sábado, 31 de marzo de 2007

CCLXXX TINTERO VIRTUAL.- El enfermo imaginario

CCLXXX TINTERO VIRTUAL.- El enfermo imaginario Muchas gracias por vuestros votos, es un honor viniendo de plumas tan ilustres y admiradas por mí.
Propongo el tema "El enfermo imaginario" en una especie de autohomenaje a mi estado actual : evitar tener que cruzar algún puerto de montaña nevado y helado y resbaladizo y peligroso y de todo para llegar al trabajo me ha postrado en una cama imaginaria con un lumbago imaginario;¡ah! y porque, en fin, lo reconozco, estoy entre el 99 % de la población mundial que no tiene la más remota idea de como colocar unas cadenas.

Chesterton 26/01/0709:13




  • Enfermedad muy habitual.
Este mes pasado, he tenido que visitar a mi médica de cabecera más que nunca. Al principio acudí a su consulta para que me controlase la tensión. Soy de esos que, se pone el tensiometro en el brazo, cuando escucha a un amigo hablar sobre los males.
No se por qué, pero el artilugio presionando el brazo me da mala sensación, sobre todo, cuando veo a la médica presionar la goma. Me recuerda las lavativas que de pequeño me ponía mi madre para anular las lombrices. Decían lombrices, pero hoy día pienso que era mera excusa para no admitir la mala alimentación.
_ Sigue con la misma pastilla. Una al día y después del desayuno. Me indicó le médica.
_ ¿Y para la alergia, sigo con la misma?. Le pregunté al instante.
_ Si, sigue con la misma. Me contestó, mientras miraba el monitor de su ordenador.
_ Pero, tu sabes que pastillo tomo. Pregunté intrigado.
_ ¡Claro, hombre!. Suelo recetar a todos la misma.
_ ¡Bien, bien! . Asimilé, no sin cierto recelo.
_ ¡Por cierto!. Desde hace un tiempo tengo un fuerte dolor en el brazo, sobre todo, al levantarme.
_ ¿Qué brazo te duele?. Me preguntó, nuevamente sin mirarme.
_ El derecho. Este, le indiqué, mientras levantaba el brazo.
_ No hace falta levantes el brazo, se cual es tu derecho. Me dijo con cara mosqueo.
_¡Ayyyyy!. ¡Que dolor me ha dado!. Grité con desesperación.
_ ¿Qué te duele al levantarlo?. Me preguntó, esta vez mirándome con ojos raros.
_ Bueno, a veces cuando lo levanto. Otras, si señalo hacia la derecha.
_ ¿Desde cuando notas el dolor?.
_ Pues mira. Quiero recordar, desde que me hicieron una foto en Jaén, imitando a Blas Piñar.
De inmediato se pone a recetar la nueva pastilla para la contractura muscular.
Vuelvo a visitarla al cabo de una semana. Entro en la consulta y sin llegar a sentarme, comienza a interrogar.
_ Bueno, ¿Que tienes ahora?. Me pregunta, esta vez, con ironía.
_ Pues mira, que observo que entre la pastilla de la tensión, la de la alergia y la de la contractura, me entra somnolencia y desgana sexual, y no levanto cabeza.
_ Pues el remedio podría ser la “biagra”. Me dice la tía con algo de “cachondeillo”.
_¡ Ni “biagra” ni leches!. No tomo más pastillas. Le contesté mientras abandonaba la consulta.
Al llegar a casa, me pregunta la parienta que me ha dicho la médica. Y al segundo con una buena reacción, así le dije yo:
_ Mira, me ha dicho, que deje la pastilla de la tensión, y hagamos el amor con más asiduidad. Que deje la de la alergia y tú duermas con un pequeño camisón en lugar del pijama. Que la tela del pijama es la causante de mi alergia.
_ ¿Y la pastilla para brazo?. Me pregunta la parienta con descaro.
_ Esa, me ha dicho que la dejarë automaticamente cuando anule las dos primeras y si los ejercicios de brazos los hago en un gimnasio.

