viernes, 13 de abril de 2007

CCXC.- La vanidad

TINTERO VIRTUAL Nº CCXC: LA VANIDAD
Reiterome:
¡Vaya! ¡Vaya! ¡Vaya! Después de cuatro años, diez mil relatos colgados, nueve mil ochocientos veinte y cinco veces en el tintero del cero, ¡¡¡por fin he ganado un tintero!!! Todas las gracias del mundo para aquellos que me han votado y, si se descuelgan por Sevilla, invitados a enormes raciones de lonchas finísimas de jamón lagrimante de grasita serrana, olor a bellota y jabugo, entreverao y que cuando se apoya en la lengua, le absorbe toda la saliva y la envuelve en ese aromático placer, único en el mundo, de un CINCO JOTAS degustado por un paladar que levita al paso de las lonchas cortadas como virutas de gloria, en blanco y cárdeno.
Posteriormente, se acompañará de guiso de lomo al ajo cocido en vino de Jerez y finalmente un revuelto de langostinos con setas de cardo. Todo ello regado con sus correspondientes manzanilla fría para el jamón y Vega Sicilia del 96 para el resto. De entrada cerveza Cruz Campo rubia y fría como corresponde a una bella mujer.
Y como tema, dado que me encuentro entre nubes y enmarcando en oro el relato premiado, propongo LA VANIDAD en cualquiera de sus aspectos para tema siguiente.

INCONGRUENTE1 06/04/0715:06




  • El Colegio.

Casi no me atrevía a tocar el piano. Yo, el primero en sacar pecho, el primero en tocar este misero clavicordio de mis narraciones, en verdad más bien armónica de vagabundo que sonora arpa, y más bien chirriante flauta de Marcias que espléndida lira de Apolo. Pero alguien tenía que ser el primero, el primero en el frente de batalla, según Fredd Zinneman en La Carga de La Brigada Ligera el general es un estupido que no ataca, cuando hay que soltar los caballos y galopar hasta ellos antes de que disparen sus cañones a mansalva. Aquí el primer fusilado de la guerra, el primer acribillado a balazos, el imprudente que quiere ejecutar un salmo y sólo sale de su teclado una cancioncilla, una chorrada, el aprendiz de mago que quiere ser como su maestro, el Micky Mouse que desata la apoteósica inundación. ¿Cómo no iba a ser yo el primero?, aquí un gilipollas para servirles a ustedes y a la causa del tintero. Y he aquí mi relato: Sesenta chavales en un colegio de curas, septimo o sexto de E.G.B., tiempos en los que los chavales no teníamos nada, ni centros comerciales, ni cines, ni dinero, ni nada, y feroz competición en la que nos metían los hermanos de la Congregación. Oprobio de muchacho débil en un correccional de pago, chulería de niños gestapo, delicuentes juveniles en potencia, colegio cárcel, colegio manicomio, escuela de terrores continuos, colegio campo de concentración. Clase de gimnasia, estribaciones de una ya perdida para siempre adolescencia, hay un verso de Kavafis que dice que regresará, en fín clase de gimnasia y carreras en el pequeño patio de la escuela. Primera carrera, salgo mal, esfuerzo inaudito por llegar a las primeras posiciones, primer fracaso, quedo muy atrás de las hermosas bestias. Agotamiento y extenuación. Segunda carrera, vuelvo a salir mál, todos me van dejando atrás, soy lo más débil que ha existido, no me llevaré la medalla. Tercera carrera, duelen los músculos como serpientes de lujuria, tiemblan las carnes y el sudor es un manto de fragante humedad, chorrea por la espalda, por la frente es un pájaro bellísimo, vuelvo a perder la carrera, vuelvo a quedar entre los últimos. Cuarta carrera, Dios, he salido bien, Dios, estoy soportándolo, Dios, he tomado bien la curva, Dios, Dios, Dios, Carlitos Cifuentes se tropieza conmigo, Dios, Dios, Dios, vuelvo a llegar el último. Vanidad de Vanidades, todo vanidad. He podido ganar esta carrera, podía haber llegado el primero, joder, podía haber sido como los Dioses, podía haber salido a hombros, por la puerta grande, como los buenos toreros, con los chulos y los fuertes, Dios, qué placer siempre el de la Victoria, aunque sea sobre los parapléjicos, pero Carlitos Cifuentes estaba ahí, incólume como un fardo de harina, rotundo como columna de gránito, tropezando en la vuelta, quebrándome la victoria, Dios, Dios, Dios, podía haber ganado, esta vez sí, esta vez podía haber triunfado. Que le corten la cabeza a Carlitos Cifuentes. Quinta carrera, vuelvo a llegar el último, me han jodido la vida para siempre. Vanidad de vanidades, todo es vanidad.
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Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo 08/04/0713:48




