viernes, 11 de mayo de 2007

CCXLIII.- La merienda

TINTERO VIRTUAL CCXLIII.- La merienda
Muy buenas noches y muchas gracias por los votos. Bocadillos, bebidas, fruta y golosinas para todos.
Eso es lo que merendábamos de pequeños.
Esta semana, con tantos festivos, tiene que ser un tema fácil o no habrá quien participe.
Y tranquilo, con tila si hace falta, valeriana, sales, aguas medicinales, cosas quinadas... todo aquello que nos daban con el pan y el chocolate.
Bueno, que el que salga de puente lo pase fenomenal y a los demás no nos olvide.

BLANKA-L 27/04/0701:16



  • La merienda de Merceditas
Cuando era chica, mi madre me preparaba dos rebanadas de pan con aceite de oliva y media tableta de chocolate negro Nestlé para merendar. Lo envolvía todo en papel de estraza y lo metía en una bolsita de tela de cuadritos azul celeste - (azules celestes)* -.
A la hora del recreo no conocía dicha mayor que sentarme en un rincón del patio a degustar aquel delicioso manjar. Me demoraba tanto masticando la rebanada de pan, rumiando mis cosas de entelequia infantil, paladeando aquella porción de rico chocolate, que muchos días olvidaba que el objeto y fin de un receso o recreo en un colegio cualquiera es jugar y jugar, merendar raudo, casi atragantándose y seguir jugando. La merienda, mi merienda no transcurría como la de las demás niñas. No comportarse como los demás suele costar un precio y a mi me tocó pagar el mío.
A mediados de curso de primero de primaria apareció una niña muy díscola y desagradable, de ésas que venían al mundo como ángeles caídos y se encarnaron en pequeños vástagos de Satanás. La tipeja ésa se fijó en mi desde un primer momento a la hora del recreo. Yo cursaba el segundo curso de educación infantil. Estaba en franca desventaja frente aquel mastodonte de la puericia. Se acercó a mi, desafiante, con una cara de puerco, ávido de chocolate y pan con aceite sin precedentes en la historia de la avidez porcina. Me espetó sin preámbulo alguno, que "o le daba mi merienda ahora mismo o me iba a tirar de las coletas esas ridículas que me colgaban de las orejas". No sé si me dolió más que me arrebatara sin piedad la tableta de chocolate y el pan pringoso o el insulto denigrante referido a mi cándido peinado. Aclaro que mi madre, la pobre, llegaba tarde todos los días a la fábrica de embalajes con la consiguiente reprimenda del encargado, por vestirme, peinarme las coletas a conciencia con mucha colonia Nenuco, sendas gomas elásticas de los envoltorios de las hueveras y lazos del color verde conjuntadas con la uniformidad. Encontré un recurso siempre infalible en estos apurados casos. Rompí a llorar. Lás lágrimas me brotaban hasta de las coletas. Las lágrimas intimidan a los demonios más que el agua bendita. El mostrenco me agarró de una de las coletas y tirando con fuerza me amenazó con volver al día siguiente. Quería doble ración de pan y triple de chocolate. "¡Cállate, mocosa asquerosa. como sigas llorando te parto la cara!"
No sabía cómo explicar a mi profesora, a mis compañeras y luego a mi madre cuando vino a recogerme al colegio que si no me presentaba al día siguiente con una merienda para dos, pero que en realizad se zamparía una, mejor pretextar cualquier cosa, fingir un dolor de tripa y no acudir a clase, porque peligraba mi integridad física, y la paz en mis horas de recreo había llegado a su fin.
Afortunadamente mi madre, sagaz y astuta como la mayor parte de las madres del mundo, se dió cuenta del rosetón que tenía en la oreja y de la coleta despeinada, siempre hasta entonces relamida y peinada aunque me hubiese pasado un tanque por encima. El interrogatorio materno al que me sometió me sacó en un pispás toda la información que ella precisaba, para pedir permiso al encargado de la fábrica de embalajes y llegar mucho más tarde de lo habitual al trabajo. Lo primero y principal para mi madre eran los intereses y el bienestar de su hija. Cuando llegamos a la puerta del colegio mi madre vió a la niña causante de mis estragos. Me soltó de la mano y se dirigió enfilada a ella.
Aún ahora me pregunto qué le dijo mi madre a la prenda para que me dejase en paz a partir de aquel instante. Yo por si acaso le pedí a mi madre que me llevase a la peluquería para cortarme las coletas. Su encargado me lo agradecería, supongo.