erkaytano 26/01/0719:54




  • "Amaxofobia I"
La amaxofobia es una enfermedad imaginaria. ¡Vamos, que imagínate tú que la padeces como yo!
Se manifiesta un día de repente sin avisar. Te encuentras comodamente apoltronado en el asiento de tu auto, con el cinturón abrochado, el móvil apagado en el salpicadero dando tumbos de aquí para allá, la música de Radio3 escupiendo una melodía étnica afroportuguesa de dudosa autoría y tú, ¡tan pancho!, susurrándole al oído de tu conciencia,¡tranquilo, ya llegarás!
Esa zanja no estaba ahí hace un cuarto de hora. Tampoco el atasco y el chubasco. El aguacero y el viento pintan un panorama desolador a través de los limpiaparabrisas. Ahora el móvil apagado, esas dos batutas exteriores que marcan el compás de la lluvia y la melodía etíopesenegalesadenosédonde parecen dirigir la orquesta de semáforos verdes, señales rojas, agentes amarillo fosforescente, paraguas multicolores, gentes multirraciales, coches argentados, camiones ambarinos, motocicletas frágiles como cristal, cascos transparentes, perros de aguas con orejas y hocicos calados de barro, perros atados y con bozal, perros callejeros, más perros sueltos y atados...Pienso, ¡Dios! ¿Por qué en vez de perros no paseamos caimanes bajo la lluvia por estas condenas calles reptiles? ¡Sólo los galápagos se atreverían a transitar en un día como hoy!
De repente, siento como si me estuviese convirtiendo en una tortuga o un lagarto. Me tiemblan las extremidades inferiores y no siento los brazos. Me miro la cara en el espejo y veo el reflejo de un reptil terrestre enjaulado. Anhelo tener un caparazón quelonio donde esconderme y refugiarme de los peligros exteriores. Anhelo alimentarme de hierba, insectos y caracoles y no tener que acudir nunca más a trabajar, no tener que montarme en este trasto todos los días, no tener que sortear zanjas, curvas, cambios de rasante, rampas, pendientes, surtidores de gasolina, ciervos, vacas, ovejas, pilotos suicidas, autobuses que son cañones, camiones que son obuses. Anhelo no tener que acudir nunca más a este frente, a esta guerra permanente y vacía. Anhelo convertirme en una pacífica tortuga, esconderme bajo mi caparazón y dormir un letargo, un sopor, una modorra de meses. Creo que ya me estoy convirtiendo en un ser que es mitad de lo que anhelo ser. Quisiera gritar, articular alguna palabra, pero no puedo. Bajo un poco la ventanilla.

gemmayla 26/01/0722:15




  • Enfermedad infantil
Al principio, se limitó a levantarle del suelo agarrándolo por el cinturón, pero como a estas edades uno está acostumbrado a sufrir indignidades por parte de los mayores, e incluso las espera porque suelen ser motivos de juego, lo celebró contento esperando que le llevara de una forma tan divertida por el aire con los demás, en lugar de eso le hizo entrar en el dormitorio conyugal, abrió un armario, sacó una pistola de su interior, le quitó las balas diestramente con una mano y se la mostró. Mientras, con la otra mano le sostenía en vilo. Todo esto, con la penumbra del cuarto y el dolor que empezaba a sentir en la entrepierna a causa de la presión del pantalón contra sus ingles, le intranquilizó un poco, pero no empezó a alarmarse hasta que, vuelta la pistola al armario, su tío le puso de nuevo en el suelo y deslizó la mano por el interior de su ropa.
No queriendo contrariar a su tío, porque en casa solían reaccionar mal y con violencia a las quejas, se limitó a retorcerse tratando de evitar esa mano, que pensó estaba ahí por error. Sin embargo, otra cosa más tenaz que un error, más fuerte que él, decían lo contrario. Trató de entender lo que sentía y en ese momento no supo que era miedo, quiso escapar de esa sensación poniendo todo su empeño, así que para evitar que la mano saliera, su tío le enroscó el cinturón por la espalda aprisionando la propia zarpa justo donde quería tenerla. Estuvieron de esta manera bastante rato, él tratando de zafarse y su tío agrandando su propia insistencia, ora reduciéndole por la fuerza, ora tranquilizándole con palabras.
De no haber temido más a la reacción paterna que a los magreos de su tío, habría llamado la atención chillando, pero por el momento prefirió callar y evitar que le castigaran por lo que estaba pasando. Por fin, la respiración de su tío se volvió agitada y acto seguido aflojó la presa. Antes de dejarle ir, le advirtió que este juego era privado y que debía mantenerlo en secreto si no quería enfadar a nadie, recordándole cómo era su padre.
Estas escaramuzas empezaron a ser tan frecuentes como veces iban de visita a la casa de sus tíos, así que aprendió a evitar ir al lavabo para no provocarlas, pero su tío encontró la manera de perseverar ofreciendo su hogar para alojarle, si acaso sus padres tenían otra cosa que hacer, y luego le llevaba en coche, despacio, con calma, de vuelta. Acabó aceptando pagar este tributo a su tío con naturalidad, a cambio podía disfrutar de vacaciones y fines de semana con sus primos, que eran sus compañeros de juego preferidos y recibir de su tía un cariño maternal que desconocía en casa. Pero, sobre todo, lo hacía por estar lejos de la disciplina de su hogar, que era para él su peor tormento. Entre otras cosas, su padre le obligaba a recibir en posición firme los castigos mientras le cruzaba la cara con unos mandobles recios, robustos y contundentes, hasta asegurarse de que los encajaba sin pestañear o de la nariz le brotaba sangre.
De su tío obtuvo poco placer. En alguna que otra ocasión llegó a tener erecciones, pero no era lo corriente y nunca suficiente para alcanzar el orgasmo. Entre los doce y los trece años le dejó en paz y lo sustituyó con su hermano cuatro años más pequeño. Con el tiempo, algo mayores, lo comentaron superficialmente alguna vez, pero su hermano se volvió muy reservado y la relación acabó inexistente. Él mismo descubrió que su enfermedad era imaginaria cuando le certificaron atisbos de locura. Dejó que lo creyeran, naturalmente, para librarse del servicio militar. Y un día, tiempo después, entrando en ambulancia por la puerta de urgencias del hospital, herido por un corte que se causó él mismo con un bisturí para callos y durezas del pie que le recorría el antebrazo desde el codo hasta la muñeca, un enfermero que le tomaba el registro abotargado por el tedio y el cansancio de la rutina, le preguntó si ya tenían otro caso al que no le quisieron sus papás. Él contestó que no, que qué va, que era por otra cosa.