  • ¿REFLEJOS? Dedicado a María Zambrano.
Sentado en el sillón de su escritorio, esperando la llamada de su editor, Mario vuelve a leer las maravillosas referencias que de su último libro hacen críticos y lectores. Sonríe con suficiencia y, dando un ágil salto, se levanta y va hacia su habitación. Enciende las luces y, colocándose en el centro, gira sobre sí mismo, reflejando su figura colmada en grasa y vacía de cabello en los espejos que forman las paredes y techo de su santuario. No importa la figura, solo el personaje; levanta su mano derecha haciéndola moverse como bailarina mora.
-Ja, ja, ja- suena la carcajada en el silencio de la habitación- ¡y solo tienen un libro mío!. ¿Qué harán y dirán cuando les presente toda mi obra, aun por escribir?- gira de nuevo y dejándose caer sobre la cama, su carcajada suena atronando el dormitorio, al mismo tiempo que la música de su móvil se deja oír entre risotadas. Es como si su editor hubiese esperado a que él terminase la petulante y engreída escena.
-¿Dime?- enciende un cigarrillo mientras oye a su editor -bien, esta tarde a las cinco la rueda de prensa- aspira el humo de su vanidad y lo suelta formando voluptuosas pompas de efímero blanco que se disuelven en la atmósfera de su salón casi antes de salir de sus labios -¿en el salón de actos de…? ¡Ah! Gracias, llegaré diez minutos antes- y apagando el móvil, se reclina ufano en el sillón de sus verdades.
A las cinco menos diez Mario aparece en el hotel. Su editor se acerca a él antes de entrar y, cogiéndole por la manga de la chaqueta, lo lleva hacia un lado.
-Mario, todas las preguntas ya se han acordado y la duración de la rueda de prensa también. Intenta ser lo más escueto posible, no es bueno promocionalmente que en esta primera rueda sueltes todo; hay que reservar algunos detalles para otros momentos que han de llegar. Y, ahora, vamos dentro.
Sentado junto a una mesa en un estrado que preside el salón, espera las preguntas. Según le llegan, Mario va contestando con lentitud, embelesado oyéndose a sí mismo. Hacia la media hora, su editor interviene
-Las dos últimas, por favor.
-¿Por qué escribe?
Mario se regodea en la respuesta. -Escribo para defender la soledad en la que habito. Solo salgo de ella cuando tengo algún secreto que contar. No escribo para hacerme inmortal, como ya se ha dicho, lo hago para hacer inmortal los secretos que cuento en mis libros. Perdurarán mis libros, no yo.
-¿Para qué escribe?
-Para librar a la gente de la cárcel de la mentira, del tedio y de la ignorancia. Finalizada, sale rápidamente del salón, como huyendo de ser el objeto de atención de tantas personas. Una mano se apoya en su hombro y le detiene. Vuelve la cabeza para encontrar fijos en él los ojos de su padre que, sonriéndole, le empuja hacia la calle.
Se sientan en un bar.
-¿Realmente piensas así?. No es este el hijo que yo eduqué.
-Padre, a veces la vida te hace hinchar la apariencia para poder ocultar el vacío interior- y agacha la cabeza no queriendo mantener la mirada de su padre.
-¿Y la soledad que has elegido? ¿Y los espejos, también son disfraces que ocultan tu verdad?
- No. Me rodeo de espejos no para reflejar en ellos mis muchos egos, sino por miedo a la soledad. Escribo más para desahogar la soledad en la que vivo que para desvelar los pocos secretos que pudiera tener.- le coge la mano y con la mirada en la mesa sigue –cuando me falla la inspiración, que es casi siempre, mi vanidad hace que busque en los secretos de los demás; no podría soportar defraudar a mis lectores.- en ese momento levanta la mirada -Ahora debo irme, mañana tengo que entregar mis comentarios a la maquetación de mi nuevo libro. Te llamaré cuando termine.- Sin esperar respuesta, se levanta y se marcha. Mientras camina alejándose de la mesa donde su padre ha quedado sentado, en sus labios se dibuja una extraña sonrisa, encogiéndose de hombros.

