viernes, 20 de abril de 2007

CCXCI.- El escarabajo de oro

TINTERO VIRTUAL CCXCI "Gratuíto y participativo"

Muchas gracias a todos! y disculpas por la tardanza. Sin embargo gracias a ella, pues he leído la sugerencia de Maruja me inspiro en ella para proponer algo un poco más concreto y que a la vez pueda sugerir muchos relatos diferentes:
"El escarabajo de oro"
Así quien quiera que se lo tome al pie de la letra, que lo haga, y a quien le sugiera cualquier otra cosa ¡bienvenido sea!
;)
Salud y paz
¡Animo y a escribir!!
pd. Espero que el 291 esté bien puesto

YUYUWANA 13/04/0718:00



  • "The Gold Bug" "Philadelphia Dolla Newspaper" (emulando a Edgar Allan Poe) I -

"El escarabajo del reloj de la muerte, el "Xestobium rufovillosum" es un escarabajo perforador de la madera cuyas larvas son xilófagas. Llega a medir unos ocho milímetros de largo. Presenta una capucha amarilla rojogrisácea sobre la cabeza y sus élitros. La plaga de la madera causa orificios de dos a tres milímetros, ¿lo ves?. Contempla esta bella madera de roble o esta otra de aliso. ¿Ves esa especie de picotazos, estas oquedades lisas y lenticulares?"
James, para empezar, no entendía un carajo qué significaban "xilófagas, élitros, oquedades, lenticulares.." Su padre, tan culto, tan versado en tantas cosas, parecía más un profesor universitario que un simple ebanista. Pero cuando acariciaba con aquellas rudas y rugosas manos la bella madera tallada de roble, abedul, olmo, pino...James entendía que el lugar de su padre era éste, el de el torneado y la taracea y no áquel, el de los latinajos y cultismos, el de los libros, el estudio concienzudo y las manos finas, delicadas, suaves, tersas. Su padre, sin duda, era el mejor ebanista de todo el condado.

Re: "The Gold Bug" "Philladelphia Dollar Newspaper" (emulando a Edgar Allan Poe) II
El padre de James seleccionaba escrupulosamente la madera. Si alguna pieza no le gustaba, la desechaba sin piedad, sin contemplación ni miramientos. A James le asaltaban a veces unas ganas enormes de salvar alguno de aquellos maderos destinados al sacrificio, "Éste para la carpintería. No apto para la noble ebanistería" - decía su padre y James callaba horrorizado, pensando que si su padre en vez de tratar con tableros lo hiciese con personas o animales, la despiada criba, la rigurosa selección rozarían el fascismo más inhumano.

"The Gold Bug"....III
Llegaban terribles noticias del frente y James temblaba cada vez que pensaba que podría ser llamado a filas. Por el momento se libraba. Trabajando en el taller de su padre, había perdido los dedos índice y medio de la mano derecha en un fatal accidente. El índice se precisa para disparar. El medio para hacer burla al enemigo, se decía James para aliviar la angustia vital que le carcomía el alma, tal como aquel maldito escarabajo del reloj de la muerte roía las maderas nobles destinas a las preciosas tallas de ebanistería." No me llamarán. No precisan de manos mancas." James odiaba tener que seguir obligatoriamente los pasos de su padre, pero ésto era mejor que pegar tiros a personas inocentes en un campo de refriega. Tampoco le era de mucha utilidad a su progenitor. Pero sabía que un aprendiz debe callar, escuchar, mirar con atención y dejar trabajar al experto y maestro. El padre de James había prometido que si algún día concluía aquella maldita guerra haría algo al respecto, una especie de acto simbólico para la posteridad. James ignoraba a qué se refería, qué tramaba aquel hombre sagaz, brillante y astuto como pocos. El ocho de mayo, "Día de la Victoria en Europa" mientras los aliados occidentales daban por finalizada la contienda y todos salían a la calle a celebrarlo, el padre de James sacó del bolsillo de su pantalón una funda de paño que contenía una diminuta figura refulgente. James no pudo reprimir su curiosidad y con la mirada interrogó a su padre. La respuesta no pudo ser más sorprende para el joven aprendiz. El maestro talló una diminuta hendidura en la madera de olivo e introdujo un minúsculo escarabajo de oro, que cubrió con masilla. El padre de James selló sus labios con el dedo índice extendido como rogándole que no dijese nada a nadie de aquello. James extendió el dedo índice de su mano izquierda. Ambos guardarían aquel secreto, aquel pacto de paz para siempre.