gemmayla 27/04/0711:13




  • Una estampa de color.
La tarde cae sobre el patio blanco. El agua corre cerca y en la placidez de las sombras, bajo los geranios rojos, duerme mi abuela. Sostiene entre sus manos arrugadas la amarillenta fotografía de un soldado. En las fachadas blancas de cal, las ventanas verdes están abiertas de par en par. De nuevo el rumor sereno del agua se deja sentir. Cerca de la abuela, a sus pies, descansa un perro viejo. Hay un aljibe en mitad del patio y muchos helechos que dan sombra. El corredor comienza tras la delgada cortina. La cocina está al fondo donde corretean los niños alrededor de mamá como lobos hambrientos. Sobre la mesa vestida con mantel a cuadros están el pan y el queso, y más allá, tejiendo sueños, mi abuelo el señor general; con su bastón y su sombrero calentando en su mano un vaso carmesí a medio beber. Una niña morena baja del piso de arriba y se sienta a la mesa con la mirada ausente, aferrando fuertemente la carta que guarda en el bolsillo. Sobre el mantel, como si de un baile se tratase, los platillos hacen acto de presencia. Del patio regresa la abuela seguida de cerca por Sultán. El abuelo se espabila para vaciar de un sólo trago el vaso carmesí. Las almendras saladas comparten bandeja con los dátiles. Entonces llega la jauría voceando a la par: ¡Por fin llegó la hora de merendar!
El abuelo parte el pan con las manos. Mamá acerca el dulce de membrillo y las aceitunas. La abuela bebe a sorbitos su café mientras sonríe a la niña morena con divertida complicidad. Y yo los observo desde el salón mientras trato de retomar el hilo de mi relato justo en el momento en que aparecen, en este orden, la lata de galletas inglesas y mamá, que me despeina con cariño antes de desaparecer rumbo a la cocina. A través de las grandes ventanas, allí donde vuelan mis pensamientos, las nubes corren y pelean tropezándose unas con otras. Llegan las vecinas y como quien no quiere la cosa se instalan en las mejores sillas. Café y dulces Horchata de chufa y un sorbito de vino dulce. Cuando decae la algarabía Sultán merodea entre los restos y es reprendido por el bastón del abuelo. Los niños, que no han parado de correr de un lado a otro, se marchan tras el perro. La abuela se despide de las vecinas y retorna al patio donde ha dejado en un montoncito las fotografías viejas. Es entonces cuando el abuelo se reúne con la silla azul añil que paciente sestea en la fachada, y se sienta a esperar al fresco de la noche que ya llega rondando por los callejones. Se oye entonces un silbo e inmediatamente después una silla cae. Mamá y las dos vecinas murmuran cuando la niña, veloz, se pierde en el zaguán de mayólica azul cobalto. Apenas unos minutos después papá llega reventado de la obra, con la camisa blanca arremangada y sucia, acompañado por Don Patricio que con su idiosincrasia latina va repartiendo piropos entre las mujeres. Los dos fuman un puro al tiempo que pican de aquí y allá, hablando a grandes voces. Las vecinas se van con las barrigas llenas y mamá comienza a fregar los platos con resignación.
La merienda queda atrás. Más tarde, mucho más tarde, se oye ladrar al perro y las dos voces infantiles trasteando afuera. La abuela reaparece cargada de melancolía seguida de la niña enamorada, que resuelto su mal de amores sonríe feliz. Don Patricio se acomoda en un sillón, estrechándome la mano con desmesurada calidez. Todos encuentran su hueco en el salón porque cuando llega la noche, el barrio entero se detiene para escuchar a mi padre tocar la guitarra. Abandonando de mala manera el relato, suelto mi estilográfica y me acomodo entre los cojines, y espero ver aparecer a mi padre abrazado a su guitarra española. Por soleares. Con maestría y sentimiento. Pulso a pulso, guitarra y corazón. Enmudece la noche porque en el callejón de Dos Cantos hasta Dios contiene la respiración.

http://www.youtube.com/watch?v=SPHlwNdTpU4

espejodevanidad 28/04/0717:21




  • MOSQUITOS Y HORMIGAS.
Mientras comíamos un bocadillo de tortilla de patatas con chorizo, Angelito se acercó al tronco de un chopo, se bajó los pantalones y se orinó en la mano izquierda.
Nos quedamos con la boca abierta, interrumpida la masticación, y con la vista fija en la madre de Angelito esperando su reacción.
Terminada la micción, Angelito se subió los pantalones con una mano, se acercó a su madre y le dijo “mamá, átame el cinturón”. Lo dijo con aplomo impropio de un niño de 7 años.
Nos quedamos todos como estatuas de papel maché, quietos, sin pronunciar palabra. Fue la madre la que rompió el silencio y la escena: “Angelito, por qué te has orinado en la mano, hijo”. La respuesta fue rápida: “Es que me ha picado un mosquito y como no tenemos amoniaco…”
El grupo estalló en una carcajada entre admirativa y burlona. Alguien hizo gesto como de ir al tronco de un árbol, bajarse la cremallera y hacerse pis en un pie. También hubo quien, más grosero, valoró la dificultad que tendría Angelito si en vez de ser niño fuera niña. No hizo la menor gracia su observación y se tuvo que oír apelativos como machista, misógino, carcamal.
Al sacar los helados de la nevera portátil estaban derretidos, eran un chocolate pastoso, derretido. Nadie los quiso. Los pasteles también habían sido invadidos por las hormigas. Alguien comentó que las aplicadas hormigas eran un bocado exquisito. “Pues cómetelas tú”, le dijo otro.
Terminada la merienda nos tumbamos sobre la hierba, decúbito supino, y jugamos a contar nubes. “¿A ver quién encuentra un caballo?” “¿A ver si veis una palmera?” “Mirad, allí hay un cerdito”. Y así dejando volar la imaginación reíamos y discutíamos sobre las formas de las nubes, esos algodones inquietos que “no engañan” sobre la limpieza brillante del cielo azul celeste.
Nada especial, nada trascendente; sólo una tarde de san Marcos de merienda en el campo, como es costumbre en el pueblo, desde que se construyó la ermita en su honor porque según dice la tradición liberó de la peste bubónica a sus habitantes.
Hoy, aquel chico que se orinó en la mano a falta de amoníaco, está casado con Marieta, la niña que se moría de risa cuando lo vio.

ANDRESNIPORESAS 30/04/0719:30




  • UNA HISTORIA DE HACE YA MUCHOS AÑOS
(Aunque sea muy extenso lo voy a colocar, como homenaje a mi madre)

