martes, 3 de abril de 2007

CCLXXXIII.- Chocolate

TINTERO VIRTUAL CCLXXXIII.- Chocolate
Toca una edición sensual y sabrosa: Chocolate.
(En todos sus usos)

BLANKA-L 16/02/0700:57




  • "Lo que les pasa a mi cuñada y mi suegra, me repercute inexorablemente".
Mi suegra y mi cuñada se han ido una semanita a tierras cacereñas para embadurnarse de chocolate en un Spa o SPA - unos defienden el origen belga del término referido al topónimo Spa, un centro termal situado en la provincia belga de Lieja. Otros aducen que procede del acrónimo en latín "salus per acquam" -
Por teléfono me han ido relatando las excelencias de los chorros de agua fría y caliente, de las piscinas de olas destempladas que convierten la piel de naranja en tersura de porcelana, de los jacuzzis que disparan balas de perlas de cristal, de los parafangos de chocolate negro, blanco y crocanti, de las saunas finesas y masajes tailandeses en el corazón de Monfragüe, de la aromaterapia de fragancias silvestres y marinas.
El martes me manda mi suegra un SMS en el que leo literalmente "Hoy toca cromoterapia". Pienso que ya llevan varios días convertidas en un cromo. Pienso que para rejuvenecer dos semanas en la vida de una, ¡hay que ver lo que toca dejarse sobar! Reconozco que se apodera de mi cierta envidia aviesa, cierto rencor malsano y torcido, no tanto porque ellas están allí y yo aqui, sino porque ellas no están aqui y yo no estoy allí. En definitiva y para explicarme mejor, que me gustaría ocupar el lugar de ellas y recibir doble terapia de Spa y que ellas estuviesen aqui o en cualquier otra parte. Un momento, lo aclaro mejor. Que quiero ir sola a un Spa sin compañía alguna y menos la de mi suegra y cuñada. No es egoísmo duro mío, sino puro afán de evasión. Anhelo huir, escapar a cualquier parte antes de sucumbir aplastada por la rutina cruel, gris que sabe a chocolate amargo y sin endulzar.
El miércoles me llama mi cuñada desde la habitación del hotel, de fijo a fijo. Me dice que la llame yo, que a mi con la tarifa plana no me cuesta los euros. Colgamos el auricular y pulso la tecla de rellamada. Me confundo y he llamado al restaurante chino, ése al que ayer encargué un menú para tres para cenar. La voz de la mujer china la confundo con la de alguna masajista coreana del "Salus per acquam", del Spa liejano-cacereño. Le digo "Por favor, páseme con mi cuñada que quiero que me cuente qué tal le ha ido hoy la terapia del chocolate". La china me responde "Chulos con chocolate no entlar en el menú". Le replico que mi cuñada que yo sepa ha ido sola con su madre, o sea mi suegra y que yo sepa aún no han ligado con ningún chulo porque sino me lo habrían hecho saber por Sms o a cobro revertido aprovechando mi tarifa plana. La china dice no entender una palabra de lo que le digo. Asegura que sólo se ha aprendido de memoria la carta del menu, pero que "hay una chulería muy cerca del lestaulante chino". Caigo en la cuenta del enredo. Pido disculpas. Llamo a la habitación del hotel de chocolate y mi cuñada me dice que como me he demorado tanto en llamarla, no puede contarme nada porque ahora toca cenar ligero, una ensalada y un tazón de leche con cola-cao, "porque tú ya sabes que no puedo dormir si no me tomo un cola-cao calentito y a pequeños sorbos". Siento que empiezo a aborrecer el chocolate y todo lo que ello conlleva, es decir, los embadurnamientos, los chorros y las sobas. Pero cuando aborrezco algo mucho tiendo a pegarme empacho de éllo para terminar de asquearme del todo. Me dirijo al cuarto de baño con un tarro enorme de la nocilla de las meriendas de mi niño. Unto de nocilla las distintas partes de mi cuerpo, haciendo hincapié en aquellas que ya no tienen remedio. Permanezco inmóvil de pie dentro de la bañera unos veinte minutos. Las mascarillas hay que soportarlas sólo eso, unos veinte minutos. ¡Pero que veinte minutos! ¡De ésos que parecen durar una eternidad! Con una manopla de esparto y el chorro del telefonillo retiro el emplasto. En esta difícil operación invierto otros veinte minutos. Decido acabar con esta pantomima chocolatera y escucho a través de la puerta la voz de mi hijo gritar, "Mamá, ¿cuando me preparas mi tazón de leche con Nesquik y galletas?"
¡S.O.S. preciso un SPA por favor, pero de cualquier cosa, que no chocolate!