gemmayla 16/04/0712:42



  • Aventuras de Mateo
Esa noche llovía. El concesionario de la Crisler-Paka, todo acero pulido y vidrio azul, estaba ya cerrado y oscuro como la tinta. Las ráfagas de agua lamían la fachada con aburrimiento; allí no había nada entretenido: ni ventanas que abrir con crujidos siniestros, ni balcones donde remansarse y jugar con el barro de las macetas, ni cañerías de desagüe para bajar silbando a cien por hora como un fórmula uno, ni siquiera una triste gárgola de adorno que vomitase con melancolía… Allí sólo había cristales pulidos, y dentro sólo había silencio. Los mecánicos estaban en su casa, las máquinas dormían y callaban, el guarda de noche hacía un solitario en la garita y el gato se divertía jugando con las cucarachas, porque le gustaban mucho las cucarachas: las acechaba, saltaba sobre ellas cuando más descuidadas estaban, las despanzurraba de un zarpazo y se las comía. Buen provecho.
Pero en la oficina interior, Mateo el contable trabajaba a toda marcha. Le faltaban cien euros del balance, y sudaba y se afanaba contando hasta con los dedos pero no encontraba el error. Pobre Mateo. Era un hombre mayor, bajito y grueso, con treinta años de trabajo a las espaldas, que las tenía curvadas de tanto estar inclinado sobre la mesa; su pequeña calva aparecía roja de vergüenza, los pelos de la nuca todos erizados y las redondas gafas de oro patrullando arriba y abajo por los papeles en un esfuerzo para ver todos los datos al mismo tiempo. Su trabajo, aquella gorda bola de números de todos los días, era importante para él, no por nada sino por pundonor profesional y porque el dinero era importante. Muy importante. Sí.
Un rayo cortó el aire y un ruido horrible sacudió la carcasa de cristales del edificio hasta los cimientos.
Mateo se asustó y se puso en pie de un salto. ¿Qué había sido eso? Necesitó un minuto entero para volver a la realidad y darse cuenta de que sólo había sido un trueno.
En el silencio asustado que siguió, una moneda se le cayó del bolsillo y tintineó por el suelo.
Mateo ya había tenido bastantes pérdidas por esa noche. Gruñó y se agachó deprisa a buscarla. Eran sólo diez céntimos, una pequeña moneda dorada que sorteaba las patas de los muebles, pero el contable correteó detrás con sus piernecitas cortas… y ella se escondió debajo de la mesa con un contoneo burlón
—Plic plic plic —se rió.
El dinero era importante para Mateo. Estaba convencido de que él era una pieza de oro en el sistema económico, y que sus diez céntimos tenían todo el valor de diez céntimos sanos y buenos de pleno significado en el equilibrio de la masa monetaria nacional e internacional… y además se había reído de él… así que se puso a cuatro patas y la persiguió por todo el suelo.
—¡Ven aquí, bribona! —le gritó. La importancia de la moneda se hacía patente en que cada vez se iba volviendo más grande, más redonda, más dorada… tan grande como un cojín, luego como una rueda de bicicleta…
—¡Te pillaré, sinvergüenza!
Pasaron los dos corriendo por debajo de una silla, por debajo de la mesa, junto al borde de la alfombra, larga como una carretera, mientras que la moneda tenía ya el tamaño de un tonel de bodega…
—¡Cuando te coja, te fundo! —le chilló con vocecita de ratón a la moneda, enorme, enorme, que había tropezado en el umbral metálico de la puerta de la habitación y vacilaba.
Con un último esfuerzo Mateo saltó sobre ella y la empujó, la empujó, hasta que ella perdió la vertical y se cayó arrastrando por el suelo, con él encima como navegando en la arena dorada de una plaza de toros…
—¡Ya te tengo!
Y el gato, que observaba muy atento el nuevo especimen de escarabajo patrón oro, le echó la pata encima y lo atravesó suavemente con su garra central, que era la más afilada, y se lo acercó a los ojos para mirarlo bien, a ver si en definitiva iba a ser comestible, o mejor no.