INCONGRUENTE1 08/04/0717:46




  • "Fábula milesia y apóloga. Las seis faltas de ortografía."
Lucía un sol de ésos que sólo ciegan ojos azules, grandes y hermosos. El rey asistió a la ceremonia de entrega de premios en el Palacio Occidental haciendo extraños guiños y sin poder apreciar los detalles del insigne acto, porque la luz del sol le daba directamente en los ojos. La princesa de la Isla de Francoterra había acudido con la esperanza de que el rey se fijase en ella. No sólo aspiraba a convertirse en reina alguna vez. También anhelaba el amor romántico como cualquier doncella ingenua, cándida y esperanzada. No era la primera vez que la princesa Brisálida seguía los pasos del rey con la callada intención de llamar su atención y que éste reparara en ella y sus innumerables encantos.
En pasadas ocasiones, la princesa había acatado los recursos fáciles de seducción. Aquellos que sobra citar por manidos y estereotipados. Para no equivocarse una vez más, consultó a la dama de honor de las hermanastras del rey qué cualidades valoraba más Su Majestad en las personas en general, y en las mujeres en particular. Esta educada mujer de la corte le respondió que el soberano no soportaba la desidia, el descuido y la incuria en el uso del lenguaje. Añadió que padecía al respecto una acérrima misoginia, ya que consideraba que las mujeres hacían peor uso del lenguaje que los hombres. Por eso se explicaba que tanto los hombres como las mujeres de su séquito guardaban absoluto silencio ante su presencia por temor a ser reprendidos si se les trabucaba la lengua, se les embarullaba el habla y acababan pegando una imperdonable patada al diccionario.
"¡Ya lo tengo!¡Ya sé qué haré para seducir al rey" - pensó la princesa.
Al tercer día de la entrega de premios, estaba prevista una cena ceremonial en el Palacio Occidental como colofón a los actos de los Juegos Florales XXXIII a los que habían acudido poetas de todos los lugares y confines del reino.
Tras la cena, se celebró un baile de máscaras y disfraces. La princesa se situó estratégicamente detrás del rey. El rey no se había percatado de su presencia. Ella dijo en voz alta y de falsete, escudándose tras su máscara:
- "Soy de las que creo, digo y pienso de que por haceros de reír soy capaz de montar un numerito que os deje patilifuso ya que vuestro pasivismo me causa honda inominia"
El rey al escuchar esta sarta de sandeces que el sentía como un grave atentado al léxico y a las elementales reglas gramaticales, se giró hacia la princesa. La bella muchacha, quitándose la máscara que cubría su rostro, y ésta vez sin impostar la voz, exclamó:
_ "Creo que lo correcto sería decir: Soy de las que creen, dicen y piensan que por haceros reir, soy capaz de montar un numerito que os deje patidifuso, ya que vuestra pasividad me cubre de ignominia. No obstante, la audacia que ha mostrado la dama que se acaba de marchar corriendo, me parece una vil ostentación de vanidad e insensatez, Vuecencia. Más le valiera guardar silencio y aprender gramática."
El rey, deslumbrado e impresionado por la sagacidad y la belleza de la princesa, quiso conocerla y fue así como la princesa demostró que si bien el empleo de la Gramática General es necesario y conveniente, más lo es manejarse en la habilidad y el dominio de la Gramática Parda, que otorga astucia y picardía al iletrado y disimulo y apariencia al inculto.
El rey se enamoró de la princesa. Contrajeron esponsales. Fueron relativamente felices y no comieron perdices porque la princesa era vegetariana. Colorín, colorado esta fábula milesia y apóloga se ha acabado.