gemmayla 16/02/0714:12





  • ARCO y Hannibal Lecter.
ARCO y Hannibal Lecter.
Estuve en la Feria de ARCO y lo que más me llamó la atención fueron los cráneos humanos rellenos de fetos y corazones. Inmediatamente imaginé el negocio. Chocolate. Chocolate, cráneos humanos de chocolate blanco rellenos de fetos humanos de chocolate negro o rellenos de corazones de caramelo, de gelatina temblenqueante de fresa. Podía ser un buen negocio. A vender en el Burguer King junto con sus magníficas hamburguesas, estreno, claro está, el día de Halloween, al más puro estilo yanqui. Aquí conquistamos la colina de Iwojima o no conquistamos ni la acera de enfrente. Ya sé, ya sé, me acusareis de necrófilo, de pordiosero intelectual, de necrófago, de provocador, de carroñero, me da lo mismo, el negocio puede resultar francamente bueno, cráneos humanos de chocolate blanco rellenos de nata, rellenos de helado, o rellenos de fetos de chocolate. Una delicia y un buen negocio. Ahora sólo hace falta encontrar un socio capitalista y con redaños que ponga el dinero, yo me quedo con el siete por ciento por haber tenido la idea, porque yo no pongo un duro ni para comprarme un cupón de la ONCE, bueno, ni siquiera eso, ofrezco la idea gratuitamente a quien la quiera ejecutar a cambio de comerme los cráneos gratis. Lo único malo es que el chocolate estriñe. A mi el chocolate me gusta muchísimo, me pongo muchas veces morado comiendo bombones, no sé si los mejores son los de LINDT o los de Ferrero Rocher, siempre, claro, es glamouroso recibir a las visitas como Madam Porcelanosa. Se siente uno aristócrata. Pero lo malo es que el chocolate estriñe y estriñe muchísimo, y no es que a mi me guste andar diarreico por la calle como una vaca, pero tampoco me gusta llevar tres kilos de cemento oloroso en las tripas. El chocolate deja en el paladar un regusto de un ummm acuoso, y nada más que pensar en que podemos comer chocolate ya nos deja el paladar acuoso como untado de mantequilla por dentro. Qué buen invento tuvieron los dioses creando ese espectacular manjar, estos aztecas, que exquisitos eran, libaban chocolate y al mismo tiempo contemplaban un sacrificio humano, exquisitos al cién por cién, refinadísimos, ellos con sus plumas en la cabeza como si fueran Drag Queens de Las Palmas o de Tenerife, en pleno carnaval salvaje, enseñando el culo, un vaso de deliciosísimo Teobroma, y, de película de acción, la última de Mel Gibson, con un corazón palpitante y sanguinolento en la mano, aún caliente y rítmico, recién sacado de un pecho humano, aquí un sorbito de chocolate templado, ummm, allí el ritual religioso de Huitzilopxli, negra y sedienta de calaveras. Qué gustazo una tableta de chocolate Milka, con la vaquita azul, qué linda ella, o de ese chocolate, Valor, que tiene un anuncio que dice: “Placer adulto”, y es un anuncio realmente original, bueno bueno bueno, con mucha calidad, o el tradicional y barato chocolate Nestlé, que nadie lo pide, pero que cuando se trae a casa todo el mundo se pelea por él, porque está buenísimo. Y la madre se lo da siempre al crío más sacrificado y los otros rabian que te rabian por no poder comérselo. Bueno, eso de que el chocolate está barato tampoco es verdad, pero siempre se prefiere el verdadero chocolate a ese sucedáneo que hacen que es un asco y de tan dulce parece que te están desvirgando el paladar de lo malo que sabe. En fín, yo, con mi pequeña idea me doy por satisfecho, comer en un Burguer King un cráneo humano de chocolate relleno de nata. Una idea que ni a mi querido amigo, Hannibal Lecter, se le hubiese ocurrido. Primero una suculenta hamburguesa, de tamaño extragrande, y que le den a Zapatero por el culo, o un Long Chiquen, y ¿quién dice miedo a la gripe aviar?, luego unos aritos de cebolla, y por último un corazón de gelatina de membrillo en un cráneo de chocolate con leche. Ummmm.
....
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo 18/02/0713:38