BLANKA-L 15/04/0716:07




  • El Regalo de Sofía (en honor a Gerald Durrell)
Aquel día me había levantado temprano y después de tomar un copioso desayuno, me llené los bolsillos de galletas, cogí mi macuto, mi lupa y otros enseres necesarios, y salí dispuesto a explorar los campos adyacentes a la nueva casa. Mi perro Timoteo correteaba a mi alrededor agitando su pequeña cola, demostrando así su alegría por esta vuelta a nuestras costumbres expedicionarias a través de caminos frondosos o escarpados, repletos de tesoros ocultos que con un poco de suerte servirían para agrandar mi colección cada vez más completa y numerosa. Claro que de esto último mi familia no sabía apenas la mitad, pues recientemente había tenido un pequeño altercado con mi hermano Lorenzo cuando me olvidé de sacar los escorpiones de su caja de lápices.
Haría más de media hora que caminábamos, cuando distinguimos a una anciana sentada a la puerta de una pequeña casita blanca, nos invitó a acercarnos y después de presentarnos educadamente abrió en nuestro honor una hermosa sandía que relucía bajo los rayos del sol. Estaba sediento por la caminata y me supo a gloria aquella jugosa fruta de la que di buena cuenta. Mientras, la anciana Sofía, que así es como se llamaba mi nueva amiga, había estado observando mi pobre equipo de naturalista y después de hacerme un guiño con su ojo derecho desapareció en el interior de la casa. No tardó en aparecer de nuevo con un pañuelo un tanto mugriento que depositó en mis manos con mucho cuidado. Abrí poco a poco aquel extraño regalo y cual no sería mi sorpresa al encontrar en su interior un precioso y brillante escarabajo dorado. Había sentido algún comentario a mi profesor y mentor en la isla, a cerca de este rarísimo espécimen que muy pocos naturalistas habían logrado contemplar pero, nunca habría llegado a imaginar que conseguiría tener uno entre mis manos y menos aún de aquella manera tan fácil.
Le di las gracias a la vieja Sofía y eché a correr en dirección a mi casa con el insecto bien asegurado en el fondo de mi bolsillo. Mi hermano no estaba a la vista y mi madre se hallaba en la cocina organizando el menú del mediodía, así que llegué a mi habitación sin contratiempos. Allí comencé un estudio exhaustivo de todas mis pertenencias a la busca y captura de un recipiente adecuado para mi nuevo huésped, después de lo infructuoso de mi esfuerzo me decidí a continuar la búsqueda en el estudio de mi hermano que en ese momento se encontraba vacío. Lorenzo era muy aficionado a coleccionar cajitas y sus amigos le enviaban algunas muy exóticas desde los diferentes países que iban visitando; entre ellas divisé una de madera y con apariencia oriental, cuyos laterales reproducían una celosía en miniatura suficientemente espesa para que no pudiese escapar mi nuevo invitado. Una vez el escarabajo dentro y la caja colocada en sitio seguro, lejos de la nariz curiosa de Timoteo, me dediqué a esperar impacientemente la llegada de Hércules Arístides, un erudito sabio naturalista que había accedido galantemente a los requerimientos de mi madre para llenar mi cabeza con la instrucción necesaria a mi edad, durante el tiempo que estuviésemos habitando en aquella preciosa isla.
Estábamos reposando en la sombra del jardín después del almuerzo, cuando llegó Hércules y casi me lo llevé en volandas a mi habitación apenas sin darle tiempo a saludar a la familia. Su cara de estupefacción fue grande al ver aquel escarabajo dorado: es una joya –me dijo- guárdelo con mucho cuidado. Pasamos la tarde estudiando las costumbres y peculiaridades de los escarabajos, así como repasando las leyendas escritas sobre el escarabajo de oro. Al acabar la tarde y después de haberlo pensado detenidamente, me decidí a hacer entrega del preciado insecto al doctor Arístides, él sabría mejor que yo cómo conservar aquel regalo de la naturaleza. Y la verdad es que por otra parte, no estaba muy seguro de poder mantener alejados los ojos de mi hermano de aquella estupenda cajita el tiempo suficiente para conseguir otra menos comprometedora.

SONETODECUERDA 15/04/0723:30




  • PROMETEO O EL FUEGO QUE NOS LIBERA.