SEMENTERIO 27/01/0706:17




Re:"Amaxofobia II"Respuesta a: "Amaxofobia I"...Bajo un poco la ventanilla y me llega la húmeda fragancia de los claveles de la gitana de la esquina. La gitana que no ha recogido el puesto de flores a pesar de todos los cataclismos. ¡Valiente mujer de la raza de la pasión y las navajas plateadas! Pienso si ella puede con esta batalla de cuchillos, flores y tempestades, tal vez esté a tiempo de recobrar mi aspecto humano de persona normal que acude normalmente a su lugar de trabajo y cumple con normalidad con la rutina exigida. Respiro una bocanada de aire polucionado que me sabe a gloria humana, demasiado humana y por tanto, bendita. Me miro en el espejo y ya no tengo aspecto de reptil ni de animal enjaulado. Soy la misma persona que antes vió que aquella zanja no estaba ahí hace un cuarto de hora. Me parece una sinfonía de agua y color, lo que momentos antes se me antojaba gris, plomizo y de alquitrán.

gemmayla 27/01/0709:40




  • Imaginering Corporation.
Imaginering Corporation.
El programa por ordenador era perfecto. Tu pedías la enfermedad y el programa engendraba sobre el modelo todos los síntomas de la misma a lo largo del tiempo. La prognosis, la evolución, las complicaciones, los medicamentos, todo, todo, todo. Uno de los logros de la informática aplicado directamente a la medicina. Y nos pusimos en marcha, había que convertir dicho programa en juguete. Primero, claro está, diseñamos un muñeco de goma, el clásico nenuco de cabello rubio limón y ojazos verdes como esmeraldas coaguladas, un angelito guapísimo, decía papá y mamá con una voz de crisoberilo y aguamarina que rayaba en el crimen. Luego le introducimos las sucias enfermedades. Un componente electrónico bajo su piel de goma y el muñeco vivía todas las etapas de un resfriado, echando moquitos por la nariz y poniéndose colorado y febril, de eso se encargaba el mecanismo interior, una proeza de la aeronáutica espacial aplicada al diseño industrial de juguetes. Pero luego quisimos más, no nos bastaba con un simple resfriado, queríamos algo más grandioso y espectacular, que lo mórbido resplandeciera con luz propia y que lo enfermizo brillara refulgente. Teníamos que perfeccionar el muñeco. Inventamos para él los síntomas de una rubéola, de un sarampión y de un herpes. Llegamos a realizar algo sencillamente espectacular y oprobioso, en el caso del herpes conseguimos que al muñeco se le desarrollara un herpes labial cojonudo. Los niños pequeños usaban su barrita de crema para tratar al muñequito y sus inyecciones de mentirijilla para hacerlo sanar, era algo muy bonito. En el caso de la rubéola toda la piel sintética del nenuco se cubría de ronchas rosadas, bajo la carcasa de plástico del nene artificial minúsculos circuitos distribuían ondas de pigmento que se activaban electrónicamente a voluntad del programa, era en verdad archiespectacular aquello. Pero los niños querían más, los padres querían más, la industria quería más y el World Trade Center quería, exigía más. Desarrollamos el muñeco con hepatitis y el muñeco con difteria. Pero no les bastó aquello, exigieron mucho más. Nuestros nenucones rozaron la cima de la perfección el día que introducimos en el programa la resistencia a los antibióticos. Todo fue de maravilla hasta que un día empezaron a llegar los casos a los hospitales, si el muñeco se moría algunos niños se suicidaban, fue un desastre comercial, la prensa amarilla, como escualos de ultratumba, se cebó con nosotros, la Imaginering Corporation. Pero sobrevivimos. Ahora nuestro último producto es la muñeca que se embaraza y pare. Hemos hecho un estudio de Marketing y creemos que será todo un exitazo.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo28/01/0713:23