gemmayla 09/04/0717:01



  • La mampara.
Tengo un tío por parte de padre que se pasa por el forro el sentido común. Basta que algo sea “lo normal” para que él haga lo contrario. Con decir que ve la tele al revés; no, por detrás no: lo de arriba abajo. “Como el mundo va de cabeza, mejor escenificarlo”, dice el muy fatuo.
Y lo orgulloso que está. No hace muchos meses la ministra de Sanidad decidió que no se podía fumar en lugares cubiertos. Pues mi tío ha comenzado a fumar. “Pero si tú no has fumado en la vida”, le dice la tía Agustina, su mujer y madre de mi primo Roberto. Bueno, pues le da igual, el caso es presumir de original. Y hasta qué extremo lleva las cosas que ha dividido la casa con mamparas de cristal. A un lado los fumadores, o sea, él; al otro el resto de la familia: o sea, su mujer y su hijo, mi primo.
Mi tío fuma durante las comidas, aprovecha el espacio entre el primero y segundo plato y da un par de caladas, a pesar del reproche de la familia. “Se te llena el estómago de humo y la comida se digiere peor”, le dice su mujer, o sea, mi tía. Pero a él le importa poco. Dice que con un ajo masticado en crudo se contrarresta el efecto del humo.
Cuando fuma un cigarro puro mi tío se aísla detrás de la mampara. Es triste verlo toda la tarde del domingo pendiente de la radio, porque mi tío oye el fútbol en directo. Si va ganando su equipo fuma relajado, si pierde da mordiscos al cigarro como si fuera un palo de regaliz.
Nosotros hablamos con él a través de la mampara, por un sistema de micrófonos que hemos montado. Como el de las cárceles o las ventanillas de RENFE. A veces no nos damos cuenta y hablamos alejados del micrófono. Entonces parecemos peces moviendo los labios y echando burbujas tras la pecera. No nos enteramos de nada hasta que nos acercamos al micro. Así es muy difícil discutir; en eso hemos mejorado la convivencia.
Y mi tío se enorgullece de que ha resuelto el problema de los fumadores pasivos. Y quiere extender el sistema. Se lo ha ofrecido al Ayuntamiento para el plan de viviendas de protección oficial.
-Están en ello –dice con orgullo.