”…la lectura de los ‘Grundisse’ de 1857, particularmente el capítulo sobre las máquinas, hace posible una nueva noción de totalidad en situación, desde el punto de vista de trabajo y lucha, y al mismo tiempo como subfusión del individuo en el proceso, total en tanto que totalitario, del capital…”
La perorata era dura, las frases como escupitajos y el tono agriamente atrabiliario. Duraba ya treinta y cinco minutos y no tenía visos de acabar en breve.
La Cordones por mal nombre, como así la llamaban los pocos del partido que habían sabido granjearse su amistad debido a las espantosas y seculares rastas que portaba, era chaparra, recia y cúbica; sus movimientos eran lentos y acompasados, como los de una cucaracha, como los de un escarabajo, y plantada detrás de un atril, al que apenas llegaba con la barbilla, era la viva imagen de la demencia técnico-científica de clase proletaria.
Y a decir verdad, la señora o señorita, de mal ver y peor desear, que atronaba la sala con sus espantosos decires, bien parecía un escarabajo al que su mala tez y peor pelaje conferían unos tonos de oro falso.
El curioso y selecto público —300 euros el cubierto— que la escuchaba sin prestar atención, la observaba como si fuera la mujer barbuda o una tragadora de sables. Y no era para menos, dos semanas antes había aparecido desnuda en la revista Interviú a consecuencia del escandalazo que supuso la primicia —desmentida inmediatamente— de su relación lésbica con la vicepresidenta del gobierno.
Todos sin excepción se cruzaban sonrisas cómplices, secreteando tan procaz como jocosamente a débito de la triste prez de la conferenciante; y la prensa, apostada al acecho en cada rincón de la sala, se esforzaba en conseguir tomas de sus peores y menos favorecedores planos, algo que en absoluto les resultaba difícil. El ambiente general era de educado jolgorio y contenida ira.
“…puesto que la totalidad opresora de la asunción capitalista del tiempo y de la homologación imperialista del mundo es el polo negativo del movimiento obrero derivado del 68, por lo tanto, éste se manifiesta claramente como crítica de la totalidad idealista y del totalitarismo real asumiendo explícitamente la forma de…”
—¡ESCARABAJO!.
El grito sonó en la sala como una mascletá y las carcajadas que le sucedieron como el tableteo de una ametralladora. Pronto empezaron los pateos y la tan principal gente, puesta en pie y bullanguera, homenajeó con atronadora ovación al autor del exabrupto.
—¡¡¡ESCARABAJO PELOTERO!!!, —ladró de nuevo el envalentonado espontáneo arrancando las primeras lágrimas en las señoras y palmadas en los muslos de los provectos señores, mientras que algunos de los más jóvenes ya se habían encaramado en las mesas y ofrecían a la vista y a la concurrencia dos o tres cuidadas posaderas.
—¡¡¡INCINERÉMOSLA!!!, —se oyó gritar al fondo de la sala. Y la oradora, en respuesta a estos candores, levantó por encima del atril, con gesto bíblico, tremendo y fiero, el dedo corazón de su mano derecha.
El escarabajo, todo hay que decirlo, se debatió con bravura y coraje, no retrocediendo ni un milímetro ante el embate de unos tipos armados de sendos y valiosos quinqués, consiguiendo incluso arrancarle a alguien de un mordisco un dedo; pero toda resistencia resultó inane. Pronto fue insultada, derribada, pateada e incendiada.
“Los chillidos de la cerda nos enloquecían. Maldita sea su estirpe”, declaró horas más tarde ante el juez de guardia uno de los imputados.
—¡¡TORRÉMOSLA EN ESPETÓN!!.
Y enseguida fueron arrancadas las cortinas por un improvisado y voluntarista caballero andante que, lanza en ristre con la barra que las sustentaba, ya apuntaba hacia las nalgas del desdichado y ardiente escarabajo. Y bien que hubiese logrado su objetivo de no ser por dos disparos efectuados al aire por un ex-secretario de estado de seguridad ciudadana, asistente al acto, con su pistola reglamentaria.
Calló la turbamulta y se pudo escuchar el crepitar de la pira que ardió sin incidentes hasta consunción total. La asamblea parecía estar en trance y el recogimiento era el propio de una misa de pascua. Dos señoras se persignaron devotamente.
—¡DISPÉRSENSE!, —ordenó el ex-secretario de estado de seguridad ciudadana al término de la barbacoa. Y en un amén gregoriano, es decir, de un modo demorado y lento, incluso majestuoso y litúrgico, todos abandonaron la sala en un cierto orden más bien procesional o de paseíllo. El último en hacerlo fue él mismo tomando del brazo muy elegantemente a su engalanada esposa.
—Lo estaba pidiendo a gritos. —Musitó al salir.
* * *
Nota final: Claro que, en lugar de Cordones, muy bien podría haberse llamado Blasgalletas (una especie de tendero soez con ínfulas de cruzado), el escándalo un asunto de pederastia y la molesta perorata un sermón de Libertad Digital. Que cada lector adapte el personaje como bien corresponda.
* * *
Maruja, viernes trece.
;-))