Unas noches antes, de aquél Domingo de Mayo de hace ya bastantes años, María cogía de nuevo el estuche de lata que antes había servido como envase de la carne membrillo. Aquella caja tenía algo especial para mí, era como si mi madre tuviese en ella clausurada algo de su fantasía. Me encantaba ver la cantidad de hilos, agujas y botones que guardaba dentro, para remendar una prenda, recomponerla, o transformarla en otra más pequeña. Las camisas de mi hermano mayor pasaban a mí, siempre que estuviesen en condiciones. María tenía la habilidad de quitarle un par de tallas en dos noches. Con los pantalones hacía magia de creatividad, los largos los convertía en cortos con cambio de bolsillos además.
Aquella noche de un mes de Mayo de hace ya muchos años, comenzó Maria a hacer patrones con tela blanca, comenzó a confeccionar mi traje para la comunión. En casa de la señora había visto, en una revista, uno que le gustó y lo dejó grabado en su mente. María no sabía leer ni escribir, pero era muy inteligente. Aquella noche marcó sobre la tela los trazos para su corte.
_ ¿Qué haces mamá? – le pregunté yo.
_ Tu traje de comunión, hijo. – Me contestó ella con una sonrisa amplia, como su corazón.
Sentado cerca de la mesa donde ella cortaba la tela, miraba fijamente todo lo que hacía con las tijeras, hilos, y agujas.
_ ¡Que lista eres mamá! – Le dije lleno de emoción.
Me besó y seguidamente me acostó. Era ya muy tarde y debía madrugar para ir a la escuela. Para ella, nunca había hora para su sueño.
Dos noches antes de aquél Domingo de mayo de hace ya muchos años, María me probaba el traje de comunión. Delante de un amplio espejo observaba sobre mi cuerpo aquél bonito traje de marinero, decorado con un amplio cordón dorado. María lo había confeccionado con hilos extraídos de una prenda eclesiástica. Fue un regalo del Párroco por estar algo deteriorada.
Levanté algo mi vista y observé como mi madre, a pesar de estar sonriendo y contenta, lloraba.
_ ¿Por qué lloras mamá? – Le pregunté – (Siempre he sido una persona preguntona, quizás por eso, he aprendido más en la vida preguntando y escuchando, que leyendo).
_ ¡Mira hijo!. El traje lo tenemos ya. Ahora toca solucionar las fotos y no hay en estos momentos dinero.
En aquellas fechas mi padre estaba trabajando en Francia como tractorista en la recogida de remolachas. Llevaba ya unos años desplazándose al País vecino durante la primavera y el verano. Era la mejor forma de tener para comer todo el año. En el pueblo, por aquellos años, no había apenas trabajo para todos los hombres. Si llovía no trabajaban, si no trabajaban no comían, si los padres no comían no les preocupaban, pero si les afectaban a sus hijos no lo soportaban.
Mientras que su marido estaba en Francia, María trabajaba limpiando en casas de los señores, y en algunas ocasiones en el campo, con lo poco que ganaba se apañaba para dar de comer a sus cuatro hijos y vestirlos. Por la mañana salía temprano de casa. Al medio día, cuando mis hermanos y yo volvíamos del colegio estaba en casa preparando la comida. Después de comer, de nuevo al colegio y ella a limpiar a las casas. Por la tarde al volver de nuevo del colegio nos encontrábamos la merienda sobre la mesa, una rebanada de pan moreno y dos onzas de chocolate negro de la marca “Eureka”. Mas tarde Maria llegaba fatigada y cansada, sin apenas aliento, pero aún así no desfallecía, dejaba en la alacena cuatro cosillas que había comprado en la tienda y nos ayudaba a lavarnos con agua de una palangana. Al terminar preparaba la cena y seguidamente nos acostaba.

Aquél Domingo de un mes de Mayo de hace ya muchos años, amaneció soleado y claro. María me levantó muy temprano, la misa era a las diez y debíamos estar en la Iglesia una hora antes para que la Señorita nos diese las instrucciones que debíamos cumplir a rajatabla los niños y niñas de mi colegio, en la ceremonia de la comunión.
Me puso el traje blanco de marinero y unos zapatos blancos que me había comprado. Mas tarde, me enfundó unos guantes blancos en mis manos, me colocó en la izquierda un misal y un rosario. Antes de salir me roció colonia por todo el cuerpo y me remató el peinado de estilo “Marcelino”. Mas que en mí me fijé en lo bien vestidos que estaban mis hermanos, pero sobre todo en lo guapa que se había puesto mi madre. Me acordaba de mi padre, sabía que ese día lo estaría pasando mal por no poder estar a mi lado. Maria para mí hacía de madre y padre, con tenerla a mi lado ya era reconfortante.
Poco antes de las nueve, salimos de casa, calle arriba hasta la plaza de la Iglesia, como un cortejo familiar de la mano de mi madre y mis hermanos detrás. Los vecinos salían de sus portales para verme y decirme: ¡Que guapo vas!.
Llegamos a la Iglesia y María me dejó junto con los demás niños y niñas, bajo tutela de la Señorita. En un salón contiguo a la Iglesia, nos dio las instrucciones de cómo debíamos comportarnos y actuar durante la misa. La Señorita también estaba muy guapa, se había puesto sus mejores prendas aquél día. He de reconocer que aquella joven muchacha siempre la había visto guapa, hoy reconozco que lo mío era un amor infantil hacía mi profesora. Recuerdo como sentía mucho enfado cuando en el portal de su casa la veía besarse con su novio. Cuando pasaba eso, luego en clase la miraba algunos días con enfado. La quería tanto, que el enfado se me pasaba en el momento que ella me daba alguna caricia. Sentir sus manos sobre mi pelo o cara representaba para mí amor.
A los pocos minutos, salíamos todos los niños y niñas en cortejo hacia los primeros bancos de la Iglesia. Marchábamos en pareja, un niño y una niña, por el pasillo central del templo. Mientras caminaba, observaba que las familias estaban emocionadas, todas sentadas tras los bancos reservados para los niños de comunión. En uno se encontraba mi madre y mis hermanos. Era el único banco donde no había padre, pero allí estaba Maria sentada haciendo de padre y madre.
Durante la misa estuvimos todos los niños muy formalitos atentos a cualquier orden que nos diese la Señorita. Recuerdo que todo aquello fue un rictus, cuyo fin era darnos una ostia a cada uno. Antes de la comunión el cura nos dio un sermón. Nos hizo ver que lo que nos iba a dar era el cuerpo de Cristo. Ante aquella confirmación, me quedé muy pensativo, hasta llegué a tener algo de miedo, porque pensaba que si luego bebía agua y la ostia esponjaba, Cristo iba reventar mi barriga.
Eran las doce de una mañana de un Domingo de Mayo de hace ya muchos años, cuando salíamos al atrio de la Iglesia, comenzamos a ser besados por todos los familiares. Allí ante un pórtico con muchas flores el fotógrafo del pueblo comenzó a hacer fotos a algunos niños, precedido por una orden de los padres. Maria me miraba a la vez que aguantaba las lágrimas. Yo en ese momento no entendía porque lloraba mi madre, la miraba fijamente mientras ella dialogaba con el fotógrafo. La conversación no duró mucho tiempo. Al instante mi madre me cogió de la mano y me colocó también bajo aquél pórtico de flores y me hicieron las fotos.