  • Casta Diva.
El Palacio de la Ópera flotaba en órbita lenta alrededor de una estrella enana azul. Su movimiento era suave y brillaba espléndidamente. Por dentro era un laberinto de cristal de cuarzo, en unos sitios transparente, en otros pavonado, a veces en placas de color como las vidrieras de una catedral. La gente entraba y caminaba y caminaba como encantada por las bellas salas asombrosas hasta que llegaba la hora de la representación. Entonces pasaban a la gran esfera interior que era el verdadero auditorio.
Benson y Yhanna se adentraron por los pasillos hasta una zona apartada que tenía paredes sencillas de cristales translúcidos sin rectificar y sin teñir. Había una claridad azulada irreal, muy hermosa. Era una zona de servicio para la gente del teatro y los artistas, donde estaban los guardarropas y los camerinos. Pasaban grupitos de jóvenes vestidos de blanco para la función, llevando con ellos sus instrumentos que calentaban las voces, hacían gorgoritos y se reían. Yhanna estaba en su elemento porque ella también era un buen violín solista, y se le escaparon espontaneamente unos trinos alegres. Cogió a Benson de la mano y se unió a los jóvenes, y así atravesaron los corredores azules y entraron en todas las cámaras sin llamar la atención.
—Vamos allí —Yhanna señaló una sala aparte, formada por miles de estalactitas de cristal. Se veían fuegos dorados dentro, lamparillas donde se quemaban bálsamos—. Es un altar de Mut, la diosa de la música, mi diosa. Vamos a encender un voto para pedirle buena suerte.
Unas chicas entraron con recogimiento. Dentro había silencio, sólo crujía el fuego en el círculo de lámparas votivas que rodeaban el pedestal de una pequeña figura femenina de oro en actitud receptiva.
— ¡Ay Mut! ¡Ay madre y amparo mío! —se levantó un murmullo al fondo, una voz muy bonita que se quejaba— ¡Ayúdame y no permitas que el frío me consuma! ¡No dejes que mi garganta se quede inerte, haz que pueda cantar el placer como tú, madre, nos enseñas! ¡Que el fuego me haga arder esta noche y llene de pasión a los que han venido a tu nueva Ópera para honrarte!
— ¡Pero si es PezdePlata, la diva! —se asombró Yhanna oyendo aquellas quejas complicadas.
— ¡Ay, Mut, no me falles hoy! ¡Que vuele yo muy alto! —subió hasta un tono agudísimo y se puso de pie en toda su estatura. Era una mujer gruesa y hermosa con los atributos de su madurez bien dispuestos en un cuerpo que seguía bello. Levantó los brazos al techo de cristales— ¡Que los que quieren mi fracaso se vean ellos fríos y confundidos! —gritó con voz de trueno— ¡Que mi corazón no falle hoy tampoco, Mut, porque lo pongo a tus pies! —y se desplomó de bruces en el suelo dando sollozos melodiosos muy sentidos.
Las servidoras la rodearon con revuelo de sedas ofreciéndole sales, flores, mimos y aire con abanicos de palma.
—¡Genial, es la mejor! —susurró junto a Benson y Yhanna un hombre mayor con una franja dorada en su capa de gala— Antes de la función siempre tiene miedo de fallar y se pone enferma de angustia: suda, tiene palpitaciones, se sofoca, se ahoga, parece que se muere… pero cuando entra en el auditorio y ve a su público se recupera como por milagro y canta como un ángel, como la propia Mut. ¡Y hoy va a estar como nunca!