Maruja_Peones 16/04/0702:14



  • El Año del Cristo.
Aquel año la sequía era brutal. El arroyo de los Mimbres, siempre cuajado de pececillos grises y ranas verdes se secó de raíz dejando un hilo de agua, una cinta de plata al sol que rabioso golpeaba las frentes de los lugareños. La canícula mordía con ínfulas de escorpión rabioso, podría decirse que las víboras estaban en el mejor momento, se las veía por todas partes, lividísimas y vivísimas, serpenteantes y cascabeleras, típicas de un far west cuasi mejicano, estribaciones de la frontera Huelva Extremadura, y más de un niño fue envenenado por ellas, causando pavor en la comarca. Los niños además andaban revueltos y salvajes arrojándose piedras entre ellos por las rencillas propias de los niños y desesperados por no poder aprovecharse del arroyo. El calor, danzante egipcia, negro de Africa, león de Etiopía, bailaba sobre los techos de zinc, despertaba salamandras de noche, que a la luz de la luna parecían acrecentarse innumerables, y ponía sobre la veleta de la Iglesia, un grán alacrán de cobre, extrañísimo, su zarpa de furor rojo. En los emparrados, las verdes vides ofrecían una sombra escasa cuajada de diamantes, y en las albercas del ganado brillaba el sol argentífero y tremendo. En el casino no se hablaba de otra cosa, de la sequía extrema, de la calor incesante, y el maestro y el cura se disputaban la primacía de la fe sobre la razón con un cruel enfrentamiento propio de bellacos y agitadores, entre copas de anís dulce y mentolados de naranja. Rivalidad entre el magistrado y el ministro de la Iglesia cuajada de indirectas a la inquisición española. Pero no llegaba la sangre al río pues Pilontes, el cacique del pueblo andaba con ojo poniendo a los anarquistas un poco de su propia medicina, sabiendo el lobo más que cuatrocientos tigres, de lo viejo que aquel diablo era, que hubiese parecido a los ojos de un extraño que el mandamás hubiese estudiado a la vez en la Sorbona de Paris y en los antros de los Bakunines. Aquel año fue el año en que llegó Fernando Garcés al pueblo, a comprarse la casa de la Loma y a ennoviar a Jesusa, y que se saldó con un navajazo la noche de bodas de Dosdedos a Dientemellado por unas copas no pagadas en la barra. Pero aquel año fue el año en que se pudrió el Cristo de la Demanda a la vista de todo el pueblo cuando salió de procesión el diez de julio. Lo sacaron, como digo, en procesión, delante iba el generalato y Doña Mencia, la viuda más rica del pueblo, con mantilla española bordada en seda. Cuando llegó frente a la Cuesta del Benito, ladró un perro, y el Cristo empezó a vomitar larvas y escarabajos amarillos por los ojos, la boca, y el costado. Fue un horror, la madera crujió y un brazo corrupto cayó al suelo golpeando los adoquines y quebrándose en astillas. Salieron las larvas, gordas como naranjas, y los coleópteros amarillos, gigantescos como cebollas, y la gente empezó a santiguarse y a santiguarse diciendo qué espanto, qué espanto. Y justo cuando la gente empezaba a llorar, tronó el cielo, un relámpago puso un toque escarlata a la tremenda escena y empezó a granizar con ira. Una noche terrible. Al Cristo se lo llevaron corriendo, suspendiendo la procesión, la gente exclamó desesperada y con miedo, y la granizada derribó el muro de la Huerta del Contao, que cayó enorme y majestuoso, y en la Iglesia una gotera llenó la pila del agua bendita inexplicablemente. Tres día más tarde quemaron la madera podrida del nazareno y mandaron a la capital por un buen imaginero, nada se pudo hacer con la imagen, sino encargar otra.
.............................................................
Francisco Antonio Ruiz Caballero.

Escritorcillo 16/04/0718:25


Re:El Año del Cristo.Respuesta a: El Año del Cristo.He metido la pata, he puesto muy seguido dos "rabiosos", y suena mal, cambiar el segundo "rabioso" por "violento" o por el adjetivo que mejor os parezca.

Escritorcillo 16/04/0718:29




  • Toscana en el dorso de un escarabajo
“Eso quiero verlo con mis propios ojos”, me espetó mi antaño amiga del alma cuando le dije que había conocido al hombre ideal. Un argelino, profesor de matemáticas, del que me enamoré durante un viaje a Florencia, cuando sucedió que ambos pedimos un jugo de pomelo en los jardines de Boboli y yo no tuve más remedio que rendirme a su mirada, a su voz dulcísima y a la perfección inverosímil de su torso. Viajábamos en el mismo grupo y yo lo había visto apenas de refilón, abrumada por la palabrería infinita del guía, de la que ambos escapamos, cada uno por su lado (o eso creo), para regodearnos con los arabescos del agua entre encinas. Se dirigió a mí en perfecto español, no en ese remedo grotesco que suena en Marruecos como un laúd desafinado, sino en el idioma que hubiera querido dominar incluso mi antaño amiga del alma.
Me enamoré de él y sin duda me regaló los mejores días de mi vida, porque amaba el arte florentino más que el guía y vivía la ciudad con más pasión y yo no había conocido a ningún matemático de piel y glúteos tan exactos al arquetipo de hombre ideal y él había estudiado en Francia y en España y no quería volver de ningún modo al pozo de miseria denominado Argelia, un país exhausto donde ya no le quedaban familia, creencias ni esperanzas. Me enamoré de él y hasta es posible que él se enamorase de mí, porque yo m empeñé fervientemente en merecer sus atenciones, sus gestos de amor en el balcón donde el Palazzo Vecchio nos veía besarnos con gozoso aplomo, mientras yo le pedía al Arno que detuviese su avance y se convirtiese en un lago quieto para siempre, y mis lágrimas se deslizaban por los hombros adorables de Enzo, hijo de madre argelina y padre italiano al que nunca llegó a conocer.
Nos separamos en Siena, a la espera de reunirnos pronto en Bruselas, donde yo trabajo, cuando él acabase sus tareas en España. Se despidió de mí con un simple “Je t’aime” susurrado al tiempo que me ceñía al cuello un colgante rematado con un escarabajo de oro. Se despidió de mí con una caricia levísima, su dedo índice en mi antebrazo, como un médico del corazón detectando el aliento remoto de mi pulso atolondrado, diciéndome “Por favor, espérame, quiero rescatar de la grisura de Bruselas este colgane, el único vestigio de mi madre”. Y llamé a mi antaño amiga del alma desde un bar en Volterra, sin que la belleza pasmosa de sus palacios y callejas supieran arrebatar mi atención del escarabajo de Enzo. Y ella me dejó contarle y llorar y reirme, y describirle con pasión los rizos de Enzo y lamentar la incertidumbre de no volver a verlo y llorar otra vez, entre suspiros y risas tontas, mezclando detalles absurdos de los edificios de Florencia con la posibilidad aterradora de que Enzo no me salvase de la soledad en Bruselas, esa ciudad donde me siento extranjera y sola y tonta.
Y le hablé de mi escarabajo como una niña que ha descubierto el brillo de algo que los adultos llaman oro y entiende que lleguen a matarse por poseerlo, y ella me espetó con fría impertinencia: “Eso quiero verlo con mis propios ojos”. Como si la vista fuese un sentido particularmente fiable, como si yo no hubiese visto a un señor con turbante ensartar diez veces con una espada a Román, mi marido, y partirlo luego en dos, la cabeza separada tres metros de los pies gráciles y ajenos a su desgracia, como si yo no hubiese visto el reloj de Román romperse en pedazos, dentro del periódico que el señor del turbante había convertido en pañuelo ante mis propios ojos, justo antes de que un naipe volase hasta un espectador lejano que casualmente llevaba un reloj como el de Román, con la misma inscripción que rememoraba nuestra boda. Como si mis propios ojos no me hubiesen mostrado el doloroso terror que se adueñó de Román y no me lo hubiesen mostrado desplomándose por ese truco cruel que llaman infarto y que me dejó viuda, sola, seca, muerta, sin el futuro que bruñiré en Bruselas aguardanzo a Enzo.