  • Chocolat Noir.
Se desplomó cansado sobre el escritorio, había sido un día duro. Aun así, abrió su diario con desgana furiosa y buscó frenético su pluma como busca el asesino pasional una improvisada arma del crimen. Se detuvo un segundo frente a las hojas para ordenar sus ideas, después comenzó a apuñalar el papel con la triste crónica de un día menos:
“14 de Febrero de 2007. San Valentín sin Bombones.
Miércoles. Miércoles. Miércoles. Miércoles. Esta semana se resiste como un pulpo agonizante. Todos los días se han levantado con bruma. Una niebla densa y pesada, de consistencia casi sólida. Como un vasto pantano blanco y espectral. No me gusta, parece que el tiempo no transcurre cuando hay bruma. Hoy ha sido una mañana fría con la luna por testigo. He vuelto a atravesar el sórdido callejón que me lleva a la oficina, rodeado de silenciosos desconocidos uniformados de gris y negro; todos viajamos como un legión de cadáveres entre la niebla, una fantasmagórica procesión de caricaturas humanas encadenadas a la rutina.
Miércoles. Miércoles. Miércoles. Puta mierda. Al menos trabajando te olvidas de la apatía, pero la noche trae con la oscuridad la más habitual de las desidias. Así que aquí estoy, otra vez, supurando secretamente tonterías sin ningún objetivo concreto y con la esperanza de que dando forma a las sensaciones logre identificar la fuente de la apatía. Pero no lo conseguiré. Hace tiempo que el chocolate perdió su dulzura para mi, ahora solo noto el recuerdo de su amargor en mis labios, y sin embargo... aun sigo queriendo más.
Hoy es una de esas noches en las que me gustaría atravesar los fríos pasillos de mi solitaria mansión con la única compañía del sonido de mis pasos sobre el mármol, llegar frente a los ventanales de mi despacho y sentarme en el sobrio sillón, color sangre, con un copón de cherry en mi garra zurda. Destaparía distraídamente el panel secreto de uno de los brazos del asiento y dispararía el cañón disruptor, -de fabricación propia- para provocar un precioso selenoclasmo. Miraría con ojos brillantes como el cuerpo celeste es desmembrado por terribles explosiones y como sus restos se precipitan a la atmósfera. Los fragmentos, como lágrimas meteóricas, caerían regalando impresionantes estelas de fuego. El firmamento se iluminaría súbitamente en plena noche para robar la luz a las estrellas, y luego... solo quedaría profunda oscuridad.
Finalmente, las mareas anegarían las costas, los continentes serían tragados por la mar, la tierra sería ahora más pequeña que mi tristeza, y yo me iría a la cama satisfecho por haber privado a los amantes nocturnos de la luz de la Luna.
Das alte Leid.”