BLANKA-L 28/01/0717:28




  • Los tumbados.
Un escocés borrachuzo, blasfemo, arrebatado y cascarrabias, llegó a Fisterra un violento diciembre de 1935, escupido por el mar en una esperpéntica representación: miles de acordeones flotando y emitiendo un sonido chirriante mecidos por un viento atroz y un oleaje de paredes saladas y, en medio de ellos, como un oceánico Quijote, asomaba él, su figura alucinada, la mandíbula desencajada, los ojos como platos, entre la histeria y la euforia de la supervivencia.
Venía de un carguero griego; una tartera a vapor, medio oxidada y renqueante, que un temporal bestial de los que trillan “A costa da morte” escarpando su perfil, arrastró hacia las rocas punzantes, junto con un cargamento de miles de aquellos instrumentos destinados, según cuentan, al carnaval de Nueva Orleans, unos cuantos cadáveres de chipriotas y filipinos y mi propio abuelo, el escocés alcoholizado, vagabundo irreductible, enganchado con furia a uno de esos armatostes con fuelle y a la petaca de malta que era ya una prolongación más de su demacrado cuerpo.
Apenas lo conocí, ni yo ni nadie, porque ni aprendió el idioma, más allá de dos o tres blasfemias en un gallego gutural y estrambótico en esa flamígera lengua de Edimburgo, ni se dejó ver más que por su familia en los treinta años que vivió en nuestra tierra, pues nada más ser rescatado y atendido por el médico -que no vio más que una cogorza considerable y un ligero resfriado en la exploración de ese esqueleto andante- fue puesto a los cuidados de una enfermera -a la sazón mi santa abuela quien, habiendo tenido un novio y no casándose con él, y habiéndose resignado a ser una solterona para el resto de su vida, como manda la tradición en estos lares y aquellos tiempos, vio, por decirlo así, el cielo abierto ante tamaña oportunidad- cuyos cuidados duraron para el resto de su existencia, ya que, sin saber cómo ni por qué, decidió no levantarse jamás.
Nadie llegó a quererlo, ni siquiera mi abuela –presionada por los tiempos que corrían, únicamente quería ser madre y obtener la aprobación popular- y es que no tenía más ansia que surtir su inagotable hígado de los espiritosos brebajes que vidriaban sus ojos saltones, tanto que parecían a punto de salir disparados de su huesuda cara y estamparse contra el cuadro pajizo y enmohecido de la Virgen del Carmen que mi abuela había colgado frente a la cama para vigilarlo en su ausencia. Mi falta de interés -por la imposibilidad de entendimiento y la pestilencia que expelía- no me dejó más que tres o cuatro imágenes estáticas en el cerebro, de un viejo escuálido, un guiñapo detestable y gruñón, que veíamos en fechas señaladas, en el pueblo, un tumbado que apestaba a alcohol, que gesticulaba con una energía desmedida para estar enfermo y gritaba sin descanso a mi pobre abuela, salpicándola al tiempo de gotas de saliva diluida en algún licor que, resignada, limpiaba al atravesar la puerta, mientras me miraba como esperando mi comprensión, a mí, que desde el quicio de la puerta no ansiaba más que ese chiflado se callase de una vez, ya que sus alaridos eran sin duda la fuente de la que nacían todos mis terrores nocturnos.
Ahora, pasado el tiempo, desaparecidos él y ella, cada vez me despierta más inquietud y curiosidad su historia, y si no fuera porque mi padre está postrado en la cama, enmudecido, en pleno proceso de deserción de la vida y el mundo, buscaría respuestas para eludir la condena de los O’Connelly. Claro que pronto me importará bien poco y claudicaré a mi destino: la horizontalidad en vida.