Al medido día, cada familia salió a celebrar el acontecimiento como mejor podía. Nosotros nos fuimos a casa y comimos como un día cualquiera. Por la tarde recuerdo que mi madre me vistió de nuevo de comunión para hacer un recorrido por todo el pueblo de visitas a familiares.
“¿Qué guapo estás?”- Me decían gritando en cualquier casa donde acudía.
Un beso y una moneda de regalo. Un duro, dos, o como mucho tres, en los sitios mas adinerado. Cuando salíamos de la casa, en plena calle, le entregaba las monedas a mi madre. Ella las guardaba cuidadosamente en su bolso. Al cano de unas horas, descansamos un rato en un banco de unos jardines del pueblo. Mi madre aprovechó la parada y contó las monedas, ante la miraba atenta de mis hermanos y mía.
_¡Vaya, no esperaba tanto!- Expresó mi madre con sorpresa.
_ ¿Cuánto hemos recogido, mamá?_ Pregunté de inmediato.
_ Aquí hay ochenta y cinco pesetas._ ¿Qué hacemos?
Supe que aquella pregunta era dirigida a mí, por lo que de inmediato le dije a mi madre que cuarenta pesetas eran para pagar las fotos y el resto por la compra de la tela del traje comunión. Recuerdo como mis hermanos callaron y no dijeron nada, pero mi madre me preguntó como sabía que las fotos eran cuarenta pesetas y que las debía. Le expliqué que cuando hablaba con el fotógrafo puse toda atención en la conversación por lo que supe que le propuso pagarle las fotos en cuanto llegase mi padre de Francia.
Mi madre aceptó el pago de las fotos, sin embargo como la tela estaba pagada, con las otras cuarenta y cinco pesetas nos sirvió una merienda a base de dulces y “Cola Cao” en la confitería del pueblo. Aquella fue mi mejor merienda.
PD.- Hoy día veo mi foto de comunión y veo el valor que tiene

erkaytano 30/04/0720:48




  • Los jueves, milagro
Mi merienda escolar favorita (de hecho, la única que comía en toda la semana) era el bocadillo de mantequilla con azúcar. En realidad no era ni siquiera un bocadillo, porque constaba sólo de una rebanada de pan, untada con una gruesa capa de mantequilla, sobre la que discurrían, anárquicos, algunos regueros de azúcar. Esta delicia tocaba los jueves y ya desde la mañana (aunque comprendo que esto podría ser mera sugestión) se desparramaba por toda la escuela el olor inconfundible de la mantequilla y hasta el aire sabía a azúcar.
Los lunes, chocolate, un pedazo de cacao más bien áspero y amargo. Martes, mortadela, ese jamón para pobres. No recuerdo de qué era el bocadillo de los miércoles y no estoy seguro de que el viernes nos diesen alguno. Bajábamos por la gran escalera de madera rechinante como una marabunta y sospecho que no colocaban el canasto de los bocadillos por temor a que lo chafase nuestro desaforado avance. Aquel vetusto entramado de juncos y cáñamo que guardaba trocitos de corteza de pan, como vestigios de una historia que nadie escribiría.
La mantequilla no está de moda. Tuvo su tiempo, por una afamada película de Bertolucci, pero luego vinieron los puritanos de la salud, parapetados tras ese fantasma llamado colesterol, y la encerrarom junto con otros placeres prohibidos. Qué sabrán ellos, que no pueden ni imaginar el gusto sublime de aquella masa intensamente amarilla, compuesta de minúsculas bolitas de pura grasa, cubierta apenas por un velo de azúcar, como una adolescente al tiempo pudorosa y procaz. Había que ver los incisivos del Fofi, mi compañero de pupitre, hundiéndose en la mantequilla como si unas arenas movedizas quisieran comérselo entero y su caballo árabe no pudiese rescatarlo. El Fofi, que venía de hacer el ridículo en la clase de música, cuando cantábamos a coro un estribillo y, a la indicación de bis, los demás repetíamos el fragmento mientras que él se desgañitaba cantando ¡BI-IS!, como otra parte de la letra. Cero en canto, pero en paladear mantequilla no tenía rival.
En una ocasión se me cayó la rebanada de pan con mantequilla, naturalmente boca abajo, como prescriben los cánones de la desgracia. Volví desesperado al canasto, pero ya no quedaban muestras del manjar, y decidí comerme la rebanada caída, abrazando la tímida esperanza de que el azúcar hubiese frenado el ataque de la suciedad. Pero otro alumno menos escrupuloso (y más rápido de reflejos) había recogido la rebanada y ya la tenía prácticamente engullida: por la comisura izquierda le asomaba el prodigio de una lengua amarilla y otra lengua carnosa, la de siempre, dibujó un trazo de guadaña, de derecha a izquierda, para rebañar la excrecencia contra natura, y el alumno recobró la facultad del habla aunque continuó con los ojos en blanco durante unos segundos.
Dudo mucho que el Fofi o el arrojado roba-mantequillas hayan muerto a causa del colesterol, pero yo sí estoy menos vivo que entonces. La línea del horizonte ya no es una frontera estanca, sino una débil irregularidad del paisaje. Ya sé que esto refleja un decaimiento de mi agudeza visual, pero sucede que la mantequilla retrocede ante la basura cursi llamada margarina, y constato entonces que no sólo decaigo yo, sino todo cuanto me rodea. Ya no formo parte de una marabunta que se abalanza sobre bocadillos de mantequilla con la certeza pueril de que nada malo puede ocurrir y a veces me atenaza la convicción de que todo es extraño o deleznable, o al menos indigno de ser comparado con el grosor divino de aquellas túnicas de mantequilla. Porque el Fofi llamaba al bocadillo de los jueves la túnica sagrada, y el tipo cantaba fatal, pero en materia de mantequilla era un filósofo imprescindible.
No sé dónde fue el canasto de las meriendas, aunque me gusta pensar que un perfumista avezado todavía podría detectar el finísimo aroma de mantequilla y azúcar que todos los jueves me azuzaba como una promesa.

