sábado, 30 de junio de 2007

CCCI... El Rubicón

MARTINIDRY

Tintero Virtual CCCI... EL RUBICÓN


...bueno... la verdad es que no esperaba ganar con esta historieta ultramarina... y ha sido toda una sorpresa, lo creáis o no... en consecuencia, por no haber ni tan siquiera hay unos berberechos y unos pepinillos con que celebrar esto... no obstante, mi sponsor vermutero ha puesto unas botellitas de muestra encima del taquillón de la entradita...
y vais que os desnucáis... ha dicho...
servíos con moderación...
en fin... al tema...
teniendo en cuenta que en muchos aspectos -y principalmente la carnavalada ombliguesca que era el meollo del T-300- este tintero ha sufrido una especie de cambio marcando un punto de inflexión... una ruptura... un cruce de rubicón... pues precisamente el tema es ése: EL RUBICÓN...
me lo escriban bien, que don Berceo de Gotha y Circunspectia se lo agradecerá...
Quod scripsi scripsi.


Basilio, no finalizaba sus proyectos. Dicho asi puede parecer de lo mas normal del mundo. Como ese amigo inconstante que casi todo el mundo tiene. Ese que un dia empieza a ir al gimnasio y al mes decidi aprender tocar el violin y al otro se aficiona por el aeromodelismo. Incluso nosotros mismos podiamos vernos reflejados en cierta medida con Basilio. Pero lo de el no era inconstancia. Aunque pudiera parecerlo y asi todos sus colegas lo tildaban de culo de mal asiento. No lo era.No, no. Lo suyo era algo mucho mas profundo. Basilio, queria ser inmortal..
Todo empezo por la optativa que tomo en la facultad de matematicas, Aplicaciones al fractal. Los 12 creditos para computar la matricula determinaron esta eleccion. Supuestamente una maria que no le deberia suponer mucho esfuerzo aprobarla. Lo que no sabia es que aquella Maria, se convirtiese en un tripi que se le metiese en las mismas entrañas. El fractal, los modelos fractales. Aquellos que se van repitiendo hasta el infinito en distintas magnitudes.
Por que Basilio dejo de leer el ultimo capitulo de todos libros que caia en sus manos. Por que dejaba siempre un cubierto sin fregar. Todos sus proyectos aunque fueran insustanciales, todos los dejaba inacabados. El calcetin que huia de la colada. LA ultima cucharada del plato de sopa. EL ultimo trago de una copa. Hasta su vida amorosa se vio afectada, ya no volvio a tener un orgasmo. Su ser se negaba a terminar nada. Era su ser mas intimo el que tomo aquella determinacion.
Todo en la naturaleza se comporta de manera fractal. Si vieramos el trayecto de una bandada de pajaros migratoria hasta africa y esta tomase la forma de una V en su totalidad. Pequeñas v conformarian la gran V. Y esto lo asimilo de tal manera el insconsciente de Basilio que relleno de pequeñas uves( actos inacabados), toda su vida. Para que la gran V ( su vida), tampoco acabara nunca.
Basilio, el ser mas intimo de Basilio, decidio ser inmortal y quizas... Quien sabe si lo este logrando...




Casi todo el mundo sabe que "cruzar el Rubicón" significa tomar una decisión perentoria en la vida que la modificará de manera crucial.
Ramón, un tipo con un coeficiente intelectual superior a la media, lo sabía por descontado, pero algo inexplicable le sucedió que le empujó a tomar la inopinada determinación de utilizar el comodín del público en aquel concurso televisivo "Usted debería saber y lo sabe". El presentador planteó la pregunta y Ramón percibió una sensación extraña en la nuca, que tal vez describiría como si alguien mal intencionado le hubiese lanzado un témpano de hielo con la intención de dejarle bloqueado, noqueado. Pensó entonces que si respondía al buen tuntún, sin cálculo ni reflexión, se convertiría en un hazmerreír a escala planetaria ante una posible audiencia telespectadora probablemente cifrada en cien millones de hispanohablantes, unos cultos, otros catetos, pero todos sabedores de la respuesta precisa a tamaña perogrullada.
Aquel público risueño del plató, que le jaleaba como si fuese un perro al que hubiese que animar para alcanzar su presa, conocía la certera respuesta - algún despistado que otro, no. A otros les divertía confundir al personal -.Ramón acertó. El marcador anotó quinientos euros más a la cifra alcanzada hasta el momento y este concursante no se percató demasiado que acababa de "cruzar un Rubicón" particular decisivo. No podía apartar de sí la fantasía de un Julio César empecinado, persiguiendo a Pompeyo, a punto de quebrantar la ley de fronteras de la Galia Cisalpina. Cree que César le acompañó hasta el final del programa y en los días siguientes. Ramón se convirtió en el concursante con más alta participación y fué él quien se embolsó la mayor cifra jamás alcanzada. Su vida dió un giro a partir de entonces.
Agradecido y de alguna manera ocioso, arrastraba un pesado remordimiento. Sentía que debía recompensar la gratitud de aquel público anónimo que de balde le había, sin pretenderlo, catapultado a la vida muelle y hedonista. Dió muchas vueltas al asunto y un buen día decidió que se encargaría de conocer a todos y cada uno de aquellos personajes que llenaron el patio de platea del escenario en el que se desarrolló el evento, de aquellos tipos que sin conocerlos de nada le brindaron la posibilidad de abandonar una vida llena de penurias y estrecheces económicas y disfrutar de los placeres que ahora le colmaban.
La productora del concurso "Usted debería saber y lo sabe" se mostró un poco reacia a facilitar los datos de cada una de las personas que componía la audiencia, pero Pilar Rubio, la responsable de realización accedió, seguramente con la desconfianza lógica de que esa empresa un tanto disparatada no la llevaría a cabo. Pronto se cansaría y desistiría. Pero, no, Ramón creyó sentir de nuevo la presencia de Julio César cercana y preso de un espíritu, un entusiasmo que nunca antes había conocido, se embarcó en la odisea de localizar al "público del comodín". Pronto conoció a Estela, una joven andaluza que se había presentado como figurante entre la audiencia de aquel día a cambio de unos euros, un bocadillo de mortadela y un refresco. Se enamoraron rendidamente y acompañado de Estela prosiguió sus pesquisas. Descubrió que algunos eran figurantes, pero no le importó. También a ellos agradeció con un fuerte abrazo y un billete de cien euros su gentileza para con él.
Ahora Estela y Ramón se dirigen a Valencia. Alli les espera un grupo de jubilados que entretienen alguno de sus días acudiendo a programas en directo y en diferido de televisión y radio. "Al César lo que es del César y a Ramón lo que es de Ramón. No saber en ese momento qué significaba "cruzar el Rubicón" me lo hizo cruzar a mí mágicamente. Siempre os estaré agradecido."