ANDRESNIPORESAS 10/04/0712:35




  • SE LLAMABA CEFERINO.
La apostura que le faltaba era más bien toda y la que el uniforme le prestaba muy escasa. Ella lo vio llegar así, tal como era, achaparrado y tirando a fofo, calvo gracias a unas fiebres tifoideas atrapadas cuando pequeño; blando de carnes, carrilludo, rositecino debido al vino y portador de un bigote que, aún queriendo serlo, no llegaba a mostacho y dejaba la cosa entre Stalin y Zapata; situando el intento entre Nietzsche y Einstein para dejarlo exactamente entre Groucho y el ridículo. Además, la solitaria e hirsuta ceja, que le cubría las lentes de concha como si fuese una marquesina o una visera, incidía de forma notable en la identificación con los modelos anteriores.
El conjunto arrojaba un halo de cachazuda bonhomía, junto a un puntito de la ternura propia de un osezno mezclado con algo de sórdida homosexualidad. Incluso desconociendo su nombre de pila, daban ganas de llamarlo Ceferino.
Ella lo vio venir tal y como era y, ni por un instante, se dejó engañar por el uniforme. Inmediatamente se le ocurrió imaginarlo -bien dispuesta como era- desnudo y corto de piernas, bajo y escaso de culo, generoso de panza y hombros caídos y dueño de una papada que se extendía más allá, mucho más allá del pescuezo. ¿Tendría pescuezo?. Talla cincuenta y seis por lo menos, pensó.
Y debió pensar bien: la cabeza troncopiramidal tenía la base justo sobre los hombros; era, lo que se dice, una cabeza bien sentada y, a ambos lados de ella, justo en la confluencia con los hombros, manaban dos bracitos que no sólo eran pequeños y desiguales, sino que eran delgados y frágiles, concluidos en una manitas cuyo detalle más vistoso era un reloj Casio y un anillo de oro bajo.
De la entrepierna para abajo, la sensación era la misma pero carente de refulgencias aparte los brillos del pantalón. Acaso por ello a ella se le antojó cómico, pero guardando cuidado de no entrar en hilaridad y estallar en carcajadas como parecería indicado ante apariciones de esta índole. Se limitó a observarlo, con alguna conmiserativa mirada eso es cierto, mientras se preguntaba el motivo de su orgullo y su vanidad, plantado allí, ridículo como era con esos aires de mariscal de campo.
No era su uniforme de bedel de cátedra, ya de por sí poco atractivo, ni tampoco los grises y dorados de la gorra que portaba lo que le conferían ese aire arrogante, ese sin sentido. Era algo más pero no el brillo de los ojos, apagados por las enormes gafotas, ni la tersura de su piel picada de viruela que asemejaba los cráteres lunares, ni mucho menos su hedor a colonia barata que intentaba tapar unas largas ausencias de contacto con el agua y el jabón y que dejaba tras de sí un aroma largo como la cola de una reina en el día de esponsales.
No. Era algo más profundo, algo más profundo que el lago de pobreza, miseria y grima que brotaba de lo más hondo de su persona lo que le hacía adoptar ese aire fiero y cargado de orgullo que provocaba que su desagradable voz se oyera por encima de las demás voces de la sala.
Era la vanidad que le otorgaba el hecho de haber ganado un devaluado concurso literario más cubierto de pena que de gloria.
¡Ah!... la vanidad. Era la vanidad.
Ella sonrío sin tapujos. Y sí, decidió que sí, que le llamaría Ceferino.
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Maruja 11.04.2007

Maruja_Peones 11/04/0712:47



  • Sonchexuel y la libido de la marrana.
No es que fuera gran cosa la marrana, aunque había mejorado mucho desde que Marutzi la trajese hasta la granja allá por el mes de abril, pero en los últimos tiempos no dejaba de rondarle por la cabeza que algo iba a suceder. Algo malo, claro. Y esto no los dejaba descansar en paz.
Sonchexuel le preguntaba cada noche antes de dormir a Marutzi como había encontrado los andares de la jamona entre el trigal. Y Marutzi, harta de contestar siempre lo mismo que el día anterior (entendamos: “pues ni bien ni mal, Sonchi, ni demasiado “curá” ni demasiado “engrosá”, pero siempre mu perdía entre el trigá) optaba por un silencio aborregado por mucho que sintiese sus carnes agitadas por el asir y el tirar de su machorro.
Pero como todo el mundo tiene un límite y Marutzi no quería descubrir el suyo, decidió observar detenidamente a la criatura, a ver si realmente le notaba algo extraño en el comportamiento y así encontrarse en razones con Sonchexuel o definitivamente desterrarlo hasta el camastro de la primera habitación de primos, desocupada desde que viniesen los parientes para celebrar difuntos.
Era blanquecita, oblonga pero atonelada, con patas cortas y rastreras terminadas en pezuñas bien formadas. Mirada por delante era concéntrica y reconcentrada, de ojillos de cochino malintencionado y ligeramente fatuo. Por detrás era otra cosa. De andares graciosos, incluso melodiosos con su clip-clop-clip. Lozana y merengadita. ¡Como dos cochinos, vamos!
Dejándose seducir por sus graciosos jamones, la siguió por entre el trigal, plantado y a punto de recolectar, sin que se le adelantase demasiado, por temor a perderla de vista, ni dejándose adelantar, no fuera la desconfiada puerca a pensar que la espiaban…
Fue de tal forma que descubrió en el sembrado vecino, otro cochino como no había igual. Era enorme, como un caballo pequeño, o un mulo, de patas impresionantes y transfiguradotas del lugar por donde hollaban. De porte papal, interesante sin querer aparentarlo, o así se lo pareció a la muy humana Marutzi.
Así de rápido se dio cuenta de los tejemanejes de su marranita, que puerca sería, pero no tonta y si muy hembra.
Aquella noche se lo comentó a Sonchexuel en la cama, antes de que le preguntase nada y para ventura del hombre que chingó cuando esperaba el destierro… Y con lechoncitos para la próxima primavera.
Y a otro lado a joder la marrana.