jmlvfalco 30/04/0722:09




  • MERIENDA EN EL MAUSOLEO
Tarde de Julio en el sur; hora de toros y solana. Como en procesión, saharianas blancas y tostadas sobre pantalones de tergal a mil rayas y rematados por sombreros de paja, colocados según genes y vivencias, van entrando en el mausoleo.
Puertas para gigantes abren la marmolada del palacio moro que fue, hoy merendero de reconocido prestigio y lugar de reunión de los señores del pueblo. Casino quizás, aunque abierto a todos.
Suenan al entrar los tacones de cuero de los blancos zapatos, unos de piel, otros de arpillera, según comodidad o sudor, quedando perdidos en el marmóreo espejo que suelo, paredes y columnas forman el fresco mausoleo.
Y sobre ellos no está el cielo; cubre el enorme patio una montera de plomo, vidrio y hierro. Invento de aquellos moros que durante tantos años poblaron y disfrutaron estos predios. Entra la luz, pero no el calor, ni el agua, que ya está dentro, pero donde debe estar, correteando entre el mármol, regando flores y plantas y cantándoles una nana a aquellos que, merendada la tarde, descansan sus cuerpos.
Patio andaluz de flores lleno, de mármol puro, de uso árabe, regado por rectilíneos canalillos por donde el agua corre despreocupada, transparente y fresca, humedeciendo el ambiente; única con derecho a sonar en el silencioso mundo del mausoleo. Entre columnas y parterres, mesas de mármol y hierro; sillas hamacadas donde sentar el calor y, descansado el sudor, refrescar la garganta con infusiones de té verde mandarina, espíritu de arándanos, té rojo africano o indio, té de kombucha; café de Colombia o Brasil, Mozambiqueño o Porteño; manzanilla, camomila que aromatiza el patio, hierbas tepache o kéfir de agua; también se puede servir carcadé de hibisco. Y como no, té verde a la menta, quizás dejado por los moros que moraron aquellos tiempos. Tantos aromas juntos, tan densos que adormecen la memoria, relajan los viejos músculos y ceden los cansados párpados, como las viejas persianas de los vencidos balcones de los caseríos que antaño fueran mansiones.
Sobre las mesas y al alcance de sus apetitos, bandejas repujadas de plata, que protegidas por hermosísimos paños de encaje, portan pastas y bombones, dátiles y frutos secos, pequeños, fáciles de comer, que no hay que cansar al “Señor”, las tardes no son para eso.
Algún periódico suelto, ocultando losetas de mármol rotas, caídos de manos muertas, adormecidas por el aroma, la edad y el silencio.
Y así transcurre la tarde, lenta, liviana, lánguida, sin esfuerzo; esperando que las horas vayan minando la fuerza y la luz del implacable sol del verano andaluz, soportable porque, antaño, unos moriscos sabios inventaron un lugar donde merendar las tardes del estío sureño.

INCONGRUENTE1 30/04/0722:40




  • No respires
La parejita iba por el camino de tierra junto al río. La tarde era agradable, las lluvias lo habían puesto todo perdido de flores, las colinas eran suaves, los árboles eran altos y frescos y el tren corría hacia las montañas azules por encima del puente, haciendo más ruido todavía que los miles de pájaros de primavera de postal.
Juan bajó la voz.
—¿Sabes que ese puente —dijo misterioso—… que ese puente del tren tiene eco?
—Ah —le contestó Eloísa distraída. Docenas de parejas habían salido al río, como ellos, y buscaban banco para comerse la merienda. La paz sorprendía a la urbanita Eloísa, alta y sofisticada, vestida para su paseo dominguero de Mirotin Pour L’Esport, chic, con un encanto a prueba de barro y de chubascos.
La paz tenía para Eloísa un no sé qué peligroso. Podía atropellarlos una bicicleta o una de aquellas parejas podía iniciar una reyerta sangrienta como se veía en los periódicos, porque la gente era así, bronca, irracional, sorprendente… Gente de barrio trasplantada a la orilla del río con sus pasiones y sus tortillas, con sus niños, sus perros y sus sonrisas hipócritas, fingiendo que se divertían cuando tenían miles de problemas que los aplastaban y la verdad, de verdad, era que no se querían y estaban hartos los unos de los otros. Ella estaba harta de verlo desde niña, en su familia, la gente era así, la gente disimulaba pero en el fondo todos ellos lo sabían.
Lo que más le extrañaba es que nadie acudiese a echarlos a todos porque seguro que era propiedad privada. ¿Dónde estaría el dueño de aquel valle? ¿Por qué no salía y les cobraba, ya, el alquiler por los bancos y las mesitas de tablas de pino? ¿Por qué dejarles creer que podían tener paz y un poco de felicidad? ¿Quién era el que alquilaba los nidos de los pájaros que buscaban su primera vivienda para criar sus pollos esa primavera?
Ella recordaba que siempre, de niña, le había preocupado aquel asunto del alquiler de árboles para las familias aladas de golondrinas y vencejos emigrantes que pasaban en bandas vocingleras. Fabuloso negocio el que podían hacer los pájaros autóctonos dejando el sitio a sus congéneres migratorios. Dentro de unos días ellos, los del país, podrían echarlos y quedarse con sus nidos recién hechos, última tecnología de los países nórdicos, y, quizá, con suerte, podrían comerse los huevos recién puestos.
—Ya estamos en el sitio adecuado, debajo del arco central del puente —le avisó Juan, sonriendo— ¡AAAHHH¡¡¡¡¡¡¡ —chilló alegremente— ¡ECOOOO¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Eloísa le miró sin comprender. La cara rubia del muchacho se le aparecía como una máscara con la boca abierta, mezclada con su sueño sangriento de alquileres para pájaros y huevos destrozados. El eco la estremeció como un sonido de ultratumba.
Oh, sí, estaba dando un paseo por el campo con aquel chico tan amable. Sí, tenía que mostrarse amable con él, devolverle sus cumplidos con buena educación.
Consiguió despertarse.
—¡Qué divertido! —consiguió sonreír.
—Espera, Eloísa, no te muevas. Un momentito, no respires, por favor.
Y acercando la boca le dio un beso en los labios. Y el beso resonó en el arco del puente como un estallido de paz insoportable y Eloísa, herida por un rayo que no podía comprender, cerró los ojos y dejó de respirar aquel aire peligroso tanto tiempo que dejó de respirar, y ya nada le importó. —