Revontulet 19/02/0717:49




  • Propiedades curativas.
¿Eso que llevas ahí es chocolate, tron? Se ha sobresaltado. Al preguntarle una segunda vez, porque me mira sin decir nada, otro se acerca y dice que qué pasa. Olvido siempre la distancia venerable que me separa de generaciones más jóvenes y estos lo son de una muy reciente. Antes de interrumpirles, estaban alardeando los dos de motocicleta frente a la puerta de un local nocturno de copas para llevarse al huerto a sendas mozas, en excelente estado de salud ambas a juzgar por el montón de carne que enseñan. Escucho música, que no identifico, sólo si la puerta se abre para que pase gente, el sitio está animado, bulle de clientes. Yo desentono incluso fuera, tergal marrón, hilo morado y zapatos negros. El negocio está en una plaza que distribuye tres grandes vías de tráfico, el resto es zona verde. Voy de camino a casa a pie con la autoestima lesionada, no es mi ruta habitual, pero la conozco. Sufro por culpa del amor, me gustaría sentir un estímulo que me alivie, un lenitivo, deseo algo de chocolate.
He logrado entablar un inicio de conversación con los dos tipos, uno tiene chocolate con toda seguridad, vi cómo lo sacaba envuelto en papel de aluminio para ofrecerlo a las chicas y luego lo ha vuelto a guardar en el bolsillo de la camiseta con intención de que se note. Ellas han perdido la prudencia sintiendo que sus acompañantes dominan la situación y se acercan, una me toca incluso el brazo con un dedo mientras se cerciora de que mi presencia es real, me lo preguntará varias veces con respeto, aunque sé que sin tomarme en serio, antes de confirmarle a la otra que no soy una aparición. Estoy decidido a conseguir el chocolate y largarme, cuanto más pronto llegue a casa mejor, pero antes de dormir tengo que meterme chocolate en el cuerpo o pasaré una noche terrible. Desconozco cómo se consigue comprarlo a estas horas de la noche.
Resulta que la máquina del individuo que tiene el chocolate es un ciclomotor Yamaha TZR 50, imposible de identificar porque le modificaron completamente el aspecto, no les gustaba el carenado de serie y el que lleva ahora es de fabricación casera, además, el motor ha sido rectificado hasta la exageración, no quedan rastros originales ni marcas, la pintaron de nuevo a mano usando sólo el verde, el negro y el amarillo. Me va a contar el tipo la fuga completa, a los mandos de semejante portento, de la furia que se desató en otro conductor a causa de un pique en el semáforo. Encontraré más adelante su explicación llena de interés, está cargada de matices muy bien detallados y la acción sorprende por electrizante. Pienso que en su momento ojalá hubiera seguido con atención todo el desarrollo, pero en ese instante vengo yo de confirmar apenas hace un rato mi total y definitiva ruptura matrimonial, así que se me va de vez en cuando el santo al cielo.
Los cuatro perciben mi alelamiento y se preocupan. Casi les cuento mis penas, aunque en último término consigo eludir explicaciones largando superficial. De pronto, por ese motivo, sufro el castigo que se da a los que no son sinceros. La conversación pierde naturalidad y estoy a punto de quedarme sin chocolate. Me desespera la idea, trato de improvisar una justificación que me brota torpe, una de las chicas levanta dudas acerca de mis intenciones insinuando que podrían ser las de un viejo rijoso. Ruego en ese caso piedad, pero que esta noche, si eso la tranquiliza, traigo poco de lo segundo y mucho de lo primero por circunstancias que, tediosas, mejor evitar. Me tienen dos horas de interrogatorio hasta que coinciden conmigo en lamentar mi triste y confusa situación. Por fin, me pregunta el tipo de la moto que yo en realidad qué es lo que quiero. Le señalo de forma inmediata y sin ninguna clase de disimulo con el dedo índice la tableta de chocolate que sobresale del bolsillo de su camiseta. Me lo da, es de la marca Crunch, podría ser mejor pero no me quejo. Adiós. Habrá más mujeres, dice el tipo de la moto mientras me alejo. Nos reímos todos por el tópico.

SEMENTERIO 20/02/0705:35




  • La tata Consuelo.
La tata Consuelo era oronda como una mesa camilla, y tan confortable también, y tan acogedora. Me había criado a sus pechos, como decía ella. Mi madre, endeblucha y canija cuando yo nací, no pudo amamantarme, y tata Consuelo, que estaba ya destetando a mi primo, lo hizo por ella.
Mi tía Consuelo y Luisa, mi madre, eran uña y carne. Vivían a dos manzanas de distancia y yo me crié casi más con mis primos que con mis hermanos. Su casa era para mí un refugio, un oasis de risas y música, porque mi tata siempre cantaba, y no se le daba mal. Cantaba al estilo de la Jurado o de la Piquer, aquellas dramáticas coplas que rasgaban el aire recalentado de las tardes de verano y que todo el patio de vecinos se paraba a escuchar. Aquellas coplas a veces también animaban las reuniones familiares, salpicadas de risas, bailes, chistes… mi tata Consuelo era una fiesta, y yo la adoraba.
En mi casa el ambiente era muy distinto. Yo creo que mi madre estaba tan delgada por la mala vida que mi padre le daba. Nunca le vi maltratarla, pero cada cierto tiempo le observaba a mi madre un ojo morado o la veía llorar a escondidas. Yo, con mi inocencia de niño, no sabía qué pasaba. Sólo años más tarde, después de que papá muriera, mi tío Antonio me lo contó todo. Y me contó aquella vez en que mi tía Consuelo se enfrentó a mi padre, cómo se plantó delante de él con su enorme cuerpo desafiante, y como mi padre agachó la cabeza y prometió no volver a hacerlo más. Y creo que desde ese día casi cumplió su promesa, o al menos tuvo más cuidado de no dejar marcas.
Así que yo me escapaba de las lágrimas y de las palabras hirientes de un padre que llegaba borracho día sí, día también, y me refugiaba en casa de mi tata Consuelo.
Después de morir mi padre, mamá empezó a engordar y a parecerse cada vez más a su hermana. Se volvió alegre, juerguista…Las dos hermanas, viudas, y una vez criados los hijos, se dedicaron a viajar y a divertirse. Hasta que un día Consuelo empezó a sentirse mal. Se resistía a hacerse un reconocimiento en condiciones porque nunca había creído en los médicos, pero llegó un momento en que no hubo más remedio. El médico le preguntó a mi madre si su hermana querría saber toda la verdad, mi madre, conociéndola, sabía perfectamente que sí, Consuelo era valiente y no había cosa que odiara más que las mentiras. Así que el médico le habló claro, le diagnosticaron un cáncer y le dieron tan sólo unos meses de vida.
Pocos días después, una tarde, mi madre me llamó a casa. “Paquito, ven, que tu tía te tiene que hacer un encargo”. Yo acudí rápido, temiéndome lo peor, pero cuando llegué me las encontré a las dos muertas de risa.
- Paquito, cariño, tengo un antojo, quiero probar el chocolate antes de morirme.
- Pero tata, con lo gorda que estás… -aduje yo, medio en broma, sospechando que no se trataba precisamente de “ese” chocolate.
Así que ahí estaba yo, yéndome a toda prisa al barrio menos recomendable que conocía a buscar el preciado alijo.
Aquella tarde fumamos los tres, y nos reímos como nunca nos habíamos reído. La tata Consuelo estaba feliz, como una niña chica, con sus relucientes carnes temblando a cada nuevo ataque de risa.
Quiero recordarla siempre así, aquel día en que el “chocolate” la hizo retroceder a su infancia, a esos momentos felices y despreocupados, cuando no importa el futuro, cuando nos creemos inmortales…