Puso el pie en el pedal y le dio a la muela; comenzó a girar. Cogió el puñal con sus dos manos y lo afiló. Le arrancó un cabello a su mujer y con el puñal afilado lo partió en dos.

-¡Qué vas a hacer, Rubén! Me das miedo.

-Cosas mías.

Hay veces en la vida en que una idea se pone entre las cejas, aquí, encima de la nariz, ahí donde termina la frente y comienza la cara y no se va en días, en semanas. Es un imán que atrae todos los actos. Y poco a poco esa gangrena infecta toda la vida. Nunca abandona el pensamiento, ni en sueños. Busca la soledad para crecer más y más. Vuelve a la persona taciturna, retraída, obsesiva.

-Canela, tu cuñado no debió, no debió...

Y se vigila el camino y se ponen límites a la vida. Y se camina sin ton ni son por las calles, por las habitaciones, por las escaleras. Y un grito sube y baja por dentro como el ardor de una mala digestión. Y se suda en la cama y se sueña con un final definitivo, justiciero, apaciguador.

La mirada se vuelve oscura, las cejas se arquean como un mal presagio y todo tiene la cara del ofensor, la cara de la muerte escrita en una piel blanca, gélida, con color de muerte prematura.

-Déjalo Rubén, te destruirá... me destruirás.

Pero Rubén ya no razona, ya no ve; sólo sabe que todo tiene un final y ese final es el definitivo y ha llegado ya. Canela ya no es la que él soñó, es otra, se la han manchado y se la han dejado tirada como se deja un trapo sucio. La piel de Rubén es un sarpullido, su dolor está aquí cerca del corazón, le oprime, le impide respirar a pulmón abierto. Y hasta el aire le quema por dentro.

Sólo su brazo está tenso, como un arco, con la mano cerrada sobre el puñal. No se da cuenta pero se ha herido con la hoja recién afilada. La sangre le corre pantalón abajo y le gotea en el zapato.

-¿Por qué, Rubén, por qué? No era necesario.

El cuñado no ofreció resistencia. Se dobló sobre sí mismo mientras los intestinos le salían como de un saco desventrado. Ni tan siquiera gritó. Rubén, lo achantó contra el suelo hasta que dejó de respirar. El charco de sangre le empapó los zapatos.




Marc salió de casa dando un fuerte portazo, era la enésima vez que Lea y él se enfadaban aquella semana. Tres años conviviendo en el mismo apartamento, sin más relación que su amistad y todo entre ellos yendo sobre ruedas hasta aquella noche en la que ella, después de una despedida de soltera, llegó al apartamento algo pasada de alcohol y ligera de pensamientos.

¿Lo provocó, lo buscó o fue él quien al verla liberarse despreocupadamente de ropa y calzado, se sentó junto a él y …? todo comenzó de nuevo.

Marc sacudió la cabeza, queriendo sacar de ella cualquier recuerdo que pudiera enturbiar la actual situación y, con ello, hacerle tomar una decisión errónea. Mientras se dirigía hacia el Parque Central para, en soledad, reflexionar qué hacer, calculó lo mas objetivamente posible los pros y contras de las dos posibles salidas.

“Dejarlo todo y buscar otro apartamento para él solo conllevaba mayores gastos, difíciles de soportar, volver a la soledad de la que huyó hacía tres años, comenzar un posible nuevo amor para un hombre tan apocado como él…” Movió repetidamente la cabeza mientras tomaba asiento en uno de los bancos del parque. Mediodía soleado y suave brisa bajo los frondosos árboles que dejaban en penumbra la mañana.

Frente a él otro banco y en el una mujer hablando con su móvil, mientras que un pequeño montaba en un triciclo junto a ella. Nada que pudiese llamarle la atención pero la escena le distrajo por un momento.

“Volver a casa y de nuevo pedir perdón por algo que… ¿Qué has hecho Marc para provocar su enfado?. Estabas ordenando el salón y ella en el baño cuando te ha preguntado por su maquinilla de afeitar. No la he visto, le contestas y sin cruzar mas palabras ha salido del baño haciendo aspavientos, gritando que ya está cansada de tu desorden… Gritos, contragritos, palabras duras, insultos y de nuevo aquí, pensando qué hacer. Pero vivía acompañado y puede que hasta me sintiese atraído por Lea; puede que no fuese amor pero es que tampoco sé como es el amor. Un apartamento bien situado, a medias, cómodo…”

De nuevo posa su mirada sobre el pequeño. El paseo en el que se encuentran, formado por suelo de tierra batida y compactada está algo en pendiente hacia la amplia zona de césped y separados entre ellas por una hilada de adoquines. Entre el chico y los adoquines hay en el suelo una pequeña hendidura formada por la escorrentía de las aguas de lluvia. Pedalea, se acerca a la hendidura y frena; vuelta hacia atrás y la misma operación, como decidiendo si cruzar la hendidura o no. Marc intenta concentrarse pero la escena del niño le obsesiona. Finalmente, comprobando que si el pequeño no consigue parar a tiempo en una de las veces la rueda del triciclo se metería en la hendidura y caería al suelo, se levanta para avisar a la señora cuando sorprendido oye una voz a sus espaldas.