Solamentunavez 01/05/0722:49




  • AQUELLAS TARDES DE ROSQUILLAS.
Hoy, ya por fin crecido y hombre de provecho –algo que según mi abuelo jamás sucedería y qué pena de diez cerdos que podría haber criado la santa de tu madre–, veo el mundo con otros ojos. Y estos ojos que, en un prurito de rigor, son exactamente los mismos que entonces tenía, ahora se salen de sus órbitas –o de sus cuencas, o de donde sea que se salgan los ojos– ante un par de rosquillas caseras. Como las de las meriendas de mi abuela y que yo tanto detestaba en aquellos destartalados entonces de abuelo y mandoble.
A aquellas merendables rosquillas, probablemente exquisitas y a las que no faltaba ningún ingrediente incluido una taza de leche y el amor de mi abuela, las hacían astragantes las muchas guerras de mi abuelo –que habiendo participado en dos y sufrido tres, se las conocía todas– y mis bostezos, sus mapas y sus lecciones de geografía y, desde luego, su extraordinariamente veloz muñeca derecha, rápida y certera como un áspid. Muñeca que pilotaba una mano con la textura del granito y que tenía una tan fatal como irreductible querencia hacia mi expuesto y pelado cogote virgenmente inmaculado aún (debería haber escrito "inmaculadamente virgen", ¿no?, sin embargo, me parece una falta de respeto ponerle cosas a la virgen por delante).
En una palabra, que mi abuelo repartía hostias como si repartiese panes. Y el ecuador de mi cogote era su mejor cliente.
Y ahora, con la perspectiva que otorga los años, sin vacilar un nanosegundo lo acepto: la reciedumbre roqueña de aquella mano debió de dejar algunas de sus propiedades impresas en mi cráneo a fuerza de tanto usarlo y sobarlo. La transmutación de la materia o algo así. Qué razón tenía mi abuelo cuando me decía: “hijo, esto es por tu bien el día de mañana”. ¡Y vaya que si la tenía: cuatro cascos he roto ya, y la cabeza permanece intacta, en sendos accidentes!.
Y aquel celebrado episodio de doblar una señal de “ceda el paso” del ayuntamiento, a base de un tan limpio como involuntario y certero cabezazo, no me costó más que quince segundos de vahído y cuatro aspirinas efervescentes. Con esto no quiero decir que vaya biselando esquinas a cabezazos, pero… ¡que no se pongan por delante!.
Resumiendo, la manaza de mi abuelo me ha salvado varias veces la vida. Esa es la verdad. Y es de bien nacido ser agradecido (por cierto, chascarrillo éste que también le pertenecía y que me ha correspondido en herencia).
Pero yo por entonces, claro, todo esto no lo sabía. Y mi hermana, algunos años mayor que yo… ¿qué es lo que sabía?.
No lo sé. Pero algo debía de saber.
Ella acudía todas las tardes lectivas de aquella primavera, la de sus quince años recién, radiante, ardiente y veloz a la cita merendil con las rosquillas. Tirando siempre de ese hosco y renuente apéndice que le habían adosado y que, a la sazón, era yo.
(.../...)

Mi abuela colocaba primero unos besos al recibirnos, luego las rosquillas y los pestiños en una bandeja, luego a nosotros y después al abuelo, que tenía un brillo especial en los ojos, en la terraza. Por aquellas fechas aún sonaba el rebufo de los Exocet y los Harrier de Las Malvinas y mi abuelo distribuía, con profusión y elocuencia, sus más lindos cumplidos a aquellos hijos de la Pérfida Albion –y de la grandísima puta, ya de paso, según sus propias palabras– lo que recibía una muy medida y severa amonestación proveniente de la cocina.
En ese momento, o en otro parecido, mi hermana, siempre con esa sonrisa que abre más puertas que un ariete, decía de falsete: “Mmmmm, están deliciosas las rosquillas”. Y mi abuela le plantaba un beso ensordecedor, mientras que yo, en premio a mi actitud abierta y escéptica ante los frutos de la sartén, recibía el primer mamporro de mi abuelo que, aprovechando la circunstancia, desplegaba ante mi aturdida faz uno de aquellos mapas de mil colores.
–A ver, zopenco, ¿donde están las Islas Malvinas?. –Yo aquí ya me veía venir la misma tormenta que se desató la tarde de lo de Favila y el oso.
–Y yo qué sé, abuelo. –No habiendo yo terminado de pronunciar el verbo de la oración, cuando ya la fugaz mano dejaba constancia y nueva huella de su contundencia en mi atribulado cogote.
El caso es que, ni mi hermana ni yo hacíamos grandes honores a pestiños y rosquillas, pero la cosa quedaba indefectiblemente en que mi hermana adoraba las rosquillas y no comía ni una, mientras que yo que, a todas luces las detestaba, tenía siempre que comer media docena. Esto era un misterio para mí, pero más grande lo era cuando, a la siguiente refriega con el abuelo, en esta ocasión propiciada por los judíos y el Sinaí –nueva guerra, nuevo mapa y nuevo alarde de su mano–, me daba cuenta que mi hermana había desaparecido. ¿Dónde habría ido?. Ni idea. Y a ver quién le preguntaba al abuelo.
Y la tarde hasta la anochecida, esto es, el telediario de las nueve, transcurría así, peroratas de mi abuelo junto a las incontenibles idas y venidas de su mano en interminables ciclos. Hasta que, minutos antes de las nueve aparecía mi hermana, grácil, menos peinada, menos bien vestida y más risueña y encantada de lo que antes estaba. Y ahora ya no me llevaba hasta casa como a un apéndice, ahora me llevaba abrazado por los hombros, risueña y dicharachera.
–Estoy feliz –decía. Y me besaba. Y cantaba. Y se ponía a danzar y a hacer el tonto como sólo lo hacen las mujeres cuando están enamoradas.
–¡Claro, como no te comes ni una rosquilla!. –Refunfuñaba yo, cargado de razón al tiempo que aún me acariciaba el cogote.
Ella reía. Y a mí, aunque jamás lo hubiese confesado ni bajo la más cruel de las torturas, me gustaba su risa.
M.D.