ANNNIA 20/02/0718:39




  • Tomasa.
Tomasa era la negra linda de la plantación, de crujiente delantal blanco sobre pulcro algodón rojo, “Amapola”, como solían llamarla los lugareños, acostumbrados a los tintes coloridos de la niña.
No se sentaba plácida sobre el porche, que tenía ambas manos ocupadas en amasar el plumón recién arrancado de las aves del corral, intentando sin conseguirlo separar las más suaves, de las de caña picajosa y poco adecuada para almohadón fino. Atrapaba en sus carrillos hinchados la carcajada de pura alegría que estaba a punto de escapar de sus dientes revoltosos y aserrados, hasta que ya no pudo más y soltó una rotunda y trotona risa.
Se comenzaron a escapar entonces, como si tuvieran voluntad propia, las plumitas más ligeras y blanditas que tan afanosamente se había dedicado a atrapar en su delantal. Pero cuanto más era su empeño, mayor risa le entraba, así que dejándose caer sobre la tarima del porche, se llevó ambas manos a la boca entre sonrisa sofocada y verdadero horror al ver, entremezclados con las plumas que rápidamente la abandonaban, diminutas perlas tostadas fruto de su risa jocosa y el dulce chocolate que todavía, en su boca, saboreaba.
“Serán las plumas más dulces que jamás hayan salido de esta casa” pensó la negra Tomasa, mientras enjugaba de nuevo, entre sus manos canelas, las plumas blancas. Y como si de una bendición se tratase, confeccionó con aquellas risueñas plumas, de agradable aroma, un precioso cojín todo lleno de colores. Verde y marrón y rojo amapola, como no podría ser de otra forma, y amarillo limón y azul mar y rosa. Era todo el del más suave algodón, con los apliques de lino y tafetán y algún que otro de seda.
Y como no podía ver el cojín sin que la risa le brotase de los labios, decidió la niña Tomasa, que para ella se lo quedaría. Que muy pocos se pueden dar el lujo de disfrutar de un cojín lleno de plumas risueñas como aquel. Así que desde entonces se lo lleva al porche y lo deja sobre el suelo, donde se sienta, y mientras se deleita con la dulce amargura del chocolate-café, pringa las plumas blancas de perlas canela.
Y sigue pensando “Serán las plumas más dulces que jamás hayan salido de esta casa”, mientras no deja de sofocar su risa.
Por eso, siempre que me voy a acostar, lo hago con especial deleite, y siempre, cada noche, antes de dormirme, espero paciente y escucho la risa sofocada de las plumas encerradas en mi almohadón, bendecidas por perlitas negras de la alegre Tomasa.