jmlvfalco 16/04/0723:30



  • El caso del cantante y el cajero
Llegue a la hora que llegue, siempre encuentro a Alcázar que me espera sumergido en sus criptogramas, le saludo y como contestación él me pregunta por el seguimiento de ayer. Un asunto casi resuelto, le digo, el tipo ha llevado hasta ahora una vida normal para no levantar la liebre, pero ayer no tuvo más remedio que salir al encuentro de su contacto, se reunió con él en un local del centro donde éste actúa cantando con un conjunto melódico.
Tiene buena voz, aunque interpreta canciones algo pasadas de moda. Ahora ya sabemos quién es, sólo queda poner controles en el aeropuerto y esperar a que esta noche intente subir al avión llevando encima las joyas robadas. Estoy seguro de que el intercambio se hizo en la barra del bar y el conjunto tiene apalabrado para mañana un recital privado en la otra punta del país, quienes contrataron ese concierto son los destinatarios del botín. Si todo va bien, el concierto que oiremos será el que hagan declarando en las dependencias policiales. Luego, iremos a por el empleado del banco que las sustrajo y antes de que acabe la semana habremos acabado con la organización de delincuentes.
Alcázar asiente sin levantar la vista de un papel que garabatea, me acerco por detrás para mirar por encima de su hombro, está enfrascado tratando de resolver una corta lista de símbolos impresa en un folio que a simple vista no tiene sentido, afirma que la ha conseguido buscando en Internet, me ofrece leerla:
"53‡‡†305))6*;4826)4‡.)4‡);806*;48†8
60))85;1‡(;:‡*8†83(88)5*†;46(;88*96
*?;8)*‡(;485);5*†2:*‡(;4956*2(5*—4)8
8*;4069285);)6†8)4‡‡;1(‡9;48081;8:8‡
1;48†85;4)485†528806*81(‡9;48;(88;4
(‡?34;48)4‡;161;:188;‡?;"