MARTINIDRY 02/05/0711:49




  • La hora de los cuentos
— ¡Fernan, Josele, Tito, Cuchú, Sabeli, Antoñitaaaaaa! ¡Venid que ya es la hora de los cuentos!
Y los pequeños de tres familias nos reuníamos alrededor de la radio de mi tía para comernos el pan con chocolate y escuchar los cuentos. Era la mejor hora de la tarde.
— “Érase una vez”, empezaba la locutora, y se paraba. Una musiquilla melancólica de violines y pájaros sollozaba en las tripas de la radio.
— ¡Hoy toca La Llorona!, anunciaba muy contento Fernan, que había reconocido a su locutora favorita, porque nos conocíamos la voz y la musiquilla peculiar de cada uno de los cuentacuentos que habían grabado las historias que nos daban por la radio a las cinco en punto de la tarde.
La Llorona era la que más le gustaba a Fernan. Siempre hablaba de niños pobres y enfermitos, que los maltrataban y pasaban mucho frío en invierno y tenían sabañones, fuera lo que fuera aquello de los sabañones, nosotros ya no los habíamos conocido en nuestra época. Pero al final los rescataban y los convertían en príncipes de países de ensueño. ¿Por qué le gustaban ese tipo de cuentos a Fernan, que era un chico fuerte y sano y nada desgraciado? Era imposible saberlo, pero le conmovían y a veces hasta le hacían llorar. Nosotros nos reíamos de él.
— Muerde la merienda, culogordo, que se te calienta el choco, que se te funde el choco, que te derrites, culogordo, que estás enamorado de la tía Llorona.
— ¡Quita idiota!, un empujón, un papirotazo, Josele se caía del taburete de mimbre y protestaba en el suelo, elocuente como un futuro abogado laboralista, y Fernan, alto y grueso y enfadado, nos echaba encima su mirada negra de futuro matón de los negocios.
— ¿Alguno más quiere cobrar?
Nosotros metíamos nuestro hociquito en el pan y bajábamos los ojos tímidos de futuros oficinistas y empleados, y callábamos.
Fernan se pegaba a la radio y nos olvidaba a todos.
— “Érase una vez”, insistía La Llorona levantando la voz dolorida por encima del escándalo de los violines y los pájaros, “un niño en la ciudad de Florencia cuya pobre familia se sustentaba del trabajo del padre, que era escribiente. Pasaban muchas penalidades porque el trabajo era difícil y complicado, había que tener muy buena letra y escribirlo todo muy bien, y el padre tenía que estar esforzándose siempre. Por eso, por las noches, el niño, sin decir nada, se levantaba y le escribía a su padre un poco del trabajo para que le cundiera más”.
— ¡Ay!, suspiraba el Fernan, que no tenía padre y aunque lo hubiera tenido mal le hubiera podido ayudar, porque tenía una letra asquerosa como una ristra de moñigos y muchas faltas de ortografía. ¡Ay!, decía, y esa era la única dulzura que nosotros le pudimos conocer en todas nuestras vidas.

BLANKA-L 02/05/0712:37




  • Las cinco y media
A Milagros le tiemblan las manos cada vez que le ve aparecer, cada tarde sobre las cinco y media él aguarda turno en la cola de la caja registradora de Milagros, como cada día siempre es el mismo producto el que ella ha de cobrarle: cinco tetra-bricks de vino blanco. Milagros hace mucho que se dio cuenta de que no importaba si las demás cajas están menos llenas, siempre elegía la suya.
Gregorio, mira con gesto nervioso a ambos lados mientras espera, cuando se va acercando su turno, comienza a tocar los bricks de vino como protegiéndolos, entre una mezcla de ansiedad por llevárselos y vergüenza, es consciente de que ella ha percibido su problema con el alcohol, pero le alivia observar la tímida sonrisa de la mujer que cada tarde le regala.
Al día siguiente Gregorio vuelve al supermercado, se dirige a la estantería de los licores y de nuevo coge cinco bricks de vino blanco, guarda turno en la caja de Milagros, pero esta vez se rompe el silencio que hasta ahora habían mantenido ambos. A Gregorio le pareció que la mujer estaba más hermosa que nunca, algo había cambiado su aspecto, quizás fuera el maquillaje, o tal vez fuera el pelo, lo llevaba más arreglado que otras veces, incluso fueran ambas cosas. Cuando llega el turno de Gregorio, que iba avanzando lentamente protegiendo los bricks como tiene costumbre, Milagros le saluda tímidamente que es correspondido con un solemne ‘buenas tardes’ de Gregorio. Eso fue todo.
De nuevo llegadas las cinco y media de la tarde, Gregorio repite el ritual vespertino, Milagros estaba radiante, todo su cuerpo le palpita y él que a su vez está más agitado de lo normal se desliza torpemente hasta llegar donde Milagros que le saluda y osa preguntarle si esa era su merienda cotidiana, a lo que con un rotundo ‘sí’, Gregorio le contesta. A Milagros se le torció el gesto y entonces le dijo:
- No debe ser muy saludable merendarse todos los días esa cantidad de vino, debe tener usted el hígado hecho unos zorros. ¿Por qué no prueba por tomar una pieza de fruta o un zumo? – Le comentó la mujer sin perder su sonrisa esta vez más pícara que otras veces.
Pero Gregorio no contestó, entregó el dinero exacto como siempre, cogió la bolsa y salió del supermercado.
Al día siguiente sin dilación Gregorio algo más aseado que de lo normal solo portaba cuatro bricks de vino, lo que provocó cierta alegría en Milagros. Llegó el sábado y Gregorio llevaba planchada la camisa, pantalones limpios e iba recién afeitado; llevaba tres bricks de vino; Milagros le guiñó un ojo y le regaló un paquete que él intuyó serían pasteles pues reconoció el envoltorio que recibió gustosamente.
Transcurría el domingo, Gregorio echaba en falta a Milagros, presagiaba que algo iba a cambiar en su vida con la aparición de aquella cajera, hacía tiempo que no sentía nada igual, cuando todo lo creía perdido esa mujer despertó sentimientos olvidados. El lunes a la misma hora decidió comprar solo un brick. Cuando le llegó la vez le agradeció los pasteles a Milagros y se atrevió a invitarla a merendar el domingo siguiente. Sin dudarlo, Milagros aceptó.
El martes Gregorio compró manzanas y zumo de piña, también lo hizo el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado. Ese domingo acudieron ambos a la cita y merendaron en la pastelería donde Milagros le compró los dulces. Desde aquel día, cada domingo alrededor de las cinco y media de la tarde Gregorio y Milagros meriendan juntos en la pastelería San Miguel.