Chesterton30/01/0716:56




  • La vaga memoria.
Cuando la policía vino a buscarme a mi casa me asusté. Me atrapó ese complejo de culpabilidad soterrado con el que convivo y no sé por qué temí, porque en realidad no tenía nada que temer. ¿Puede usted acompañarnos, por favor? Necesitamos su colaboración. Al llegar a la comisaría, Antonio no paraba de gritar con la cara desencajada, mi nombre con sus dos apellidos.
La primera vez que vi a Antonio fue hará ahora veinte años más o menos cuando empecé el odioso trabajo del que todavía no he conseguido liberarme. Él hacía las labores de mantenimiento de esa empresa que ha sido mi refugio y mi condena durante las últimas dos décadas. La gente de mi departamento no tenía relaciones con los compañeros que pertenecen a esta sección. Para ellos eran como gente invisible que arreglaba cosas y que aparecían cuando tenían que aparecer. Pero a mí, que siempre me ha fascinado vivir otras vidas, cuan más distintas mejor, me gustaba relacionarme con el personal de mantenimiento, con las limpiadoras, con los vigilantes jurados. Y fue así como hablé con Antonio la primera vez, cuando vino a revisar el teléfono de mi oficina. Era una persona humilde hasta la confusión. Le costaba mucho rebasar esa puerta de la confianza que yo le dejaba abierta cada vez que nos encontrábamos. Siempre me saludaba con absurdas inclinaciones y me trataba de señor, señor a pesar de que me sacaba más veinte años. Era una persona trabajadora, noble, servicial y respetuoso, pero alegre. Siempre tenía una educada sonrisa para recibirte y algún gracioso cumplido para despedirte. Cuando me encontraba con él siempre terminaba diciéndome a mí mismo que aquel era uno de los tipos de los que la humanidad necesitaría por millones, y otro gallo nos cantaría.
Hace un par de meses escuché a dos de los compañeros que más cerca y lejos a la vez tenía en el café burlarse de él con sorna una vez que se hubo marchado de la sala de fumadores tras hacer un pequeño arreglo en la máquina del agua. Comentaban entre risas que a Antonio le estaba ocurriendo que se desmemoriaba, no recordaba las cosas que había hecho en el último minuto y claro, eso provocaba situaciones, para ellos, dignas de risa. A mí me preocupó la situación porque le tenía un gran aprecio y en los siguientes días traté de tantearlo. Me comentó con la sonrisa que en él solía ser habitual que tenía el cerebro fatal y que estaba yendo a un médico a ver si se lo reparaba. Nos reímos y yo traté de decirle que seguro que no era nada y que pronto curaría, lo típico en estos casos. Pero la cosa no curó, sino que fue empeorando.
Ayer salí tarde de la oficina y me lo encontré deambulando por la planta de abajo, me acerqué a saludarlo como lo había venido haciendo en los últimos veinte años y él se dirigió a mí sin decir mi nombre, pero con la familiaridad que ya nos habíamos forjado. Me preguntó si podía mirarle el cuadrante en el ordenador para saber a qué hora entraba mañana. Yo le dije que por supuesto, pero al mirar vi que estaba de vacaciones todo ese mes. Cuando se lo dije, él me dijo, ostras es verdad, y casi sollozando, empezó a contarme su calvario.
Te puedes creer que nos conocemos de hace veinte años y no recuerdo tu nombre. Juan Luis, le dije. Juan Luis, Juan Luis, pues no lo recordaba. No recordaba que estaba de vacaciones, ni siquiera recuerdo por qué he venido aquí. Le pregunté por el médico.
El médico, ja, el médico. ¿Sabes lo que me dice Juan Luis? ¿Juan Luis?
- José Luis.
- Eso, José Luis, José Luis. Me dice que hay algo que no le cuadra. Me dice que no le cuadran mis síntomas con todos los tacs que me ha hecho. Que hay algo que no le cuadra.
No se atreve a decírmelo, pero piensa que estoy fingiendo. Dios santo, que estoy fingiendo. Tengo sesenta años, me quedan cinco para jubilarme. ¿Tú te crees que yo tengo edad para fingir nada? Tú te crees Juan Luis que se puede fingir un calvario como este. Llevo trabajando desde que tenía 12 años. He vendimiado en Francia, después me fui a Alemania, a la fábrica. Allí hasta que llegué aquí. He sacado a tres hijos para adelante, que no les reprocho nada, porque ellos qué van a hacer los pobrecitos, cada uno tiene su vida, y están lejos. Con sus carreras los tres. Pero mi mujer… ella le hace caso al médico. Y me trata como si fuera tonto. Y yo tonto no soy Juan Luis. No es que haya sido muy listo, pero he tenido estas manos y la cabeza, pues lo justito pero me ha dado para que no les falte de nada, ni a ella ni a los niños. Pero ahora me mira como un estorbo y yo me doy cuenta de las cosas Juan Luis, aunque se me olviden. Y ahora mira cómo me veo. ¿Fingir? Por Dios bendito, yo lo que quiero es estar bien, como he estado toda mi vida, y trabajar, que no sé hacer otra cosa en esta vida, hasta que me jubile y luego Dios dirá. Y no verme así. Que yo me doy cuenta. Ayer me pasé la salida de mi casa Juan Luis con el coche y madre mía, tardé dos horas en volver. Perdido, y estaba al lado. Menos mal que vi al Pepe, que salía del bar y le pregunté. Estaba al lado pero yo no me acordaba. Te lo juro que a veces me dan ganas de colgarme de cualquier sitio porque esto no es vida, pero la verdad es que luego uno piensa, y si es verdad que hay vida más allá. ¿Cómo se presenta uno allí de esa manera? Y entonces decides tirar palante, pero así no hay quien viva.
Lo habían detenido en mitad de una concurrida de la calle por donde circulaba en dirección contraria después de haberse llevado por delante a una familia entera en un paso de cebra, y al llegar los agentes, tan sólo gritaba mi nombre, enloquecido. Mi nombre y los dos apellidos. Y así siguió hasta que lo encontré en aquella sala de reconocimiento.