“Alea jacta est” al mismo tiempo que ve como el pequeño se lanza definitivamente, la rueda entra en la hendidura, cae y su cabeza tropieza de una forma contundente con el bordillo. Se lanza a cogerlo al mismo tiempo que oye el grito desesperado de la señora.

Carreras, sirena, ambulancia, policía, preguntas, anotaciones, todo un cúmulo de despropósitos y finalmente de nuevo en el parque, paseando mientras se limpia el sudor frío de sus manos y frente y su corazón se va calmando poco a poco.

“Pobre mujer, tener y criar un hijo para terminar de una forma tan absurda. La verdad es que pensándolo fríamente nuestras vidas penden de hilos de seda tan débiles que…”

Sin terminar su reflexión, toma rápidamente el camino de casa. Alea jacta est.
Por las letras, hasta la vida




Lo malo de cruzar ciertos rubicones, es que las huellas mojadas de tus zapatos dejan un rastro fácil. Eso y que lo más probable es que al otro lado te esperen arenas movedizas más profundas que los ojos de Maria.
Maria ... ¿por qué cojones tenía que enamorarse un tipo como yo?; un tipo acostumbrado a medir el amor en la cantidad de billetes que dejaba en la mesilla de noche de amables señoras con un taxímetro instalado en la entrepierna.
Entré en aquel bar para estar solo, para beber hasta que el alcohol o algún puño compasivo me hiciesen perder el sentido. Un antro de putas viejas y tristes en el que lo único limpio era el interior de la caja registradora. Un bar que tenía como música ambiental el sonido de una máquina tragaperras, que era, por cierto, su más poderosa fuente de iluminación.
Levaba tres días sin verla. Tres días en los que acepté la evidencia de que una mujer como aquella no se iba a quedar a mi lado, al lado de alguien con cara de entierro de tercera, por mucho que le hubiese iluminado la mirada colocándole un anillo de un rubí con diamantes. Era la primera vez en mi vida que entraba en una joyería dispuesto a que el joyero me desvalijase. Lo habitual era que, al salir yo, el individuo en cuestión estuviese ocupado en taparse alguna brecha mientras emitía opiniones, a gritos, sobre el poco honorable trabajo de mi madre.
Fundí, en aquella sortija, toda la recompensa que me pagó la pasma por desvelar el agujero en el que se escondía la rata que me pagaba el alquiler. Las treinta monedas de plata en que estaba tasada la libertad de D. Manuel, el honorable jefe de una sociedad que solo admitía como miembros, a aquellos que teníamos como muestra de cortesía sacar los ojos de nuestros futuros cadáveres, para que no tuviesen que vernos la cara de satisfacción.
- Hombre, Paco, que alegría encontrarte.
- Cachuli.
No fue una expresión lo que salió de mi boca, fue la constatación de un hecho, la verificación practica de ese apartado de la Ley de Murphy que dice que por muy mal que vayan las cosas siempre pueden empeorar. Y cuando las fundas de piano que tiene Cachuli por manos se apoyaron en la barra, supe que las cosas habían empeorado definitivamente. El camarero del antro y las lumis del local habían sido mágicamente sustituidos por un par de armarios roperos con traje oscuro y cara de peso pesado después de una mala noche.
- ¿Sabes que han detenido a D. Manuel?. Nada serio, no te preocupes. En un par de meses los abogados le pondrán en la calle para que podamos seguir disfrutando de su compañía.
- ¿Puedo acabarme la copa?.
- ¡Claro hombre!. Invito yo. Que para eso estamos los amigos, Paquito.
- ¿Vais a matarme aquí dentro?.
- Tu ya estas muerto, Paco – sonrió Cachuli, si se puede llamar sonrisa a la almorrana inflamada en que se convertía su boca – lo que pasa es que todavía no lo sabes.
Y dejó caer sobre la barra la sortija que unos días antes yo había colocado en el dedo de Maria. La sortija que utilizó como única vestimenta la última noche que estuve con ella.
- Ni te imaginas lo que puede aguantar una mujer antes de palmarla Paquito, ni te lo imaginas. Y te dejo, que tengo que arreglar algunos asuntillos para la fiesta de bienvenida del jefe. Que dos meses pasan rápido. Estás invitado, por supuesto.
Desde la calle llegaron las carcajadas del Cachuli mientras subía a su coche. Fueron como gotas de ácido resbalando por los oídos y llegando a un lugar desconocido en mi interior, un lugar de carne viva, un lugar donde lo único que habitaba era un dolor insoportable. Mariamariamariamariamariamariamaria ...
El cañón de la pistola tenía el sabor del descanso.



  • ritman
    Efenbar things-3-EL RUBICÓN

EL RUBICÓN

Entra Grumpf, endemoniado, con un periódico que le ha dejado (mejor le ha vendido) Sartas. (El kioskero por no prestar,no presta ni atención)

-¡Manda cojones! ¡¡Manda cojones!!