Musetta 02/05/0714:15




  • Merendolas
“Eres lo que comes” dicen ahora, cuando lo cierto es que yo lo decía ya el siglo pasado y mi novio de turno apostillaba “No, cari; comemos lo que somos.” Yo callaba y lo aceptaba al dar por supuesto que la opinión de un hombre, con carrera de farmacia en aquel caso, tendría mayor fundamento que mi opinión, basada nada más que en el sentido común.
Recordé esta frase ayer tarde, cuando, en el parque, una ardilla trepó por la pernera de mi pantalón, pierna arriba. No era pequeña y la pobre debía tener algún problema afectivo porque comía de manera compulsiva. -Eso habría dicho mi psiquiatra, el de ahora, porque al otro no lo he vuelto a ver.- Se llevaba los brotes de flores a la boca con ambas manitas, mascando con fruición a la velocidad de un zapateado Sarasate. Yo, al sentir la escalada ilusionada de la ardilla por mi pierna pensé, ya está, soy una zanahoria o me he vuelto pimiento morrón o una acelga. ¿Seré una lechuguina?
Se me olvidaba decir que llevo un tiempo haciendo dieta estricta abundante en vegetales. Me lo indicó la dietista cuando en casa vieron que empezaba a caber de manera algo ajustada en asientos de butaca, esos que llevan posa-brazos de madera, pero no he sobrevivido todos estos años para ser el bocado de una ardilla hambrienta, así que, como le decía, ante el miedo a que el roedor me hincara los dientes, en un acto de pura defensa personal, se lo juro señor, tiré con impulso de su cola interrogante y le estampé el cráneo contra el tronco de un castaño pilongo, esos que tiene las flores rosas tan bonitas.
-Si tú a mí, yo, a ti, me pido primer,- pensé, recordando las meriendas de tía Micaela cuando éramos críos, que nos preparaba con las ratas que conseguía atrapar en la ría el primo Julen. Las asaba con restos de brasas de la fundición, en Bolueta, por la salida de atrás, hacia la fábrica de harinas.
Yo ayer penssaba merendar sushi de ardilla, y recordar aquellos tiempos en que vivía la abuela. Me dio pena desaprovechar esa piel rojiza, por eso la estaba pelando con cuidado cuando me saludó ese policía tan amable que me acompañó a su oficina y que ahora me ha traído aquí a su despacho, señor comisario.
El caso es que estoy algo preocupada. He leído en la prensa que sólo faltan siete días para salvar mi cabello. Si lo anuncian así será que es urgente. ¿Usted qué opina, señor? ¿Podré salir a tiempo?

ASOMBRILLADA 02/05/0718:33


VOTACIONES TINTERO CCXCIII: La meridenda.

La administraciòn del Tintero no cabe en sí de gozo porque hemos rebasado los 10 relatos, con lo cual se advierte al paseante y al votante que debe usar los cinco acostumbrados dígitos.
Voten 5, 4, 3, 2, y 1 a los cinco relatos preferidos.
Sean magnánimos y certeros.
NOTA: Por una vez, y sin que sirva de precedente, sugiero que si algún lector silencioso o algún no-participante, sintiera el deseo irrefrenable de otorgar algún voto a un relato determinado, pues que lo haga con toda libertad. Su voto no se contabilizará, pero le dará una alegría al autor. Pero vote UN SOLO relato, no más. Gracias.

ANDRESNIPORESAS03/05/0700:03


Votos...(muy difícil votar en esta ocasión)...

erkaytano 5
MARTINIDRY 4
jmlvfalco 3
INCONGRUENTE 2
espejodevanidad 1

gemmayla 03/05/0708:09


Bálsamo de Fierabrás-

No respires (Solamenteunavez): 5 p, porque la originalidad de que la memoria esté teñida de misantropía.
- Rosquillas (MartiniDry): 4 p, por un buen trenzado de sugestivas imágenes.
- Hora de los cuentos (BlankaL): 3 p, otra visión de la consabida crueldad infantil.
- Mosquitos y hormigas (Estresado): 2 p; Azarías se meaba las manos para prevenir las grietas.
- Merceditas (Gemmayla): 1 p, de nuevo, por un retorno a la parte fea de la infancia (que nos empeñamos en pintar de rosa descafeinado).

jmlvfalco 03/05/0710:51


Voto

JMLVFALCO..............................5
MARTINIDRY............................4
INCONGRUENTE........................3
ESPEJODEVANIDAD....................2
GEMMAYLA...............................1
Buenas meriendas

ASOMBRILLADA 03/05/0711:52


Votos

ASOMBRILLADA 1
INCONGRUENTE 2
BLANKA_L 3
JMLVFALCO 4
MARTINY_DRY 5

Musetta 03/05/0714:52


VOTOS
5 para Gemmayla.
4 para Incongruente.
3 para Solamenteunavez.
2 para Martinidry.
1 para Blanka_L

espejodevanidad 03/05/0716:45


Ñam ñam fodos ñam

5) ESTRESADO
4) ASOMBRILLADA
3) GEMMAYLA
2) JMLFALCO
1) ERKAYTANO

BLANKA-L 03/05/0722:42


Casi no llego

Pa Gemmayla 5
Pa Erkaytano 4 aunque se paso tres pueblos
Pa Espejodeva 3
Pa Andresnipor 2
Pa Jmlvfalco 1

INCONGRUENTE1 03/05/0723:40


votos

Erkaytano .......... 5
Espejodevanidad ........ 4
JMLVFalco .............. 3
Incongruente .......... 2
Musetta ............ 1

Solamentunavez 03/05/0723:46


On time, uff

Blanka-L...................5
Jmlvfalcó...................4
Asombrillada................3
Erkaytano.................2
Incongruente...............1
Buenas Lecturas.

ANDRESNIPORESAS 03/05/0723:51


RESULTADO DE LAS VOTACIONES DEL T-293: La merienda.

Hechos los recuentos y suponiendo que no haya habido error, los resultados son los siguientes:
GANADOR: JMLVFALCÓ..........22 votos.
FINALISTA: MARTINY-DRY......19 votos
Tercero: Erkaytano................17 votos.
Cuarta: Blanka-L.....................12 votos.
Quinto: Incongruente................11 votos.
FELICIDADES AL GANADOR y ya sabe que el peso de la púrpura conlleva consigo proponer tema para el Tintero CCXCIV.
Muy Buenas Letras a todos.

ANDRESNIPORESAS 04/05/0700:04


Los míos suman quince, La niña bonita...Me entristece un poco que al niña bonita no se le tenga en consideración.

gemmayla 04/05/0708:33


Usted disculpe.Y que me lo descuenten de la paga. Ayer no fue un día tranquilo, o sea.
Gemmayla, norabuena, coletas.

ANDRESNIPORESAS 04/05/0709:56


amigo, Andrés.....ni te cuento como fue el mío.
Salud e inspiración para todos !!!

gemmayla 04/05/0710:12