Mi expresión debe de haber cobrado elocuencia porque Alcázar aclara de inmediato que se trata del plano de un tesoro escondido en la isla de Sullivan, solo que en clave. Esta última explicación no es necesaria, pero me callo, prefiero saber si el tesoro vale la pena. Queda descubierto que su valor está restringido al terreno literario, resulta ser obra de la imaginación, llevada en alas de la necesidad, que a Edgar Allan Poe le valió ganar cien dólares en un concurso literario con un cuento llamado “El Escarabajo De Oro”. Como no contesto, Alcázar guarda el papel en un bolsillo de la chaqueta y yo, decidido a no parecer huraño, le reto una vez más a que descifre el enigma del huevo, la sal y la pimienta negra que hace poco se le ocurrió a mi pareja. Alcázar responde con seriedad que no le meta en mis líos particulares y que le dé recuerdos a mi pareja.
La operación de esta noche es en apariencia sencilla, bastará con una fácil identificación del individuo y una detención discreta en el control de embarque, sin embargo hay que afrontar algunas complicaciones, el conjunto de músicos se ha presentado sin su cantante. Podríamos detener a los integrantes del grupo corriendo el riesgo de que no lleven las joyas robadas, es posible que sean un señuelo para alertar de nuestra presencia al verdadero correo, en ese caso se echarían a perder la operación y muchas horas de trabajo, es preferible intentar localizarlo entre los pasajeros.
En esta ocasión no va a poder ser, la mesa de embarque está a punto de cerrar sin atisbos de que aparezca un sospechoso. De pronto, Alcázar me hace señales al otro lado de la cristalera, tiene en una mano el criptograma de “El Escarabajo De Oro” y con el dedo índice señala tanto el papel como a uno de los pasajeros rezagados. No comprendo al instante su momento de humor, me cuenta que estaba, además de identificando al correo, diciendo “a él, es bardo o cajero”, el título que le valió el premio a Poe con las letras cambiadas.
Durante el registro del detenido hacen aparición las joyas robadas y algunas cosas más que no esperábamos. Alcázar desborda alegría, nos felicitamos, explica que dedujo la posibilidad de que el detenido fuera el verdadero correo cuando recordó haberlo visto cantar antes en la televisión, formando parte de un casting para Operación Triunfo. Me asusto, Alcázar tiene unas aficiones muy raras.

SEMENTERIO 18/04/0712:14




  • Nacen, crecen, se reproducen y mueren.
La empresa no iba bien. Lo habíamos notado todos. Los síntomas: cobrábamos tarde, las pagas extra se retardaban con alguna excusa, no había pedidos en cartera. Malos presagios.
Un día el Gerente convocó a toda la plantilla y expuso el dilema: vender o cerrar. O crecen las ventas o se cierra la empresa. Después de una larga discusión y muchos silencios se decidió que todos debíamos hacer de vendedores, o comerciales, como gustan decir ahora.
La técnica es muy sencilla nos aseguró el gerente: Todos tenéis familia; reunid a los familiares y vendedles alguno de nuestros productos. Si sois sesenta empleados aseguraréis sesenta ventas, al menos. Que cada uno de los que os han comprado adquiera el compromiso familiar de presentaros a otro comprador y así lograremos tener una red extensa de ventas aseguradas. De vosotros depende.
Al salir de la reunión me dijo Ricardo: “Es el efecto cucaracha”. Ni me atreví a preguntar qué quería decir. Pero esa frase se me quedó en la memoria.
Al cabo de unos días lo vi claro: La cucaracha es un animal que nace, crece, se reproduce y muere. Como todos, aunque más deprisa que otros. Por eso es un símbolo para los comerciales.
A las dos semanas el Gerente nos volvió a reunir. Estaba radiante. Nos enseñó una carpeta: Esta carpeta está llena de pedidos; los habéis logrado vosotros, pero no todos; algunos no han conseguido ni una venta, ¿es que no tienen familia? Lo dijo en un tono acusatorio, aterrador. Para sustituirlos hemos puesto un anuncio y han respondido estos jóvenes que ahora van a vender por ellos. Siento mucho tener que decirles adiós, pero la empresa está por encima de todo.
Me vino de nuevo a la memoria la frase: Efecto mariposa: Se reproducen y mueren. Esas cucarachas no se habían reproducido por lo tanto el zapato del gerente las aplastó.
Y ahora, cmo premio a su dedicación, vamos a colocar en la solapa del mejor comercial “El escarabajo de oro”.