YUYUWANA 11/04/0719:06




  • Los otros relatos son una mierda.
Ven, lee estas líneas y olvídate del resto, sólo lo que yo escribo vale la pena. Dame a mí el máximo número de votos y reparte las puntuaciones más bajas entre los demás, así parecerás cumplidor. Tu cuento también da asco, mejor hubiera sido que no participaras esta semana en el concurso, pero ya te has presentado y esa bazofia tuya me mancha, ni aunque sólo sea por estar tan cerca de mis hermosas palabras, mis letras, mi texto sublime. No obstante, te perdono porque sé lo que se esconde en el interior de tu corazón. Ven, acércate, lee estas líneas si quieres que te lo explique, yo tengo el poder de encontrar lo que buscas. Has escuchado mi voz antes saliendo de tu propia boca, golpeando tus pensamientos y hasta duermes en ocasiones con el arrullo de mis canciones, pero me niegas, me niegas siempre. Nunca reconoces haberme utilizado cuando te he hecho falta y luego me encierras en ese rincón oscuro de la mentira y el engaño al que tienes por acostumbre ignorar, incluso mientras lo estás visitando en todo momento.
Me buscas, ya lo sabes, ven, lee, voy a explicarte cómo llegar hasta mí, aunque ya lo habrías descubierto hace tiempo si de verdad estuvieras interesado en tirar las paredes que te separan de la verdad. Hemos jugado desde el principio a este juego en el que intentas ganar la salvación de tu alma. Tratas de aparentar que no existo, te apartas y jamás impides mi paso si decido ocupar tu lugar cuando te sientes incapaz de mantener el pulso firme. Entonces, eres tú quien se pierde en las sombras, ojalá se pudran tus huesas en la oscuridad y no vuelvas más. Yo no te encerraré como haces conmigo, alimentando a una bestia que necesitas, tú a mí no me haces ninguna falta. Ven, lee, encuéntrame pronto, yo te pondré a mi servicio y serás feliz sometido a mis deseos. Ya me escuchas, sigue mi voz, vamos a mirarnos los ojos y dejaremos los engaños. Mi relato es el mejor, los demás son una mierda, no sé cómo has podido pensar otra cosa ni por un solo instante, pero son tus dudas, la indecisión que no soportas, lo que te lleva hasta mí una y otra vez. Ahora, siente el miedo y la vergüenza que te vuelven débil, te dejo leer de nuevo tus propias palabras y al acabar vendrás a mí, podremos reconocer tu cobardía cuando vuelvas a retomar mis palabras. Venga, te espero.
Dilo, di ya que mi relato es el mejor, espero que esta pausa te haya servido para echar un vistazo a los demás participantes, son como tú, incluso escriben peor, todos giran la cabeza al cruzarse conmigo, pero en realidad me buscan, no te cuento nada que tú no sepas. Luego, querrás apartarme, pero ya soy la voz que susurra en tu oído, tu boca ya habla con mis palabras. Esta vez me quedo, supero a cualquiera y, desde luego, soy mejor que tú. Puedes quedarte a limpiar mis zapatos o a quitar el polvo de mis hombros con un cepillo, alguna utilidad te encontraré. Te permito hacerme la pelota si quieres, ponte cascabeles en los pies y da brincos para mí, también alguna voltereta estará bien mientras una y otra vez lo dices en voz alta, lo aclamas, me admiras y repites y repites que soy el mejor. Me vas a dar tus votos, cómo no. Dame muchos puntos, todos los posible, y las migas que te sobren tíralas como se arrojan las inmundicias al ganado. No vas a poder evitarlo ahora sabes, a fin de cuentas, que yo soy tu vanidad.

SEMENTERIO 12/04/0700:04