YUYUWANA 21/02/0720:39




  • El rey del cacao.
El general Azumbre se dirigió hacia el guardarropa que había a la entrada del Palacio de la Ópera, donde tres de sus soldados ya estaban dejando las armas con mucho ruido y vocerío. Uno abrió su casco y, del lugar en que hubieran debido estar los sesos, sacó un cañoncito portátil con su mira de precisión y todos sus avíos completos, y lo hizo rodar por encima del mostrador con una risotada que asustó a la chica del guardarropa. ¿Dónde escondía, entonces, la masa encefálica aquel bergante? Porque aunque no le sirviera para pensar, al menos debería tenerla para poder obedecer… Buena pregunta, pero era un misterio.
Azumbre llegó a la altura de Benson El Verde y Yahna que estaban apartados mirando a los soldados, y se detuvo. Un olor intenso a chocolate se esparció alrededor: el general comía habas tostadas de cacao; las sacaba de una cartuchera de su cinto, las estrujaba entre los dedos, les quitaba la corteza y las mordisqueaba con placer. Tenían que estar muy amargas pero él no parecía notarlo, miraba distraído a Yahna que también estaba comiendo una barrita de chocolate con leche y se había manchado los labios. La muchacha se veía verdaderamente frágil a su lado, se asustó y se atragantó.
—¡Tosa, tosa y escupa! Le sentará bien—le dijo despreocupadamente el general Azumbre—. Esas chocolatinas son una bazofia que le soltará la tripa y hará que le salgan granos. ¿Quiere usted del mío? Este sí es natural —y le ofreció un puñado de habas tostadas en su manaza enguantada de hierro. Se volvió a Benson y le habló de un modo que quería ser casual y cortés—. Yo le conozco, joven. Usted es el soplón que han colocado los agentes de la Espaciovigilancia en la taberna de Cannas, ¿verdad? No lo niegue, no se moleste en decirme que usted es un músico que ha llegado a Cannas en busca de aventuras porque yo comparto confidentes con la Espaciovigilancia y tengo muy buena información sobre usted —sonrió con suficiencia.
»Me han dicho que es usted un portento, que es medio hombre y medio planta y que no necesita respirar, pero ya veo que sí respira usted —se inclinó y le observó tan de cerca que Benson olió el cacao agrio entre sus muelas cariadas y se echó atrás con cara de pocos amigos. El general notó su enfado y echó una sonrisa marrón—. Es usted valiente, joven Verde, me pone morros ¿eh? Es una pena esa vida que lleva en Cannas, una vida inútil de soplón, de rata de alcantarilla, durmiendo de día, vigilando de noche, husmeando en las cosas de los demás, corriendo de acá para allá siempre seguido por los espaciovigilantes que quieren que les cuente usted su ración de cotilleos diarios.
»Yo le ofrezco otra vida. Usted puede ser libre en un mundo nuevo que estamos preparando para que sea el paraíso, lo más bonito de toda la gran frontera, de todo el cinturón exterior de los mundos conquistados. Es un planeta con mucho terreno en la franja tropical, con un clima suave, una vegetación salvaje, animales libres, aguas mansas, mares limpios con playas blancas… No hay riquezas pero se está allí tan bien que el que va siempre quiere volver.
»Únase a nosotros, ayude a civilizar la zona, eche una mano con las plantaciones nuevas y tendrá usted un pedazo de tierra en el paraíso. Será usted el rey del cacao.
»Estas semillas son de allí. Nunca ha probado usted nada tan rico. Tome un poco; le dará fuerza, ánimos, nueva vida, y le conquistará como nos ha conquistado a todos nosotros

BLANKA-L 21/02/0722:55




  • Y el chocolate se hizo mujer.
Desde las alturas parecía una estepa árida. Ante aquella visión, con las colinas al fondo, sonrió. Cogió la chocolatera y tras remover su contenido, lo vertió.
El chocolate, trazando una cascada, se derramó por aquella meseta. Así nació el río, primero lago en el vientre, después un cauce que avanzaba hacía aquellas montañas, coronadas con las tiendas rojas de sus pezones, luego avanzó hasta el cuello y allí se convirtió en un delta, en un mar oscuro rompiendo contra su barbilla.
Al calor del río de chocolate, la mujer se estremeció, abrió los ojos y al sentir la mirada de deseo sonrió. Sus piernas se abrieron sobrecogidas y deslizando desde el vientre su mano sobre el bosque de su sexok, entornó los labios en una señal... Y el río cambió de curso, y fue torrente que inundaba su oscura y húmeda feminidad.
Y viéndola gemir y estremecerse, plena de vida, supo el creador que su obra era buena.

negroyblanco 22/02/0700:08