Nos interesamos mucho por el tema, porque Grumpf no es de los que se alteran por nada y tambien porque la palabra cojones , como todas aquellas que, sin serlo, queremos hacer comunes y banales, aún alerta nuestra siempre morbosa curiosidad.

-¿Qué pasa,muchacho?- le digo. ¿qué has visto, my blue eyed son?

Grumpf tiene unos ojos marrones de lo más común, pero es que yo me encuentro mas guapo colocando de vez en vez alguna cita en inglés.

Se sienta conmigo y me muestra la contraportada del periódico

-Esto pasa.Esto es lo que pasa.

Miro el artículo que me señala. Parece ser que en Londres amenazan con expulsar del colegio a una adolescente,porque insiste en llevar puesto el anillo de la castidad.

-¿El anillo de la castidad? – pregunto en voz bastante audible. Y como pasaba con cojones, pero multiplicado por quince más o menos, la palabra despierta la atención general. Todos vuelven interesadas miradas hacia la mesa, como si en ella estuviéramos enseñando alguna piedra preciosa.

Y Bronte, la camarera, se acerca para aclararmelo.

-El anillo de la castidad, sí ,muchacho. ese que algunas jóvenes llevan puesto para mostar su decisión de mantenerse vírgenes hasta el matrimonio. ¿Se lo prohiben, Grumpf, dices?

-Aquí lo dice.

La camarera bebe rápidamente la noticia e introduce un salto cualitativo en su comentario.

-¡Manda ovarios! ¡¡Manda ovarios!!

Al sonido de esta palabra ya no es que la gente nos mire, sino que, sin disimulo alguno, están empezando a acercar sus sillas.

. Bueno,no te cabrees, Grumpf- le dice Bronte a mi amigo- Toda mujer es muy digna de elegir cuando pierde lo que llamaremos el “Ello”, muy libre de decidir cuando pasa su particular Rubicón...Pero hay que ser tonta para querer manifestaarlo en público en una sociedad tan pacata, adormecida y boba como la occidental y al hacerlo no seguir la estrategia adecuada. No digo yo que no se deba poner el anillo...si quiere que se loponga, pero hija acompáñalo como debes acompañarlo para que en vez de repulsa, genere el aplauso unánime y el político respeto.

..No te entiendo, Bronte- dice Grumpf- (Yo tampoco sé por dor dode va ahora esta camarera cada vez más aristotélica)- ¿Estrategia? ¿Con qué dices que debería haber conjuntado su anillo de la castidad para ganarse la admiración y loa de la gente?

-Pues con un burka, hijo, con un burka...Si es que las hay que no se enteran.

Y se va. Y aunque Bronte siempre exagera , nos quedamos pensativos, pacatos, adormecidos y tan bobos como esta sociedad occidental que colaboramos a construir, dispuesta a respetar culquier creencia firme y asentada siempre que venga de fuera, en esta sociedad donde todo es aceptable, respetable y católico,salvo, tal vez , ser y manifestarse católico.

Y aunque los dos estamos por lo laico,y lo del anillo de la castidad a nosotros como que nos pilla ya un poco tarde,”Cruzamos ese Rubicón una noche si y otra también” manifiesta Tubo con lo que yo considero un exagerado optimismo ) si que nos molesta vivir en esta superdesarrollado y tan políticamente correcta cultura occidental en donde la suerte está echada, y los memos parecen de corcho, porque siempre flotan y siempre estan arriba, dirigiendo, mandando y generando corrientes de opinión que , si no fuera porque tenemos en la nariz la pinza de la falsa democracia- Steady la llama memocracia -, apestarían.
Pero es que, como tambien suele decir Steady, si los memos volaran deberíamos prepararnos para una nueva época glacial. Y en esa eterna y fría noche de sol oculto por inagotables bandadas de memos voladores, reunirnos, concentrarnos los pocos rebeldes que quedásemos y encerrarnos...¿ por que no?... en una iglesia.
Please don't take away my highway shoes.



Si yo hubiera sido Julio César jamás habría cruzado el Rubicón. En primer lugar por una razón palmaria: no sé nadar. Pero la razón más importante es que he visto demasiados rubicones en mi vida y jamás he cruzado ninguno; quizá mienta y si lo haya hecho, pero más arrastrado por una enfervorizada marabunta –casi siempre equivocada y que pronto se inclina a deshacer lo andado- que de motu propio en un arranque de valor.

Pero hoy amigos, hete aquí que me hallo, presto y dispuesto, a las orillas de estas turbulentas aguas. Pompeyo huye y alea jacta est. Sonrío para mis adentros y me tumbo en la hierba. Roma puede esperar.

La cadena del barquero y el fluir del río canturrean al compás de las hojas mecidas por el viento.

- ¿Qué haces ahí tirado?

Giro la cabeza y veo cuatro alambres torcidos rematados con unos calcetines de ganchillo y dos pares de zapatos de charol; Anne y Adele, las hijas del barquero. Todos los días espero a que las cruce a esta orilla. Cuando bajan se queda inmóvil, frío, desafiante; aguanta la cadena y me mira fijamente con una sutil amenaza en los ojos que reafirma con una pajita bailoteando entre sus labios: busca el punto exacto de mi entrecejo donde clavar su odio, un “aléjate de ellas” mudo e imperioso.

- ¡Adiós chalado!

Se van entre risas y saltos. Me levanto y me acerco al barquero.

- A la otra orilla.
- Son veinte liras. ¿Tienes veinte liras?
- No.
- Pues son veinte liras.

No creo que veinte liras impidiesen a César cruzar el río. Su cuerpo es un aspa obesa sobre el agua que gira sobre sí misma. La pajita apunta al cielo en un último atisbo de inútil dignidad. Muevo la pesada cadena y cruzo el Rubicón. Ya no hay vuelta atrás.