cap_Alatriste 31/01/0700:02




  • Corazón partío
El doctor Monteverde, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Virgen de la Esperanza, está reunido en su despacho con los miembros de su equipo. Asiste también a la reunión el Catedrático de Anatomía Patológica, el prestigioso doctor Gómez-Coll. En este momento, escuchan con atención las palabras del Dr. Monteverde mientras observan las radiografías colocadas sobre la pantalla luminosa.
— Como pueden ver, se observa perfectamente la fisura que separa al corazón en dos mitades, es un corte limpio...
— ... perdone doctor, pero me gustaría ver el cadáver —interrumpe el doctor Gómez-Coll.
— Querido colega, por eso precisamente he requerido su presencia, es que no se trata de un cadáver, el paciente está ahí afuera esperando que le hagamos pasar... —responde el doctor Monteverde, consciente del efecto que sus palabras pueden causar.
— Jajajaja, le tenía a usted por alguien más serio, ha estado bien la broma...
— ... Es que no se trata de ninguna broma y... lo peor es que no le late el corazón... —insiste el Dr. Monteverde con seriedad.
— Pero... eso es imposible, nadie podría vivir con el corazón partido en dos mitades. Haga pasar a su paciente, estoy deseando explorarle —expone incrédulo el doctor Gómez-Coll que aún no ha descartado que pueda tratarse de una broma pesada.
Jacinto está esperando en la antesala de la consulta. Los nervios le impiden permanecer sentado y se distrae leyendo la infinidad de títulos y diplomas que tapizan las paredes. De repente, una enfermera asoma por la puerta de la consulta y se dirige a él con una sonrisa amable.
— Don Jacinto, puede usted pasar, el doctor le está esperando.
Tras recoger el gabán del asiento, Jacinto accede al interior de la consulta.
— Buenos días —acierta a decir temeroso ante la presencia del grupo de doctores.
Tras una hora de intensos interrogatorios, exploraciones y pruebas, el grupo de doctores sale por la puerta de la consulta.
— Sin duda estamos ante un caso único en los anales de la medicina, voy a telefonear sin demora al American College of Cardiology, este va a ser el caso del año —comenta el doctor Gómez-Coll a sus colegas mientras abandonan la consulta.
Jacinto se ha quedado solo, está sentado sobre la camilla y desnudo de cintura para arriba, tiene la cabeza entre las manos, está desolado ante su situación. Una voz le saca de sus pensamientos, es una doctora del equipo del doctor Monteverde que ha vuelto a la consulta.
— Jacinto, yo sé que te pasa —le dice mientras cierra la puerta de la consulta. Ahora están los dos solos.
Mientras Jacinto le mira con sorpresa, la doctora se despoja de la camisola verde y le muestra unos pechos generosos, desafiantes.
— Pon tu mano sobre mi corazón. Sin miedo —le dice la doctora en voz baja.
Jacinto algo nervioso, coloca su mano sobre el pecho de la doctora, intentando no rozarle el pezón.
— Jacinto, el corazón está en el lado izquierdo...
— Perdone, estoy algo nervioso y... —responde Jacinto, que sin retirar su mano del pecho derecho coloca su otra mano sobre el otro pecho.
— ¿Lo sientes latir? —pregunta la doctora.
— No...
— Yo también tengo el corazón partido y tampoco me late. Por eso sé lo que te pasa —dice con seguridad la doctora mientras se coloca la camisola verde.
Un rato después, sentados en la cafetería del hospital, la doctora le mira fijamente a los ojos.
— Jacinto, cuéntame, ¿tanto le querías? ...

Iconoclasta 31/01/0719:50




  • El Enfermo Imaginario.
El doctor Fillado agarró su maletín y salió de la consulta, se notaba enormemente cansado y sin mirar a los pacientes que llenaban la enorme sala del hospital, arrastró los pies hacia la salida del edificio. Toda la mañana se le había ido en revisar placas y miembros lesionados –interiormente, se preguntaba qué demonios hacía la gente para destrozarse de esa manera los huesos-, y por último aquella maldita mujer con sus dolores y su verborrea inútil diciéndole que él solo servía para calentar la silla y cobrar a fin de mes. Esa mujer –pensó- aún cree en los reyes magos, qué querrá que haga yo si en las pruebas no se refleja la radiculopatía…el dolor es muy relativo, y cómo voy yo a saber si lo tiene de verdad…a veces…, demasiadas veces, últimamente…
Condujo el automóvil hasta su casa, sin saber muy bien el porqué. Elisa, que no lo esperaba para comer, sacó unos congelados y le apañó una especie de plato combinado sin ensalada; él no pudo terminarse aquella cosa con sabor a plástico… a papel… a…, decididamente la vida había cambiado mucho. En casa de su madre, mientras acababa la carrera y realizaba las primeras prácticas y suplencias, nunca le había faltado el plato de comida caliente a cualquier hora intempestiva que llegase. Ahora, ni Elisa ni él tenían tiempo apenas para hacer una buena comida, y su madre…-sonrió- su madre había colgado el delantal y se pasaba los días viajando con sus amigas.
A las cuatro y diez, abrió la puerta del piso donde tenía su consulta privada, Charo ya había llegado y revisaba la pantalla del ordenador mientras tachaba en la agenda de visitas programadas.
- Buenas tardes doctor, la señora Molina ha anulado la visita, dice que tiene la gripe y que ya nos llamará. No tiene usted más citas esta tarde…
- No importa, estaré en mi despacho. Si llama alguien, dígale que puede venir hoy.
Aquella escena se estaba repitiendo demasiado últimamente, de seguir así, pronto tendría que cerrar la consulta. Tamborileaba pensativo con el bolígrafo en la mesa cuando se abrió la puerta y entró el único paciente del día anterior y de toda la semana: el señor Pávez y sus dolencias imaginarias. El doctor Fillado no pudo por menos que emitir un bufido y señalarle la silla con un gesto brusco, temía a estos pacientes más que a la peste. El señor Pávez se sentó con delicadeza y dejó el bastón apoyado en la mesa.
- Mire doctor, esto no puede continuar, tiene usted que buscar alguna manera de quitarme estas molestias. ¡No! No me diga que no hay inflamación, ni rigidez y que puedo moverme bien. ¡Ya lo sé! ¿Pero sabe usted? Esto me está matando. Doctor Fillado ¿ha tenido lumbago alguna vez? No me diga nada, ya se ve que no. Esas pastillas que me recetó no sirven para nada, ni la pomada, ni las inyecciones… y los dolores del brazo y de la mano cada vez son más intensos, ahora también me duele el pie derecho al caminar. Ayer ni me miró cuando le dije que la cadera me molestaba…
- Veamos señor…Pávez, viene usted cada día a mi consulta esperando un milagro que no puedo ofrecerle, ya le he explicado que estas cosas son lentas y ha de tener un poco de paciencia hasta que el medicamento comience a hacer efecto, no puedo creer que esté tan mal si el dolor no le impide desplazarse a mi consulta diariamente. ¡Ya está bien! Esto no es serio, señor Pávez…, no es serio le digo… ¿me escucha?... ¡Señor Pávez! ¡Señor Pávez!..
Charo oía los gritos desde su mesa, su mirada inquieta iba y venía desde la puerta de entrada al teléfono y otra vez hacia la puerta de entrada, no sabía qué hacer. Los gritos continuaban y la mujer, nerviosa ya, marcó el número de la casa del doctor y esperó a oír la voz de Elisa para hablar atropelladamente.
- ¡Hola! soy Charo, si, otra vez. Debería usted venir a buscarlo, esta vez le llama señor Pávez, pero le aseguro que en su despacho no ha entrado nadie mas que él. No, no ha venido nadie en toda la tarde, ni vendrán…