ANDRESNIPORESAS 18/04/0718:04




  • ¿Qué me pongo?
Antes de poseer mi cafetería en la esquina de Les Halles hubo un tiempo en el que fuí un próspero mercader de antigüedades. Lo malo de comerciar con momias, escarabajos de oro, sarcófagos de las más variadas piedras y demás bagatelas, es que la prosperidad de mi negocio, acabo por atraer a los carroñeros del Ministerio de Hacienda.
Siendo joven e inexperto en tales lides, mi abogado me recomendó que para la ocasión hiciera uso de mi mejor terno, que acudiera endomingado como si fuera un burgués que fuera a escuchar misa a la Madalene. Hubiera seguido su consejo si la tarde de ese mismo día no me hubiera encontrado con un viejo conocido quien que al saber de mi cuita me advirtió que no hiciera caso del consejo del abogado. Tras una diatriba contra los leguleyos me contó que él hacia poco había pasado por el mismo trance, del cuál salió bien parado al personarse vestido como un vagabundo.
Desconcertado por dos consejos tan divergentes llegué a casa. Advirtiendo mi mujer que algo me sucedía, dada mi inusual falta de apetito, me preguntó qué me sucedía. Esperando que ella me diera una solución que resolviera mi dilema, le conté mi problema. Contra lo que pudiera esperar, Alice lejos de inquietarse ante la tormenta que se avecinaba, tras recoger la mesa, se sentó a mi lado y acariciándome el antrebrazo con sus suaves manos me contó que mi problema era el mismo que ella tuvo con respecto al atuendo que debía ponerse en nuestra noche de bodas. Comprendiendo por mis ojos desmesuradamente abiertos de qué me hablaba, me contó que unos días antes de casarnos le había planteado la cuestión a mi suegra. Ésta le respondió que debía ataviarse con el camisón más modoso y recatado que tuviera, pues de esa manera me haría saber que ella no era una mujer fácil y que tendría que ganármela día a día. Alice quedó contenta con la respuesta, pero dió la casualidad que al tomar el té con una amiga ya casada, salió a relucir de nuevo el tema. Dicha amiga no pudo evitar sonreírse al saber cuál era la intención de mi mujer, y acto seguido le recomendó que hiciese caso omiso de la conseja materna. Lo que Alice tenía que hacer - ¡bien lo sabía por propia experiencia! - era vestirse con la lencería más sensual y sugerente de su ajuar. De esa manera avivaría su deseo y él la amaría más fogosamente.
Calló Alice y se me quedó mirando con sonrisa interrogante. Es seguro que se preguntaba si aún recordaba que ropa llevaba puesta durante noche de bodas, pero yo, que en ningún momento había logrado olvidar el problema que me acuciaba, en lugar de darle respuesta le dije:
- No entiendo qué me quieres decir.
- Pues está bien claro, pocholín: que da igual lo que te pongas, pues hagas lo que hagas te joderán igual.
Dicho lo cual se levantó y se fue a la cocina a fregar los platos. Les contaría como me fué la inspección, pero eso es otra historia.

Moustache 18/04/0721:27




  • ¡Ay, Quintina!
Lo más destacable de la cara de Quintina era el apósito blanco que coronaba su frente, por lo demás mantecosa y morenilla, ceñida por un pañuelo rojo que recordaba a las mucamas de otros tiempos, pero práctica idea para la limpieza general a la que se había entregado con verdadero delirio.
Plumero, si, plumero en mano y con cantares asmáticos pero salseros, recorría el salón, la habitación de invitados, el vestidor, la otra habitación -“ah, la principal” (in crescendo: un aria “magnífica” entre salsa y salsa)- e incluso los altillos de los armaritos del baño.
¿Su fin? Domeñar a su particular ejército invasor: motas y más motas flotando por el aire en un terrible ataque kamikaze. -¡Sayonara baby!- ¡blamf! Artillería pesada en mano (la ocasión lo merecía), apuntaba y aspiraba, apuntaba y aspiraba, una y otra vez, hasta que se fue convenciendo que era una lucha inútil.
No bien se le pasó por la cabeza el fracaso de su empeño, que se encabezonó con seguir lidiando, muy en particular con el terrenito bajo su tálamo nupcial. Y así, entreverada entre sábanas y alfombras la encontró Diosito.
Diosito Santos Carvajal se acomodaba a su nombre como el anillo que llevaba en su anular, finito y anudado, coloso en los momentos necesarios, cumplidor y complaciente, por lo demás… no demasiado exigente.
De forma que casi no se permitió arrancarle tanto tejido cuando ya la había hecho suya, que ¿quien era él para negar la tentación de sus carnes empinadas hacia el cielo raso de su habitación? Pues nadie. Así que se entregó con pasión a las carnes rubicundas de Quintina, quien protestó un poco al principio (por lo sorpresivo y sobre todo porque venía a entretenerla en su particular misión imposible) pero que luego se volvió mimosota y acaramelada.
Rescatados ya de las efímeras llamas de una pasión de dos minutos, se contentaron con desparramarse sobre el colchón, otrora lecho, cama o como fueres si sus vestimentas (entendámonos: sábanas) le infieren dicho título, como sus madres los habían parido, sólo que con unos cuantos años más sobre sus huesos.
Diosito se dejó resbalar hacia la oquedad que formaba su Quintina como quien no quiere la cosa, quizá buscando un segundo asalto, arrimándose a las carnes de su belladonna., pero en el proceso se vio incomodado por algo que le hería cruelmente su nalga derecha, hasta que contorsionándose logró asir al causante y llevarlo hasta su cara para ser juzgado con severidad por sus ojos acusadores:
¡Ajá!
Una miniatura. Una pequeña réplica de un Wolsvaguen escarabajo brillaba bajo un último rayo de sol (ese que siempre despunta en el momento crucia)l. Brillaba. Era metálico, como de oro. Un escarabajo de oro bajo su culo.
Eso seguramente querría decir algo. “Misterios de la vida”- se dijo Diosito. Y dejándolo sobre la mesilla de noche, aprovechó aquel movimiento inesperado para acomodarse sobre los pechos de Quintina

YUYUWANA 18/04/0722:11