Había estado en Casa Roma comiendo todos los días durante seis largos años, los malditos seis años que nos llevó intentar levantar el puente. Hoy es martes, lentejas y escalope. Los manteles aún no estarán demasiado sucios y las ojeras de Martha aún no barrerán el suelo lleno de colillas, servilletas y palillos.

Seis años. Ese puente fue mi ruina. Me había licenciado en Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos; un expediente brillante y una entrada fulgurante en el mundo profesional con el proyecto de un puente que cruzase aquel condenado río. Tiempo de ejecución: cuatro meses.


Todos sabíamos que era él. El barquero. Lo que avanzábamos por el día lo destruía por las noches. Ni guardas ni perros. Era más listo que todos nosotros. Sabía quitar la cuña exacta y si no podía, buceaba para dinamitar un cimiento clave. Si lo acechábamos día y noche se buscaba la vida. No sé de dónde carajo habría quitado aquel cañón de bucanero, pero ya casi lo teníamos, ya veía la salida del túnel y una noche, con un gran estruendo lo disparó: la bola desgajó todas las columnatas de la plataforma y a empezar de cero. Maldito cabrón. No le bastó con joderme el puente, también se quedó a mi mujer y mis hijas.




Me río desquiciado frente a la puerta y oigo caer un plato.

- ¡Tú! ¡Tú!
- Hola Martha. Vengo a terminar mi puente.




La Sor que dirigía el aula de trabajos manuales oyó a Maruja por el pasillo, que se iba fuera, a la cafetería con otras chicas, y sacó la cabeza por la puerta.
- Maruja, ven, tengo que hablar contigo - la llamó haciendo gestos con la mano, la única mano. Estaba seria.
Se la llevó a un rincón y le dijo en voz baja
- Llevas unos días que no vienes al aula y eso no puede ser. Tú no puedes marcharte a la cafetería. Tienes mucho que hacer en el aula y tus compañeras dependen de ti - le señaló el corro de chicas que estaban sentadas en una habitación soleada, en unas mesas de formica, enfilando cuentas de collar, rellenando moldecitos de escayola con figuras de ángel, pintándolos de purpurina, cosas banales y bellas... le señaló a las chicas con su única mano, la mano izquierda, porque la otra no la tenía, corrían mil historias sobre cómo la había perdido o se la habían cortado, pero la única realidad es que pendiendo del muñón llevaba un guante de espuma azul marino, como el hábito.
- Pero a mí me ha dicho el director que sí puedo salir - contestó la Maruja tranquilamente porque era un hecho que se lo habían dicho así, no era oponerse ni entrar en rebeldía, es lo que era.
- ¡Pero no puedes irte! ¡Te hemos hecho un sitio especial! - la única mano señaló una mesita al lado de la pileta del agua, con un saco de escayola, una taza de plástico, una cuchara, un palito de polo, una lima de jugar a la rayuela... Con esos utensilios increíbles Marujita había fabricado en quince días una estatua de medio bulto de La Inmaculada de más de un metro de alta, con las manos cruzadas sobre el pecho abundante, unas buenas caderas y una cabellera de actriz de cine que no se parecía en nada a la estampa que las sores le habían dado como muestra. Las sores la habían puesto en el jardín, en una hornacina que habían mandado hacer al portero, y la habían llamado 'Madre de la Salud'... pero el director había comentado 'que estaba demasiado buena' para tenerla allí. Demasiada salud, demasiado parecido con la Jane Birkin, se le había oído decir al director, dando un paseo.
- Luego lo pienso - terminó la discusión la Marujita que, como todas las quinceañeras, tenía la cabeza a pájaros, y pájaros veía por la ventana, que se posaban en los árboles, en la hornacina, en las manos unidas de la Madre de la Salud que sonreía con sus labios gordezuelos... El día estaba tan bonito...
Y le hizo un quiebro a la única mano, que quería posarse en su brazo para seguir hablando, para tratar de convencerla, y se marchó a reunirse con las otras chicas que tenían permiso para salir a la cafetería porque no llovía y ya eran mayores.
Así se hacen las cosas decisivas, sin pensarlas. La Maruja no sabía que a partir de entonces la iban a tratar de otra manera, con más severidad, que le iban a dar a otra, que sabía hacer bolillos, la mesa junto a la ventana, para que enseñara a las demás, y que allí había terminado su carrera de escultora.
¿Lo sintió? ¿Fue una suerte?
Nos levantamos todos los días y decidimos dónde vamos, y lo curioso es que siempre acabamos yendo a trabajar en el mismo bus colorado, y a nuestra hora volvemos a casa, besamos a los niños, hacemos la comida de mañana y tendemos la ropa, fregamos, nos fregamos nosotros y nos acostamos. Eso sí que es una suerte. Quizá.
Puede que sí sea un suerte que El Aaaarte le traiga a uno sin cuidado.
Pero Maruja todavía lo duda.