SONETODECUERDA 31/01/0721:07




  • Pelos.
El sudor es real. Y este calor. Y los pelos de la almohada, ¡todo, todo eso es real! Demonios... ¡maldito sea! ¡Deje de mirarme con esa cara de prepotencia! ¡Y no se me ponga cáustico! ¡Le digo que es una enfermedad insufrible! ¡Moriré asfixiado y todo el peso de la ley caerá sobre usted! ¡Negligencia! ¡Homicidio imprudente! ¡Magnicidio!
Un puñetazo en la mesa actuó como un resorte para un parpadeo rápido, fugaz e incesante del médico que, perplejo y nervioso, posó el bolígrafo ahora ya inútil y se resignó a escuchar de nuevo, por enésima vez, los absurdos síntomas del paciente, apoltronándose en su butaca de cuero, lo dejó hablar y hablar encogiendo los hombros, cauteloso: ¡en algún momento ha de callar, por dios!, pensaba.
Veinte años, sí. Veinte años de matrimonio y poco queda ya, más que un ligero cariño al rozar las plantas de los pies. Usted ya sabe. Y ahora esto ¡cielo santo! ¿Cómo va usted a dejar que muera de forma tan ridícula? ¡No se mofe, doctor! ¡Es usted científico! ¡No se mofe!
Todo empezó una noche de agosto bochornosa, el calor era tan pesado que abrimos las ventanas de par en par. De madrugada, ya dormidos, un viento violento que a saber de donde demonios vino, batía los maineles, la cadena tintineante de la lámpara de mesa, sus cabellos. Y empezó el mal, dios mío, el mal: el desastre ¡un horror! Caían por mechones, ¡pero que digo caían! ¡Se precipitaban hacia mi boca, doctor, como si tuvieran vida! como víboras ponzoñosas se colaban por mi boca y mis fosas nasales para acomodarse en mi garganta.
Túmbese. Abra la boca. De nuevo le digo que no hay rastro, ni irritación, ni el más leve síntoma de ahogamiento. Debe dejar de preocuparse.
Usted no lo entiende. ¿No le he dicho que son como víboras? ¡Se esconden! ¡Huyen de usted! Estarán en el esófago o el bazo, quizá más lejos, en el quinto infierno, en el tuétano de los metacarpianos...
En el otoño ya no eran mechones, eran matas, me cubrían toda la cara y en el espejo, ¡santo cielo!, mi reflejo era aterrador, un monstruo, un hombre lobo, y ellos... los pelos, los malditos pelos, me parecía oír su sádica risa colándose entre el oído medio y el laberinto, entre axones y neuronas se asentaban ahora, no se conformaban ya con mis fluidos ¡querían mis ideas! Y a fe que lo consiguieron, era una marioneta, un pelele ambulante colgado del brazo de mi cada vez más velluda mujer...
¿Cómo? ¿Pero no me ha dicho que...?
Sí, sé lo que va a decir... pero es que... ¡por el amor de dios! ¡En mi cuerpo se reproducen! Sus vástagos me abandonan y vuelven a asentarse en el cuero cabelludo de mi ignara esposa...
La puerta se abrió de golpe. Cuatro batas blancas, robustas, cuatro cuerpos imberbes lo sujetaron firmemente. Los gritos habían sido demasiado altos, para fortuna del sufridor doctor, que ya temía por su integridad.
No me pases más pacientes. Se tumbó en la camilla, sus ojos se clavaron en el techo, su pensamiento en el vacío. Un grupo de pelos se desplazaban con sigilo, ascendiendo sinuosos por las patas metálicas. Al doctor le pareció oír una risa sádica, casi un susurro, pero un susurro demasiado cercano -se alteró extrañado.

Voland_ 31/01/0722:46