvió, se había vuelto más ingenuo y más buena persona, y la soledad lo derrotó dentro de su casa. No tenía familia.
Se apuntó en uno de esos negocios de citas por internet que anunciaban tanto y empezó a escribirse con desconocidas por ver si eran su media naranja. Todo el día en el pc.
Había una, CrisMarla, que le sonaba muy bien, le atraía. Le pidió una foto y vio que era una chavala muy bonita, joven, jugosa, treinta y tres añitos, un guayabo... y se asustó porque él era mucho más viejo y más feo, renegrido y con el entrecejo peludo.
»No me importa, le respondió CrisMarla. Quiero quedar contigo.
Y se citaron en la cefetería de un hotel de buena pinta.
Sandalio se colocó en sitio estratégico para ver a las que entraban, pero ninguna era CrisMarla. Ni la damita de los collares de perlas, ni la matrona gruesa, ni la abuela elegante con los zapatos de tacón azul, tan alta...
De pronto, la abuela altísima envuelta en seda azul, se dirigió hacia él sonriendo.
»¿Sandalio? Soy CrisMarla. Por favor, no te marches, escúchame.
Y fuera por la sorpresa, por la sonrisa, el perfume, los ojos claros, por no ser grosero, o porque ella era tan alta y elegante como él nunca había soñado, el caso es que Sandalio se quedó.
Cristina tenía setenta y seis años y su familia ya no le hacía caso. Ella, que había sido muy inteligente y muy activa toda su vida, con dos carreras y un trabajo de responsabilidad, le había robado una foto a su nieta y se las ingeniaba para andar de palique virtual con hombres con los que luego quedaba para charlar, y charlar, y charlar... horas y horas.
Sostenía Sandalio que pasó con ella la tarde más fascinante de su vida porque la dama le habló de tal manera, contándole anécdotas, sus ilusiones, sus proyectos para el futuro, porque ella estaba segura de que el futuro merecía la pena...
Y debía ser verdad que lo pasó bien, porque repitió la cita unas cuantas veces, y siempre llevó flores.

BLANKA-L10/01/0723:47