  • INCUUS
    Oficina de reclutamiento

Se levantó aquella mañana con la garganta seca y la cabeza llena de monstruos, como si hubiera pasado la noche entera bebiendo absenta de poeta maldito y fumando opio con el mismísimo Fu Manchú.
La ducha le supo a monzón vietnamita, con miles de ojos emboscado en alguna parte, tras los azulejos, o esperando con un cuchillo levantado tras la cortina, cimo en una película de Hitchcock. Cuando consiguió sobreponerse, apagó el grifo y se envolvió en la toalla.
Así, desnudo, cobró al fin conciencia de lo que estaba a punto de hacer. Todavía estaba a tiempo de echarse atrás. Aún podía arrebujar un par de pantalones y un par de camisas en una bolsa de deporte y marcharse lejos, a donde no lo pudiesen encontrar nunca. A África de cooperante, o a la India a atender leprosos, o a algún pueblo de Soria o de León, en lo más abrupto de las montañas, a plantar lechugas y cuidar vacas.
Pero no. ¿Qué diría Marisa? Seguramente nada: le llamaría tres o cuatro vece spor teléfono para tratar de convencerlo de regresara y luego iría espaciando las llamadas hasta convertirse en un fantasma en la agenda, como tantos otros amigos. No diría nada. Repondería a quien le preguntase que había cogido una depresión ys e había vuelto loco. Peor no lo seguiría. Seguro que no.
Si fuera con ella huiría. Pero sólo no.
Tenía que atreverse. Tenía que echarle coraje, vestirse, afeitarse y salir a la calle.
La cita era a las diez y todavía eran las nueve y veinte.
Había tiempo para huir. Había tiempo para intentar otra clase de vida.
Eso de que otra realidad es posible es una gran majadería, porque realidades no hay más que una. Pero siempre es cierto que las decisiones pueden construir otra realidad futura. Lo malo es que entonces la que deja de ser posible es la que ahora disfrutamos: con Marisa, con un trabajo que no está mal aunque se hagan diez horas diarias, con los amigos envidiándote por la suerte que tienes.
Recordar a sus amigos le había ayudado a seguir adelante. Se había vestido. Había conseguido incluso ponerse los zapatos. Los amigos sí, porque se puede renunciar al amor que uno despierta, pero no a la envidia que se consigue suscitar en los demás.
Pensó que sería bueno desayudar y se puso a preparar el café, pero luego pensó que ya estaba bastante nervioso y que lo que menos le convenía era un excitante. Tenía que presentarse allí con firmeza. No podía permitirse derrumbarse en el último momento.
Si iba a huir, tenía que ser ahora.
Cogió las llaves del coche y bajó al garaje. Al salir a la calle, dudó si dirigirse hacia la izquierda y marchar directamente al aeropuerto o hacia la izquierda.
Al final, eligió la izquierda. Cumpliría con su deber. Aunque llevase la tarjeta encima y tuviese saldo en la cuenta para aguantar cinco o seis meses, el tiempo suficiente para buscar otro trabajo o cualquier ocupación en otro lado.
Cumpliría con su deber.
Por el camino le pitaron varios coches reclamándole que pusiera atención. Estaba decidido, pero el pánico le atenazaba el estómago, ofuscándole la mirada.
Calma. Se impuso calma. O Catatonia.
En veinte minutos, llegó a su destino. Era un edificio del centro, acristalado, con aspecto de academia o antigua sastrería. Con aspecto pacífico y cordial incluso. Entró en la oficina, saludó a los que le esperaban, y pronunciando las palabras justas, sólo las justas para no delatar su pánico, estampó su firma donde le pedían.
Ya era suyo el piso. Cincuenta y cinco metros, trastero y plaza de garaje. Y una hipoteca a cuarenta años. Mibor más cero treinta. Difícil de mejorar.
Ya estaba hecho. Ya era un soldado más del sietma.
Ahora, rodar o morir.



  • MARTINIDRY
    EL HACEDOR DE RUBICONES O EL BARRENDERO DEL OGRO.
No era un buen día para lo que íbamos a hacer. No, no lo era. Se parecía demasiado a aquel otro día –ya lejano– en que dos cuerpos* quedaron suspendidos e inmóviles en "La Araña", como si alguien les hubiese tomado una instantánea macabra, y a la espera de ser descolgados como dos chorizos hasta Dynamitlöch por debajo de "La Hinterstoisser". Era un día de mierda: lloviznaba por ondas, casi horizontalmente, y todo había virado al gris.

–Venga... ¡va!

Stollenlöch... Dynamitlöch... la mierda ésta de fisura repelente... y en enseguida, negra como la vida, impresionante como un guardia de fronteras... ¡¡la travesía Hinterstoisser!!

Nos paramos. En el acto nos asaltaron, como diapositivas, todas las imágenes almacenadas en nuestra memoria y archivadas a lo largo de años y cientos de relatos. Estábamos ante la pre-divina travesía Hinterstoisser, ya que más arriba se encuentra la Travesía de los Dioses, que siempre fue el Rubicón de la Eigernordwand –la pared norte del Eiger: 2.500 helados metros de muro vertical en pleno Oberland Bernés–, el punto de no retorno del Ogro –ya que esto significa Eiger en alemán– y, la verdad, sabiendo como sabíamos de la dificultad técnica del pasaje, estábamos más impresionados por el tiempo que por la fría roca; no obstante, aquello era grande, muy grande. Un ogro.

Tan grande como para contener una media tonelada de cuerdas de todos las texturas, orígenes, épocas y dimensiones. Cuerdas para un millar de Ariadnas con sus Minotauros. Cuerdas para amarrar a bolardos un trasatlántico de doce cubiertas.

Como el mismo Hinterstoisser, como Heckmair y Kasparek... o como Diemberger, Rébuffat o Terray. O incluso como Rabadá y Navarro aquel aciago día, nos quedamos petrificados ante la duda, ante el dilema, ante el Rubicón. ¿Seguir o dar la vuelta?. That's the question.

La historia de este paso se apretuja en nuestras sienes que retumban con violencia. El peso de la historia no es moco de pavo; y sus muertos, claro, y sus muertos. Y sus tragedias. Todo esto nos mantiene inmóviles con las retinas enfocadas en las negras y resbaladizas lajas de la jodida Hinterstoisser: la grandeza de la historia y la pequeñez del yo. El zumbido de la sangre en las arterias auriculares se traviste de silencio. El zum-zum del silencio, el zum-zum del miedo.

Siento en mí mismo exactamente lo que debieron de sentir los pioneros, aquellos grandes hombres que dejaron impresa con sudor y sangre, en este mismo lugar en que ahora me encuentro, la pátina de la gloria del alpinismo moderno.

El Rubicón... el puto Rubicón.

–Va... ¡que voy!

Hago la travesía como si estuviese atravesando el Golden Gate: a velocidad de crucero; es decir, como la hace ahora todo el mundo, como si fuese "Le Chemin des Dames" de mi querida tierra alsaciana. Y, como si estuviésemos coordinados por un metrónomo suizo, mi compañero a un lado y yo al otro, nos ponemos a tallar los kilos de cuerda allí depositados. Pronto la base de la pared es como un plato de spaghettis. Las cuerdas vuelan sobre los históricos pasajes recuperando la historia y el recuerdo de los grandes y, en menos de dos horas de trabajo sin respiro, aquello vuelve a estar como el gran Hinsterstoisser lo trajo al mundo: liso y expuesto como el culo de una púber.

–¡Voy! –lanza mi compañero. Y le veo venir, por aquellas rocas ya vírgenes, en blanco y negro, como sin duda alguna vendría Hinterstoisser en su día cruzando el magnífico Rubicón.

Queda aún un trozo de herrumbrosa cadena. Sonrío a mi compañero, que me la devuelve cómplice, y la emprendo a mazazos con el trozo de cadena. Rompo los eslabones y secciono un buen fragmento que me guardo. El resto vuela hasta el plato de spaghetti.

En ese momento la grisura se abre como un telón de una obra aún por representar y se nos aparece la Kleine Scheidegg unos mil metros más abajo. Y nosotros, claro está, nos mostramos como en un helado proscenio antes los ávidos catalejos de los turistas de la Scheidegg.

El resto de la vía, es decir, los gloriosos pasajes de los tres neveros, el Nido de Golondrinas, la Plancha, el Vivac de la Muerte, La Araña (la jodida Araña), la Travesía de los Dioses, las Viras Podridas... y más aún... no es más que un continuo golpear, apalancar, tirar con la cadena y arrancar clavos, más cuerdas, pitones, tacos y un completísimo etcétera de ferralla allí depositada que se reúne, indefectiblemente y con gran estruendo, con el resto de los spaghetti. El montón al pie del Ogro es considerable y ya una hilera de hormigas parte de la Scheidegg con dirección al pie de la pared.

–Va a haber hostias a la vuelta –comento entre carcajadas.

–No lo dudes.

Pasamos por La Araña con respeto y depositamos allí el fragmento de cadena junto a la maza formando una torpe cruz. Lo siento, chavales, es todo lo que nos queda. Unos instantes de silencio...

...

En la Kleine Scheidegg hay una multitud... ¡¡hay micrófonos!!. Una rubia armada con uno de ellos se nos echa encima. Quiere saber. ¿Qué coños quiere esta tarada?

–Vete a la mierda –la espeto con un manotazo en el micrófono.

La bajada a Grindewald es un calvario, con caídas y todo. Busco a José de Arimatea y éste se me aparece en forma de guardia suizo. Nos lleva con él.

Ya instalados en un chalet de montaña que hace las veces de puesto de policía, el guardia salvador nos ofrece un sorprendente –por lo exquisito– café. Y en un lánguido francés nos espeta:

–Y ahora... ¿qué?

–Le Matterhorn... ¿peut-être?

–Sí. Hay mucha cuerda allí. –Primero sonríe cómplice y, arrellanándose confortablemente, suelta una muy suiza carcajada, que no por ser suiza deja de ser carcajada.

–Hale, vámonos –comentó a mi compaña–, que éstos ya tienen otra vez su Rubicón como siempre debieron de tenerlo. ¡¡Limpito y resbaloso!!

M.D.

­­­­_________
* Ernesto Navarro y Alberto Rabadá, legendarios alpinistas aragoneses, mueren congelados en La Araña, un glaciar suspendido, en 1963. Treinta años más tarde, este modesto hacedor de rubicones deja la pared tal y como ellos la encontraron. Es de justicia, ¿no?




Asqueado, desfondado, absorto y aturdido decidí pasar el rubicón. Ese que separa la vida de la muerte. El aquí del allí. El todo de la nada o la nada del todo. A las 7:07 del día 07 del 07 del 2007 ingerí siete pastillas de lexatín, el único barbitúrico de siete letras que encontré.
A los 70 segundos de la ingestión no había síntoma alguno. Poco a poco la visión fue tornándose borrosa. Leves pitos en los bronquios. Respiración pesada. Mareos. A los 3 minutos nauseas. Más tarde dolor abdominal seguido de sudores fríos. Cinco minutos después de la toma comienzo a sentir relajación muscular, pesadez de párpados, bienestar… Acto seguido estoy flotando en la perpendicular de mi cuerpo. Veo una luz. Avanzo hacia ella a la velocidad del sonido a través de un túnel de tonos violetas. Me detengo bruscamente ante aquel poderoso resplandor. De manera telepática me inquiere:

-¿Cuántas pastillas te has tomado?

-Siete- contesto titubeante de manera telequinésica, consciente de lo crucial de la situación.

La luz hace una pausa, que en aquella disyuntiva telepática se me antoja un siglo, y me contesta:

- ¿ Siete? Tócame el paquete.




- Vamos a casa del loco
- ¡No! ¡no vayáis! Os va a pasar algo malo, lo se.

Marta casi empieza a llorar pensando que a su hermano lo va a matar el loco de la casa amarilla. Mientras Pedro la consuela y dice que no va a pasar nada, Leo le dice que cada vez se parece más a una chica. “Si tienes miedo no vengas”, pero ella está dispuesta a acompañarles.

Han decidido entrar por la parte de atrás, pasando por debajo de la red metálica que hace de valla. Cerca de la puerta hay un hoyo por donde es fácil atravesarla. Quieren mirar por la ventana para ver al loco, a ese hombre que una vez clavó unas tijeras a su propio padre mientras recortaba fotografías de las revistas en el salón. Lo llevaron al calabozo del juzgado mientras decidían qué hacer con él. El padre se negó a que lo llevaran a un manicomio “ningún miembro de nuestra familia ha estado en un lugar semejante y mi hijo tampoco lo estará”.

Desde entonces Leo piensa que lo tienen atado a la mesa con una gran cadena para que no vuelva a hacer barbaridades.

Los niños se acercan a la casa, andan sigilosos para que nadie escuche sus pasos. Atraviesan la valla y se adentran en el patio trasero que da a la cocina. Los escalones son de madera que crujen cuando Leo sube por ellos. Están asustados y temblorosos pero han decidido hacerlo y sigue hacia la ventana para ver que ocurre en su interior. De pronto Leo ve una sombra en la pared, ¡es el loco! Se queda quieto como una estatua mientras Marta se tapa la cara del susto, no quiere ver como matan a su hermano mayor. La sombra desaparece y los niños huyen del lugar corriendo hasta llegar a la casa exhaustos.

Ha sido una gran hazaña que no volverán a repetir.
(Matar a un ruiseñor)
Elisabeth Bennet





BLANKA-L


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VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
Buen tema "el Rubicón", ese río que separaba la Galia Cisalpina de lo que era propiamente territorio de Roma, un río, flumen, que corría desde los Apeninos hacia el Adriático y que hoy día sigue siendo tan chiquitín que lo llaman Fiumicino y va a desembocar cerca de Rímini... Pero una frontera legal de primer orden porque ningún ejército podía cruzarlo armado, equivalía a un declración de gerra. Julio César ('Alea jacta est') lo hizo; eran tiempos de prosperidad en Roma y se respetaban tanto los símbolos como las supersticiones, se perseguía al enemigo, Pompeyo, dentro del buen orden, así que el paso del Rubicón significó un apoyo a un movimiento social, antes que armado, y Roma dejó de ser república y se hizo imperio... contado groso modo.
Bueno, de todas maneras hay que votar. Tenemos todo el día de hoy, jueves, hasta las doce de la noche. 5 votos al mejor, 4 al siguiente, y así hasta 3, 2, y 1

Victrix causa diis placuit, sed victa Catoni (Lucano)

28/06/2007, 8:34
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taotico


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mis votos


Rylogex...........------------5 puntos
Incuus----------------------4 puntos
Maldoror-------------------3 puntos
Incongruente--------------2 puntos
Ritman-----------------------1 punto

un abrazo para todos
Soy estudiante de medicina

28/06/2007, 12:19
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MALDOROR_


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¡Ale!, la jata ya está echada.
MARTINY- El barrendero del Ogro - 5 Puntos.
RITMANBLU - Efenbar Things III - 4 Puntos.
ANDRES - Está decidido - 3 Puntos.
INCUUS - Oficina de reclutamiento - 2 Puntos.
BLANKA - La Residencia - 1 Punto.



28/06/2007, 18:56
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BLANKA-L


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Re: VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
5............
TAOTICO
4............
ANDRESNIPORESAS
3............
INCUUS
2............
ELISABETHBENNET
1............
MALDOROR

28/06/2007, 19:25
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Rylogex


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Re: VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
Incuus---------------------- 5 puntos.-
Taótico---------------------4 puntos.-
Ritmanblue --------------3 puntos.-
Maldoror------------------2 puntos.-
Andresniporesas------1 punto.-

Ea.

28/06/2007, 19:41
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INCUUS


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Votoooooooooooooos
Ritmanblu.....................5
Maldoror...........................4
Andresniporesas........................3
Martiny....................................................2
Taotico..................................................................1

Y me cisco en la (grftxxxx) que hace que se repitan palabras de una línea para otra, lo que dificulta la lectura.

28/06/2007, 22:31
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INCONGRUENTE1


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Jerez
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Votar es un deber
Anacoculista 5
Ritman 4
Andresniporesas 3
Incuus 2
Martinidry 1
Por las letras, hasta la vida

28/06/2007, 23:26
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ritman


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Derecho al voto
MALDOROR---5
INCUUS--4
MARTINI --3
ANACOLUTISTA--2
INCONGRUENTE--- 1

Peace of mind
Please don't take away my highway shoes.

28/06/2007, 23:36
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gemmayla


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Re: VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
MALDOROR 5
INCUUS 4
MARTINIDRY 3
BLAMKA-L 2
ANACOLUSTIA 1



29/06/2007, 0:03
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espejodevanidad


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Re: VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
Incuus 24
Maldoror 20
Ritman 17
Martínidry 14
Andresniporesas 14
Taotico 10
Anaculista 8
Rylogex 5
Blanka 3
Incongruente 2
Elisabeth Bennet 2

Enhorabuena.
El Rincón de Sherezadehttp://usuarios.lycos.es/tintero/phpBB2/index.phpEsta semana: Cuarentena.


29/06/2007, 1:06
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INCUUS


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Re: VOTACION Tintero Virtual CCI... EL RUBICÓN
Yo a Ritmanblu le cuento 17 en vez de 10, pero bueno.

gracias.

Voy a poner tema.

saluuuuuuud